En la pasada madrugada, intentando dormir, reflexionaba sobre el contenido de este post, que ahora ustedes están leyendo. Bien tapado, danzando de una parte a otra de la cama, desgastando la de por sí floja almohada con mis neuras, reparé en que debía rellenar de palabros esta entrada fotográfica.
Van a pensar mal de mí, lo sé ¿Qué leches hace una persona en sus cabales reflexionando sobre el jodido blog a esas horas? Uno es así, y por mucho que algunos lo han intentado, hoy en día sigo en mis trece, al pie del cañón. Espero no caerme un día del caballo, camino de Damasco, cómo Pablo de Tarso, y acabar de charlatán del anticomunismo. Nunca se sabe, aunque cruzo los dedos, y aprieto el puño, por si acaso suena la flauta.
Hablando de flautas, recuérdenme que les cuente en un futuro (no muy lejano) mi trauma con las flautas dulces. Es algo bastante patético, reflejo de la rebeldía y de la torpeza que me acompañan desde chico. En próximas entregas, desvelaré el enigma.
Después de este peñazo de introducción, en la que he vuelto a escaparme por la tangente, vamos al meollo de la cuestión. Las fotos que coronan este texto son casi inéditas. Con total seguridad, es la primera vez que se publican en Internet. Tengo las originales, gracias a una vieja historia que en su momento relataré.
La protagonista de estas imágenes es la legendaria Eva Duarte, esposa del general Juan Domingo Perón, primera dama de la República Argentina en los turbulentos años del primer peronismo.
Esta mujer, de innegable belleza, magnética en este finiquitado 2007, aun cuando lleva más de cincuenta años enterrada en La Recoleta, es uno de los mitos populares más recordados de Iberoamérica. Y por ende, del diablo mundo.
No voy a entrar aquí a valorar su figura, mis intenciones no van por esos derroteros. Solo quiero regalarles estas fotos, fiel radiografía de una España no tan pretérita. Fueron tomadas en el mes de junio de 1947, durante la visita de Eva Perón a un país derruido, ahogado por la mordaza franquista, hambriento de pan, huérfano de libertad.
El escenario es la Alquería del Fargue, un barrio de Granada, situado en pleno monte, a varios kilómetros del casco urbano. La Eva recorrió la Fábrica de Pólvoras, ubicada en el mismo Fargue, rodeada de la flor y nata del cutrerío oficial.
Generales franquistones, señoronas gemelas de la Collares (1), un pueblo que vitorea a esa rubia fantástica, tan distinta al prototipo de la mujer española. Un icono paseando entre los alcázares de nuestra miseria (Luis Martín Santos dixit), una estrella refulgiendo frente a nuestro yermo cielo.
En 1947 el contexto internacional no era nada halagüeño para el régimen tiránico, por lo menos de cara a la galería. En lo oscuro, EEUU negociaba ya con el Comandantín (2), único vencedor del bolchevismo en el campo de batalla (así rezaba su angustiosa propaganda, estampada en las paredes), futuro feudatario del Imperio. La Argentina de Perón alimentaba a los lejanos españoles, alimentando a su vez las contradicciones del propio justicialismo. La mala fama del general Perón entre las filas de la izquierda española proviene precisamente de su relación privilegiada con Franco, exterminador de millones de esperanzas.
Al final, he acabado opinando sobre el peronismo. Mis males no tienen remedio (risas). A pasarlo bien, amigos. A abusar del cava, a tirase de los pelos con la suegra, que estamos en fechas propicias. Agur.
(1) Así se conocía a Carmen Polo de Franco, esposa del dictador, adicta a la joyería de alta gama, no muy acostumbrada a pagar por las piezas que se le apetecían. Más temida por los joyeros que cualquier quinqui navajero con el mono a flor de piel, ya que estos desgraciados no tenían detrás un estado policial consentidor del delito, augusta protección de la que sí disfrutaba la Señora.
(2) De esta manera apodaron las clases altas de Oviedo al comandante Francisco Franco, novio de la quinceañera Carmen Polo, a mediados de los felices años veinte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario