No he podido resistir la tentación de traducir al teclado la impresión que me ha producido esta fotografía. Apareció en la portada del diario Ideal, el viernes 9 de mayo. Es una foto de la agencia Associated Press, según refleja la nota al pie.
Esta mañana, rebusqué en la bolsa de los periódicos viejos, consiguiendo rescatar el ejemplar del día 9, encaminándome acto seguido al escáner con paso firme. No pueden negar, compañeros lectores, que este juntaletras se desvive por complacerles.
El reportero que captó esta instantánea ha demostrado poseer un gran olfato noticioso, ha hecho historia inmortalizando el apretón de manos entre Felipe González y José María Aznar, ambos ex presidentes del Gobierno del Reino de España.
El inesperado encuentro tuvo lugar durante el funeral de Estado por el también antiguo jefe de Gobierno, Leopodo Calvo-Sotelo, recientemente fallecido. En las exequias del prohombre, curiosamente sobrino del Protomártir, se saludaron los dos próceres, enemigos irreconciliables durante siglos.
Este mínimo acercamiento no significa que Felipe y Aznar sean amigos ahora. Su relación personal ha sido nefasta desde que el joven Aznar sucedió a Manuel Fraga como líder del PP, en 1989, cuando Felipe González llevaba 7 años ejerciendo la presidencia. Han pasado dos décadas y los dos continúan siendo protagonistas del teatrillo político español.
Felipe González Márquez (Sevilla, 1942), saltó espectacularmente a la fama en el Congreso socialista de 1974, celebrado en la ciudad francesa de Suresnes. Apenas faltaba un año para la muerte del general Franco y la cercanía del hecho biológico inevitable* se palpaba en el ambiente. De manera sorprendente, el clan de los sevillanos se apoderó sin problemas del aparato del PSOE, arrinconando a los históricos del exilio. Así se cumplía uno de los puntos clave del intrincado guión escrito para la España posfranquista por los poderes fácticos internacionales.
Carismático, campechano, populachero, Felipe conectó con gran parte del proletariado celtibérico. El PSOE representaba la juventud frente a un PCE dirigido por ancianos, protagonistas directos de la guerra civil. La dialéctica incendiaria de Felipe sobrepasó por la izquierda el mensaje moderado de Carrillo. La Transición iba alcanzando sus propósitos finales, el PSOE se convertía en el gran granero electoral de la izquierda y el PCE se conformaba con las migajas del pastel.
Tocado y hundido Adolfo Suárez, el breve paréntesis de Calvo-Sotelo sirvió de rampa de lanzamiento del felipismo. El último Ejecutivo ucedista introdujo a España en la Alianza Atlántica y rectificó el desorden autonómico, dos aspectos fundamentales para que el Régimen juancarlista obtuviera el definitivo beneplácito del Mercado. El 28 de octubre de 1982, el PSOE ganó de calle las elecciones generales, con casi el 50% de los votos emitidos, logrando una holgada mayoría absoluta.
Muchos trabajadores ilusos creyeron que con este triunfo, la izquierda se resarcía de la derrota militar del 39, abriéndose la vereda para la transformación socialista de la piel de toro. Aquellos sueños quedaron hechos añicos, con el correr de los meses.
El felipismo traicionó la confianza del pueblo español, demostrado quiénes eran sus verdaderos amos. La socialdemocracia liberal apuntaló los privilegios de las misma fuerzas telúricas que habían sostenido el franquismo.
La Ley Orgánica 8/1985, de 3 de julio, Reguladora del Derecho a la Educación, estableció el sistema de conciertos con la enseñanza privada, a través del cual, se financia con dinero público la educación religiosa católica. El PSOE contentó así a la Iglesia Católica, la misma institución medieval que había paseado bajo palio al Caudillo.
El referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, de fecha 12 de marzo de 1986, selló el compromiso histórico del PSOE con el imperialismo norteamericano. El viraje pesoísta desde el antiotanismo hasta llegar a falsificar el resultado de la consulta para que ganara el Sí (como ha denunciado hace poco Antonio Romero), reactivó a la izquierda anticapitalista, que se agrupó en Izquierda Unida, ejerciendo de alternativa al pragmatismo felipista. Nos quedamos en la OTAN, renunciando a la no alineación, fórmula que incluso intentó Suárez, lo que le acabó costando la presidencia.
La guerra sucia contra ETA, promovida desde la cúpula del Ministerio del Interior, se saldó con 27 asesinatos y muchos daños colaterales de por medio. Las acciones terroristas de los GAL facilitaron la corrupción dentro del entramado de Interior y encumbraron a joyitas de la talla de Pedro J. Ramírez, adalid del periodismo de información, vetusto liberal de influencias insospechadas. El PSOE se agarró a la razón de Estado para justificar la violación de los derechos humanos en Euskadi, siguiendo la gloriosa tradición de la dictadura fascista.
Bajo el influjo de la revolución conservadora de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, el Gobierno pesoísta introdujo el neoliberalismo en nuestra maltrecha economía, reconversión industrial mediante. Desempleo, contratos basura, flexibilización laboral, precarización, mastodónticos beneficios empresariales, conceptos que aprendimos a digerir, telediario a telediario. La contundente política antiobrera de Felipe llevó a la insubordinación a la UGT (sindicato hermano del PSOE), que se sumó a la convocatoria de huelga general del 14 de diciembre de 1988.
Al año siguiente, el felipismo revalidaba la mayoría absoluta, aunque con menor margen de maniobra. El candidato perdedor se llamaba José María Aznar. A primera vista, un hombre opaco, falto de carisma, sin ninguna pizca de sentido del humor, escondido detrás de un bigote. De profesión inspector de Hacienda, presidente de la Comunidad Autónoma de Castilla y León (1987-1989), de familia franquista y opusdeísta (por parte de su esposa, Ana Botella), nunca se imaginó Manuel Fraga que semejante charlotín iba a conseguir sin ni siquiera despeinarse lo que él tanto había añorado y ni había podido rozar: la jefatura del Gobierno.
José María Alfredo Aznar López (Madrid, 1953), alegre falangista independiente en sus años mozos, hijo y nieto de lacayos del tirano, pasó desapercibido en la Transición, cuando Felipe ya era un mito. Diputado en 1982 por Alianza Popular (germen del posterior PP), en los comicios en los que el PSOE arrasó, tuvo que esperar hasta el final de la década para enfrentarse directamente al de Sevilla. Fraga se especializó en criar delfines, posibles sucesores, a los que fue descartando conforme su propia estrella política declinaba. Jorge Verstrynge, Antonio Hernández Mancha, Isabel Tocino, Alberto Ruiz-Gallardón, todos y cada uno de ellos pudieron ser lo que Aznar alcanzó en 1989.
Sucesivamente, la prensa fue destapando un rosario interminable de escándalos y casos de corrupción, que afectaban a miembros de las más altas instituciones del Estado. El PP explotó a tope el filón de la corrupción, con la eficiente colaboración de diversos medios de comunicación. Aún retuvo fuerzas Felipe González para derrotar una vez más a Aznar en 1993, en plena crisis económica, estando muy presente el fantasma del paro entre los curritos españoles.
A lo largo de su etapa presidencial, Felipe favoreció los intereses empresariales del grupo Prisa, a la cabeza del cual estaba Jesús de Polanco, otro falangista reconvertido a la causa demócrata. Prisa agradeció los servicios prestados, defendiendo a capa y espada al Gobierno y agrediendo con todos los recursos a su disposición, al principal adversario izquierdista de González, Julio Anguita, coordinador general de la coalición Izquierda Unida.
A la tercera, Aznar ganó. El PP conseguía desbancar al PSOE el 3 de marzo de 1996. La victoria aznarista fue pírrica, superando por muy poco a Felipe. Las malas lenguas no se cansan de repetir que el atentado etarra del que Aznar salió ileso en 1995 favoreció sus aspiraciones electorales. Se ha hablado mucho de aquella acción terrorista...
El primer mandato de Aznar comenzó dulcemente, pactando con los nacionalistas periféricos (vascos y catalanes), a los que antes había denigrado sin piedad. También logró la paz social con los sindicatos, que tantos quebraderos de cabeza habían dado a González. Se dedicó a construir un imperio mediático que favoreciera al PP, para competir con Prisa. Al principio, nombraba a Manuel Azaña (uno de los iconos del republicanismo patrio) en sus discursos.
La estela de privatizaciones de la era Aznar, continuista con respecto a la era Felipe, formó un bloque de empresas dirigidas por amigos personales del presidente, algunos de los cuales se volvieron demasiado díscolos. El patrimonio de todos los ciudadanos españoles se vendía al mejor postor, sin que el manso pueblo soberano dijera esta boca es mía.
Negociando con ETA, hablando catalán en la intimidad, tapando los pelotazos que afectaban a la Corona, atacando a la clase trabajadora, exigiendo reformas capitalistas a Fidel Castro, José María Aznar gobernó este país hasta el 2000.
Tras obtener mayoría absoluta, pudo prescindir de los buenos modales y se quitó el disfraz de centrista. El aznarismo desatado empezó a perseguir al nacionalismo vasco, con toda la potencia de la que era capaz. El líder socialista José Luis Rodríguez Zapatero colaboró con empeño en la sucia telaraña que Aznar y los de su ralea extendieron sobre el País Vasco.
A nivel internacional, Aznar se alineó incondicionalmente con el presidente usaco George Walker Bush, heredero intelectual de Reagan, y retoño legítimo de George Herbert Bush. El antaño joseantoniano se implicaba personalmente en golpes de estado en Venezuela o en Guinea Ecuatorial, contribuyendo a la invasión de Irak con impecable acento texano y maneras de portero de discoteca. La imagen de sumisión al yanquismo que dió Aznar en 2002-2003 permanece grabada en la retina de la gente decente como ejemplo de lo que no debe de hacer ningún mandatario.
La segunda y última legislatura del aznarato reintrodujo la crispación a gran escala en el debate político nacional. El líder supremo no aceptaba las críticas, y acababa descalificando a sus oponentes de manera grosera cada vez que comparecía antes los medios. El decretazo rompió el idilio aznarista con los sindicatos, la catástrofe del Prestige afectó de lleno al PP en su feudo gallego, el accidente del Yakovlev 42 enfrió las relaciones del Gobierno con sectores del Ejército. Si Felipe tuvo su Filesa, Aznar tuvo su Gescartera.
Muchos adquirimos conciencia ideológica frente al aznarismo. El felipismo nos pilló demasiado niños, y fue contra Aznar, contra el que ensayamos nuestra rebeldía. Para la mayoría, sólo fue un paréntesis, ya que ZP los ha domesticado con ese coñazo del talante.
El aznarismo acabó como el rosario de la Aurora, el 13 de marzo de 2004. Dos días después de la masacre de Atocha, un puñado de valientes desafió al Gobierno en las calles, derrotando al Fuhrercito y al sucesor, Mariano Rajoy. El PSOE aprovechó el caudal de votos antipeperos para recuperar el poder. El zapaterismo, un felipismo light, es ya otro capítulo de la historia, que aqui les seguiremos contando.
Aznar y Felipe, Felipe y Aznar, dos fichas intercambiables del Monopoly capitalista, dos enemigos del pueblo, aunque el pueblo esté tan ciego que todavía no lo sepa. El hecho de que permanezcan en libertad y no estén bajo llave y entre rejas, es la prueba más fehaciente de que esto no es una democracia.
La pantomima de Estado de Derecho que sufrimos, queda al descubierto con una simple fotografía. Este breve encuentro desmonta el cuento de hadas que nos repiten cada día desde hace más de 30 años. La Disneylandia borbónica esconde un oscuro patio trasero, adonde desembocan los detritus de la libertad. Allí, el gran titiritero guarda a sus muñecos cuando no los necesita. De vez en cuando, los saca de paseo. Los felipes y los aznares seguirán poblando nuestras pesadillas hasta que no logremos arrancarnos las cadenas que nos separan del futuro.
Esta mañana, rebusqué en la bolsa de los periódicos viejos, consiguiendo rescatar el ejemplar del día 9, encaminándome acto seguido al escáner con paso firme. No pueden negar, compañeros lectores, que este juntaletras se desvive por complacerles.
El reportero que captó esta instantánea ha demostrado poseer un gran olfato noticioso, ha hecho historia inmortalizando el apretón de manos entre Felipe González y José María Aznar, ambos ex presidentes del Gobierno del Reino de España.
El inesperado encuentro tuvo lugar durante el funeral de Estado por el también antiguo jefe de Gobierno, Leopodo Calvo-Sotelo, recientemente fallecido. En las exequias del prohombre, curiosamente sobrino del Protomártir, se saludaron los dos próceres, enemigos irreconciliables durante siglos.
Este mínimo acercamiento no significa que Felipe y Aznar sean amigos ahora. Su relación personal ha sido nefasta desde que el joven Aznar sucedió a Manuel Fraga como líder del PP, en 1989, cuando Felipe González llevaba 7 años ejerciendo la presidencia. Han pasado dos décadas y los dos continúan siendo protagonistas del teatrillo político español.
Felipe González Márquez (Sevilla, 1942), saltó espectacularmente a la fama en el Congreso socialista de 1974, celebrado en la ciudad francesa de Suresnes. Apenas faltaba un año para la muerte del general Franco y la cercanía del hecho biológico inevitable* se palpaba en el ambiente. De manera sorprendente, el clan de los sevillanos se apoderó sin problemas del aparato del PSOE, arrinconando a los históricos del exilio. Así se cumplía uno de los puntos clave del intrincado guión escrito para la España posfranquista por los poderes fácticos internacionales.
Carismático, campechano, populachero, Felipe conectó con gran parte del proletariado celtibérico. El PSOE representaba la juventud frente a un PCE dirigido por ancianos, protagonistas directos de la guerra civil. La dialéctica incendiaria de Felipe sobrepasó por la izquierda el mensaje moderado de Carrillo. La Transición iba alcanzando sus propósitos finales, el PSOE se convertía en el gran granero electoral de la izquierda y el PCE se conformaba con las migajas del pastel.
Tocado y hundido Adolfo Suárez, el breve paréntesis de Calvo-Sotelo sirvió de rampa de lanzamiento del felipismo. El último Ejecutivo ucedista introdujo a España en la Alianza Atlántica y rectificó el desorden autonómico, dos aspectos fundamentales para que el Régimen juancarlista obtuviera el definitivo beneplácito del Mercado. El 28 de octubre de 1982, el PSOE ganó de calle las elecciones generales, con casi el 50% de los votos emitidos, logrando una holgada mayoría absoluta.
Muchos trabajadores ilusos creyeron que con este triunfo, la izquierda se resarcía de la derrota militar del 39, abriéndose la vereda para la transformación socialista de la piel de toro. Aquellos sueños quedaron hechos añicos, con el correr de los meses.
El felipismo traicionó la confianza del pueblo español, demostrado quiénes eran sus verdaderos amos. La socialdemocracia liberal apuntaló los privilegios de las misma fuerzas telúricas que habían sostenido el franquismo.
La Ley Orgánica 8/1985, de 3 de julio, Reguladora del Derecho a la Educación, estableció el sistema de conciertos con la enseñanza privada, a través del cual, se financia con dinero público la educación religiosa católica. El PSOE contentó así a la Iglesia Católica, la misma institución medieval que había paseado bajo palio al Caudillo.
El referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, de fecha 12 de marzo de 1986, selló el compromiso histórico del PSOE con el imperialismo norteamericano. El viraje pesoísta desde el antiotanismo hasta llegar a falsificar el resultado de la consulta para que ganara el Sí (como ha denunciado hace poco Antonio Romero), reactivó a la izquierda anticapitalista, que se agrupó en Izquierda Unida, ejerciendo de alternativa al pragmatismo felipista. Nos quedamos en la OTAN, renunciando a la no alineación, fórmula que incluso intentó Suárez, lo que le acabó costando la presidencia.
La guerra sucia contra ETA, promovida desde la cúpula del Ministerio del Interior, se saldó con 27 asesinatos y muchos daños colaterales de por medio. Las acciones terroristas de los GAL facilitaron la corrupción dentro del entramado de Interior y encumbraron a joyitas de la talla de Pedro J. Ramírez, adalid del periodismo de información, vetusto liberal de influencias insospechadas. El PSOE se agarró a la razón de Estado para justificar la violación de los derechos humanos en Euskadi, siguiendo la gloriosa tradición de la dictadura fascista.
Bajo el influjo de la revolución conservadora de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, el Gobierno pesoísta introdujo el neoliberalismo en nuestra maltrecha economía, reconversión industrial mediante. Desempleo, contratos basura, flexibilización laboral, precarización, mastodónticos beneficios empresariales, conceptos que aprendimos a digerir, telediario a telediario. La contundente política antiobrera de Felipe llevó a la insubordinación a la UGT (sindicato hermano del PSOE), que se sumó a la convocatoria de huelga general del 14 de diciembre de 1988.
Al año siguiente, el felipismo revalidaba la mayoría absoluta, aunque con menor margen de maniobra. El candidato perdedor se llamaba José María Aznar. A primera vista, un hombre opaco, falto de carisma, sin ninguna pizca de sentido del humor, escondido detrás de un bigote. De profesión inspector de Hacienda, presidente de la Comunidad Autónoma de Castilla y León (1987-1989), de familia franquista y opusdeísta (por parte de su esposa, Ana Botella), nunca se imaginó Manuel Fraga que semejante charlotín iba a conseguir sin ni siquiera despeinarse lo que él tanto había añorado y ni había podido rozar: la jefatura del Gobierno.
José María Alfredo Aznar López (Madrid, 1953), alegre falangista independiente en sus años mozos, hijo y nieto de lacayos del tirano, pasó desapercibido en la Transición, cuando Felipe ya era un mito. Diputado en 1982 por Alianza Popular (germen del posterior PP), en los comicios en los que el PSOE arrasó, tuvo que esperar hasta el final de la década para enfrentarse directamente al de Sevilla. Fraga se especializó en criar delfines, posibles sucesores, a los que fue descartando conforme su propia estrella política declinaba. Jorge Verstrynge, Antonio Hernández Mancha, Isabel Tocino, Alberto Ruiz-Gallardón, todos y cada uno de ellos pudieron ser lo que Aznar alcanzó en 1989.
Sucesivamente, la prensa fue destapando un rosario interminable de escándalos y casos de corrupción, que afectaban a miembros de las más altas instituciones del Estado. El PP explotó a tope el filón de la corrupción, con la eficiente colaboración de diversos medios de comunicación. Aún retuvo fuerzas Felipe González para derrotar una vez más a Aznar en 1993, en plena crisis económica, estando muy presente el fantasma del paro entre los curritos españoles.
A lo largo de su etapa presidencial, Felipe favoreció los intereses empresariales del grupo Prisa, a la cabeza del cual estaba Jesús de Polanco, otro falangista reconvertido a la causa demócrata. Prisa agradeció los servicios prestados, defendiendo a capa y espada al Gobierno y agrediendo con todos los recursos a su disposición, al principal adversario izquierdista de González, Julio Anguita, coordinador general de la coalición Izquierda Unida.
A la tercera, Aznar ganó. El PP conseguía desbancar al PSOE el 3 de marzo de 1996. La victoria aznarista fue pírrica, superando por muy poco a Felipe. Las malas lenguas no se cansan de repetir que el atentado etarra del que Aznar salió ileso en 1995 favoreció sus aspiraciones electorales. Se ha hablado mucho de aquella acción terrorista...
El primer mandato de Aznar comenzó dulcemente, pactando con los nacionalistas periféricos (vascos y catalanes), a los que antes había denigrado sin piedad. También logró la paz social con los sindicatos, que tantos quebraderos de cabeza habían dado a González. Se dedicó a construir un imperio mediático que favoreciera al PP, para competir con Prisa. Al principio, nombraba a Manuel Azaña (uno de los iconos del republicanismo patrio) en sus discursos.
La estela de privatizaciones de la era Aznar, continuista con respecto a la era Felipe, formó un bloque de empresas dirigidas por amigos personales del presidente, algunos de los cuales se volvieron demasiado díscolos. El patrimonio de todos los ciudadanos españoles se vendía al mejor postor, sin que el manso pueblo soberano dijera esta boca es mía.
Negociando con ETA, hablando catalán en la intimidad, tapando los pelotazos que afectaban a la Corona, atacando a la clase trabajadora, exigiendo reformas capitalistas a Fidel Castro, José María Aznar gobernó este país hasta el 2000.
Tras obtener mayoría absoluta, pudo prescindir de los buenos modales y se quitó el disfraz de centrista. El aznarismo desatado empezó a perseguir al nacionalismo vasco, con toda la potencia de la que era capaz. El líder socialista José Luis Rodríguez Zapatero colaboró con empeño en la sucia telaraña que Aznar y los de su ralea extendieron sobre el País Vasco.
A nivel internacional, Aznar se alineó incondicionalmente con el presidente usaco George Walker Bush, heredero intelectual de Reagan, y retoño legítimo de George Herbert Bush. El antaño joseantoniano se implicaba personalmente en golpes de estado en Venezuela o en Guinea Ecuatorial, contribuyendo a la invasión de Irak con impecable acento texano y maneras de portero de discoteca. La imagen de sumisión al yanquismo que dió Aznar en 2002-2003 permanece grabada en la retina de la gente decente como ejemplo de lo que no debe de hacer ningún mandatario.
La segunda y última legislatura del aznarato reintrodujo la crispación a gran escala en el debate político nacional. El líder supremo no aceptaba las críticas, y acababa descalificando a sus oponentes de manera grosera cada vez que comparecía antes los medios. El decretazo rompió el idilio aznarista con los sindicatos, la catástrofe del Prestige afectó de lleno al PP en su feudo gallego, el accidente del Yakovlev 42 enfrió las relaciones del Gobierno con sectores del Ejército. Si Felipe tuvo su Filesa, Aznar tuvo su Gescartera.
Muchos adquirimos conciencia ideológica frente al aznarismo. El felipismo nos pilló demasiado niños, y fue contra Aznar, contra el que ensayamos nuestra rebeldía. Para la mayoría, sólo fue un paréntesis, ya que ZP los ha domesticado con ese coñazo del talante.
El aznarismo acabó como el rosario de la Aurora, el 13 de marzo de 2004. Dos días después de la masacre de Atocha, un puñado de valientes desafió al Gobierno en las calles, derrotando al Fuhrercito y al sucesor, Mariano Rajoy. El PSOE aprovechó el caudal de votos antipeperos para recuperar el poder. El zapaterismo, un felipismo light, es ya otro capítulo de la historia, que aqui les seguiremos contando.
Aznar y Felipe, Felipe y Aznar, dos fichas intercambiables del Monopoly capitalista, dos enemigos del pueblo, aunque el pueblo esté tan ciego que todavía no lo sepa. El hecho de que permanezcan en libertad y no estén bajo llave y entre rejas, es la prueba más fehaciente de que esto no es una democracia.
La pantomima de Estado de Derecho que sufrimos, queda al descubierto con una simple fotografía. Este breve encuentro desmonta el cuento de hadas que nos repiten cada día desde hace más de 30 años. La Disneylandia borbónica esconde un oscuro patio trasero, adonde desembocan los detritus de la libertad. Allí, el gran titiritero guarda a sus muñecos cuando no los necesita. De vez en cuando, los saca de paseo. Los felipes y los aznares seguirán poblando nuestras pesadillas hasta que no logremos arrancarnos las cadenas que nos separan del futuro.
¡Lo que puede dar de sí una fotografía, si se la estira como a un chicle!
*Se dice que fue el granadino Manuel Jiménez de Parga, posterior ministro de la UCD y presidente del Tribunal Constitucional con Aznar, el que utilizó esta afortunada expresión para referirse sutilmente al fallecimiento de Francisco Franco, años antes de que sucediera tal cosa.
1 comentario:
Respeto para el Reino de León
Castilla-León NO existe. La Comunidad Autónoma inventada por el interesado acuerdo de Peces-Barba (PSOE) y Martín-Villa (UCD y posteriormente PP) se llama Castilla Y León ya que en ella se encuentran unidos, contra toda lógica, el Reino de León y seis de las ocho provincias que formaban Castilla la Vieja y también es la prueba palpable de que no existe verdadera democracia en España puesto que su invención se justificó con unas inexplicables e inexplicadas "razones de Estado".
Tras 25 años de existencia, las provincias castellanas mejoran día a día su nivel de vida (la renta per cápita de Burgos y Valladolid es igual a la de Barcelona y superior a la de las otras tres provincias catalanas) mientras el Reino de León (provincias de León, Zamora y Salamanca) ven como su renta per cápita va disminuyendo día a día, sus recursos son explotados por comarcas vecinas y sus jóvenes se ven obligados a emigrar por falta de oportunidades.
Las protestas de los leoneses son silenciadas en unos medios de comunicación dóciles y sometidos a la “dictadura” de la publicidad institucional y cualquier queja es rápidamente descalificada como provinciana o cavernaria mientras se gastan ingentes sumas en tratar de potenciar la inventada e inexisente "identidad castellanoleonesa", dejando en el abandono la cultura y el patrimonio leonés.
www.ellagodelaxana.blogspot.com
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