Alguna vez me han preguntado el porqué de rotular este blog como El Llanto de la Acequia. Creo que ha llegado el momento de explicarlo. Me he decidido a hacerlo, ya que ha pasado casi año y medio desde que esta bitácora escogió un nuevo rumbo, más acorde con mi propia personalidad.
El título del blog está plagiado literalmente del nombre de uno de los capítulos del Álbum de la Historia de España (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 1995), obra del historiador vasco Fernando García de Cortázar. Este señor está en las antípodas de mi pensamiento político actual, posiblemente ahora no hubiera comprado este libro, pero eran otros tiempos. Calculo que tenemos el Álbum en casa desde el año 1997, poco después de que mi madre se hiciera socia del Círculo de Lectores. Entonces, tenía yo 12 años, era apenas un crío, apasionado por la historia, de un izquierdismo sutil, plagado de clichés .
El llanto de la acequia, de García de Cortázar, relata la expulsión de los moriscos de España, decretada por Felipe III en 1609. El autor alude metafóricamente al dolor de los que se veían obligados a dejar sus tierras, sus haciendas, sus huertas, su país, por el único hecho de profesar una religión diferente de la oficial. Los artesanos del agua, los magos de la agricultura, partían al desierto del destierro, dejándonos lo mejor de sus técnicas agrícolas.
Sin lugar a dudas, esta fue mi principal inspiración a la hora de darle un nombre al blog. Pero no fue la única. Yo nací y he vivido siempre en la ciudad de Granada, último bastión islámico en la Península. El agua es un elemento indispensable del paisaje granadino, el líquido elemento moldeó a Granada, la hizo a su imagen y semejanza. Granada vive sobre tres ríos, Genil, Darro y Beiro, que mueren en silencio, sin que nadie haga nada por defenderlos.
La Acequia Gorda del Genil es uno de los recuerdos más persistentes de mi infancia. Cómo olvidar aquellos domingos en donde los abuelos, en el barrio de la Parrilla, entre el Realejo y el Barranco del Abogado, el abuelo Salvador escanciando vino en mi vaso, los correteos con los primos, la ingenuidad tremenda de pensar que todo era posible.
La acequia, corría entonces brava y caudalosa, atravesando el Cuartel de las Palmas, deteniéndose en el Molino del Marqués, descansando junto a la casa natal de Ángel Ganivet, para perderse bajo el asfalto, junto al edificio de la Compañía Sevillana de Electricidad. Cuando yo iba de un lado para otro, de la mano del abuelo, ya no había guardias civiles en el Cuartel, ya los habían trasladado al Polígono de Cartuja, a un tiro de piedra del Parque Nueva Granada, donde vivíamos entonces. Aquel Cuartel, entronca las dos ramas de mi familia.
Antonio Jiménez Ortiz, abuelo materno de mi padre, originario de Yátor, guardia civil, formó parte de la promoción que inauguró el Cuartel de Las Palmas sobre 1911. El bisabuelo residía muy cerca de allí, en la calle Santo Sepulcro de la Quinta, donde la bisabuela Loreto daría a luz a Teresa Jiménez de Toro, mi abuela, el 15 de octubre de 1927. En la misma Bola de Oro había nacido dos años atrás Antonio García López, que a la postre acabaría conociendo a Teresa y casándose con ella.
Todos los caminos llevan a Roma, las casualidades existen y nos utilizan como muñecos de trapo. El Cuartel marcó también la vida de mi familia materna, ya que los guardias civiles eran clientes habituales de la tienda de comestibles que abrió mi bisabuelo Salvador Labrac Escudero, y que heredó mi abuelo Salvador Labrac López, en la planta baja de la enorme casa donde se criaron mi abuelo y su hermana, mi madre y mi tío. De las Palmas partían los picoletos a combatir a los del monte (los hermanos Quero, entre otros), según me ha relatado mi tía abuela Conchita (la Chacha), que cumplió 85 años el 22 de mayo.
El título del blog está plagiado literalmente del nombre de uno de los capítulos del Álbum de la Historia de España (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 1995), obra del historiador vasco Fernando García de Cortázar. Este señor está en las antípodas de mi pensamiento político actual, posiblemente ahora no hubiera comprado este libro, pero eran otros tiempos. Calculo que tenemos el Álbum en casa desde el año 1997, poco después de que mi madre se hiciera socia del Círculo de Lectores. Entonces, tenía yo 12 años, era apenas un crío, apasionado por la historia, de un izquierdismo sutil, plagado de clichés .
El llanto de la acequia, de García de Cortázar, relata la expulsión de los moriscos de España, decretada por Felipe III en 1609. El autor alude metafóricamente al dolor de los que se veían obligados a dejar sus tierras, sus haciendas, sus huertas, su país, por el único hecho de profesar una religión diferente de la oficial. Los artesanos del agua, los magos de la agricultura, partían al desierto del destierro, dejándonos lo mejor de sus técnicas agrícolas.
Sin lugar a dudas, esta fue mi principal inspiración a la hora de darle un nombre al blog. Pero no fue la única. Yo nací y he vivido siempre en la ciudad de Granada, último bastión islámico en la Península. El agua es un elemento indispensable del paisaje granadino, el líquido elemento moldeó a Granada, la hizo a su imagen y semejanza. Granada vive sobre tres ríos, Genil, Darro y Beiro, que mueren en silencio, sin que nadie haga nada por defenderlos.
La Acequia Gorda del Genil es uno de los recuerdos más persistentes de mi infancia. Cómo olvidar aquellos domingos en donde los abuelos, en el barrio de la Parrilla, entre el Realejo y el Barranco del Abogado, el abuelo Salvador escanciando vino en mi vaso, los correteos con los primos, la ingenuidad tremenda de pensar que todo era posible.
La acequia, corría entonces brava y caudalosa, atravesando el Cuartel de las Palmas, deteniéndose en el Molino del Marqués, descansando junto a la casa natal de Ángel Ganivet, para perderse bajo el asfalto, junto al edificio de la Compañía Sevillana de Electricidad. Cuando yo iba de un lado para otro, de la mano del abuelo, ya no había guardias civiles en el Cuartel, ya los habían trasladado al Polígono de Cartuja, a un tiro de piedra del Parque Nueva Granada, donde vivíamos entonces. Aquel Cuartel, entronca las dos ramas de mi familia.
Antonio Jiménez Ortiz, abuelo materno de mi padre, originario de Yátor, guardia civil, formó parte de la promoción que inauguró el Cuartel de Las Palmas sobre 1911. El bisabuelo residía muy cerca de allí, en la calle Santo Sepulcro de la Quinta, donde la bisabuela Loreto daría a luz a Teresa Jiménez de Toro, mi abuela, el 15 de octubre de 1927. En la misma Bola de Oro había nacido dos años atrás Antonio García López, que a la postre acabaría conociendo a Teresa y casándose con ella.
Todos los caminos llevan a Roma, las casualidades existen y nos utilizan como muñecos de trapo. El Cuartel marcó también la vida de mi familia materna, ya que los guardias civiles eran clientes habituales de la tienda de comestibles que abrió mi bisabuelo Salvador Labrac Escudero, y que heredó mi abuelo Salvador Labrac López, en la planta baja de la enorme casa donde se criaron mi abuelo y su hermana, mi madre y mi tío. De las Palmas partían los picoletos a combatir a los del monte (los hermanos Quero, entre otros), según me ha relatado mi tía abuela Conchita (la Chacha), que cumplió 85 años el 22 de mayo.
El Llanto de la Acequia no es más que un pálido reflejo de mi rabia, un lugar donde desahogarme, donde escupir a mis enemigos, a los vuestros. Cuando me siento frente al ordenador y tecleo los posts, se desborda la acequia de mi malafollá, repartiendo mandobles a diestro y siniestro.
Mi Llanto no sería el mismo sin los capotes de Félix Arana, webmaster de Unidad Cívica por la República, que ha dado a conocer muchos de mis textos en la web que administra. Tampoco debo olvidarme de los compañeros de Kaosenlared, ni de los de Rebelión. Un saludo desde aquí para los miembros del Foro por la Memoria de Granada, que me incluyen en su página de vez en cuando, sin que nunca les haya dado las gracias.
Entre Víznar y Alfacar, muy cerca del escenario del Crimen, fluye Aynadamar, la Fuente Grande, la Fuente de las Lágrimas. Monedas oxidadas reposan en sus profundidades, lanzadas por peticionarios de deseos, que se acercan a Aynadamar para respirar el mismo aire serrano que exhaló por última vez Federico.
Cómo iba a faltar Lorca en esta ocasión, era imposible romper con el tópico. Granada entera le asesinó, y todavía estamos pagando la salvajada. Lorca eran todos, lloro por ellos un instante, me secó las lágrimas, miró hacia el mañana y os espero, con los brazos abiertos.
El viaje será largo, nos queda mucho que recorrer. El Llanto permanecerá en esta batalla, al pie de Sierra Nevada, esperando que la revolución se encarame a lo alto de la Alhambra y despeñe la ignominia hasta el fondo de la Sabika.
2 comentarios:
Gracias a ti, compañero, por seguir levantando el asfalto de esta Granada cada vez más muerta. Debajo no hay playa, pero sí toda la bajeza de los altos (por su poder) que la pavimentaron.
Siguiendo la herencia intelectual de Walter Benjamin, revistámonos con el odio por las humillaciones del pasado y el amor por los descendientes liberados. Porque nos merecemos una vida mejor. Una sociedad diferente.
Un saludo desde el foro por la memoria de Granada
He llegado a tu blog desde rebelión.
Salud
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