Escucha Carapapa, aguza el oído pastor de cabras en tu Orihuela natal, presta atención poeta cabrero de saco terrero y trinchera. A través de los rumores, tras de las medias verdades y las mentiras sangrantes, por encima del cúmulo de injusticias que preside nuestras vidas, el aliento de tu pueblo, el quejío sordo de los tuyos, vuelve a intentar alzar el vuelo, vuelve a levantar el potencial dormido de tu bandera. Desde tu fosa de tuberculoso, desde la tumba humilde de español doliente en la que reposan los restos de lo que fue tu hermosura, atiende el grito.
Tu rostro campea, al frente de miles de tricolores. Tu rostro, junto a otros muchos rostros. Cartelones improvisados a contracorriente, retratos de víctimas anónimas al lado de las víctimas públicas y notorias. Miguel Hernández Gilabert, el poeta del pueblo en armas, encabezando la comitiva simbólica de la marcha contra la impunidad del franquismo. Federico García Lorca, Salvador Puig Antich, Julián Besteiro, Javier Verdejo, José Humberto Baena, Lluís Companys, Julián Grimau, el obrero, el maestro, el militar leal, el campesino, el pequeño propietario. Los mártires de la ignominia acompañando nuestros pabellones, pertrechando nuestras conciencias, conectando la memoria colectiva del pasado hecho añicos con la envergadura de nuestro cometido futuro.
Somos pocos todavía, querido Miguel, una minúscula partícula de lo que fuisteis. El movimiento republicano español es un buen propósito, por el momento. Una suerte de galaxias menores, interconectadas por unos colores y un clamor de cambio, hundidas a veces en la miseria de las rencillas personales, enfrascadas en batallas inútiles, carentes de perspectivas sobre lo real. La esperanza, sin embargo, se abre paso. La unidad se otea en el horizonte, como destino ineludible del republicanismo ibérico.
El affaire Garzón ha abierto una grieta en el muro impenetrable del régimen de la Transición. La ultraderecha judicial ha quebrado el primer sello de la caja de Pandora. Ahora toca atreverse a descerrajar la cerradura, convirtiendo el affaire Garzón en el affaire Tercera República Española. Nuestra será la incumbencia.
¿Comprendes Miguel la inconmensurabilidad de la encrucijada en la que nos encontramos? La Monarquía comienza a ser una rémora y un lastre para las nuevas generaciones de españoles. El trono de los Borbones parece condenado a un fracaso relativamente temprano. El movimiento republicano debe comenzar a construir la alternativa, esa España en ciernes que sepa resituarnos en la modernidad.
Tu Carapapa de hoz y martillo, el áspero rigor de tu tez de soldado comunista, aglutina nuestras legiones, enarbola nuestras banderas, conduce nuestras indecisiones. El sistema borbónico arrima también tu ascua a su sardina, celebrándote, conmemorándote, falseándote, emputeciéndote. El rey compra la ultimísima edición de tus obras completas con ocasión del siglo de la Gran Vía de Madrid. El contumaz custodio del legado y de la causa de tu asesino, osa mancillar tu recuerdo de antifascista entero, tu impepinable dignidad de comisario cultural del Ejército Popular de la República.
Pretenden desnaturalizarte, atenuar el peligro rebelde de tus versos, ocultar tu condición de republicano fiel a una clase, a un pueblo y a un país. Ya atropellaron los últimos años de tu camarada Rafael Alberti, acabado en polichinela de trapo al servicio del ego de los poderosos. Ya quisieron despolitizar al pobre de Federico, arrojándolo al cajón desastre de las pasiones burguesas medianamente digeribles. Tú eres su postrer y predilecto experimento, el monstruo de Frankenstein, hecho a la medida de sus desvergüenzas.
Concluyo la perorata, camarada de ayer y de hoy. El acero de tu ejemplo, la tremenda dureza de tu existir de poeta y de comunista servirán para forjar la calidad de nuestras convicciones.
Salud y República, Miguel Hernández.
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