Retomamos con brío renovado una sección del blog, en la que amigos y compañeros del que suscribe plasman en el Llanto opiniones, artículos, poemas, relatos, cuentos y demás... Espero se animen pronto nuevos integrantes de la banda del trabuco (esto va por ti, Joaquín).
Esta vez os ofrezco la oportunidad de disfrutar con el agudo análisis del denominado Plan Bolonia, que ha elaborado últimamente Quijote Gades.
Ale, a leer.
La Universidad al servicio del Capitalismo: Curso intensivo de Bolonia para tontos
En los últimos días hemos oídos infinidad de veces en los medios de comunicación la palabra Bolonia. Y no, no se refiere ni a los turistas que visitan cada año la conocida Plaza Mayor de dicha ciudad alemana, ni a las famosas playas situadas en la costa gaditana.
Cuando hablamos de Bolonia, nos referimos, a groso modo, al proceso de reforma que se quiere llevar a cabo en los diferentes sistemas universitarios europeos.
El proceso de convergencia europea, que se presenta como una forma de armonizar los diferentes sistemas universitarios europeos, tiene un espíritu que casi todo listillo podría compartir: equiparar titulaciones; desarrollar un aprendizaje más centrado en el estudiante, reduciendo el peso de las clases magistrales, o potenciar la docencia autorizada y de tipo seminario.
Ese no es el problema de Bolonia, el problema del Plan Bolonia es el marco global en el que se inscribe y la filosofía que orienta esta reforma.
No es muy difícil entender, que un aprendizaje más centrado en el estudiante y más tutorizado implica grupos de estudiantes más pequeños y, por tanto, más profesorado, cambios en las instalaciones, etc.; es decir, más financiación, claramente: más dinero.
Pero la aplicación del Plan Bolonia busca que la financiación corra, cada vez más, a cargo del bolsillo de los estudiantes y de las propias universidades, haciendo sus productos más atractivos para su posterior aplicación empresarial.
El bolsillo de los estudiantes se resentirá. Quienes quieran acceder a los títulos de posgrado, los masteres (aquellos que ofrecen una formación científica especializada y que serán los que realmente cuenten para acceder a los puestos mejor remunerados del mercado laboral), tendrán que pagarlos a un alto precio. Lo que antes equivalía a ser licenciado en una carrera de cinco años, ahora se divide en dos partes (grado y posgrado) y, si se quiere llegar a esa especialización de cinco años, se tienen que pagar el posgrado a precio de oro.
Pero no se asusten, que el capitalismo tiene soluciones para todo. Para eso se ha creado la figura de los préstamos-renta. Es decir, pasamos de las becas a los préstamos bancarios (es fácil imaginar quienes son los más interesados), con lo que, a partir de ahora, los estudiantes estarán endeudados antes incluso de intentar buscar una vivienda. Pero lo crucial es el cambio que suponen: se pasa de considerar la educación superior como un derecho accesible a toda la ciudadanía, a entenderla como una prerrogativa que se financia a quienes pueden devolver esa inversión. Para volverse loco.
La financiación de las universidades públicas también se resentirá. Las inversiones y los planes de estudio están siendo pensados de acuerdo con las exigencias del mercado y como preparación al mercado de trabajo. Mientras, se recorta el presupuesto para proyectos improductivos de orientación humanística y/o crítica. Porque la profesionalización ya no es una finalidad entre otras de la Educación superior, sino que tiende a convertirse en la principal línea directriz de todas las reformas educativas. Con el argumento de que la Educación superior debe atender a las demandas sociales, se hace una interpretación claramente reduccionista de qué es la sociedad, como si esta se redujera únicamente a los intereses de las grandes empresas.
Es obvio que hoy en día toda persona necesita habilidades, aptitudes y competencias adecuadas para moverse en el mundo laboral, pero sorprende que la actitud de las universidades sea reducir la enseñanza universitaria a las competencias útiles para la gran empresa, obedeciendo a un utilitarismo que impide a los jóvenes interesarse mínimamente en lo que parece no ser vendible en el mercado de trabajo. Otras capacidades que podrían promover una sociedad más justa y mejor van quedando obsoletas y se las obvia progresivamente.
Pero aun hay más, incluso la financiación pública se subordina a la previa obtención de fuentes de financiación externa; es decir, privada. Donantes que imponen su logotipo en las paredes, vuelven a bautizar los edificios y promueven cátedras a cambio de una denominación que revela el origen de los fondos. (Ya me lo explicaba mi gran amigo José María hace unos años cuando veíamos el nombre del Santander en nuestro carné universitario). La investigación que proviene de estas cátedras responde a los intereses de quienes patrocinan, no sólo porque son quienes hay que demostrar la eficacia de su inversión a través de resultados tangibles y que produzcan beneficios, sino también porque recortan y definen los temas e intereses de la investigaciones, así como las prioridades de las mismas.
La prioridad en los temas a investigar van en función de los intereses de las grandes empresas y no para la investigación de cuestiones locales de interés para la gente empobrecida, las minorías y las mujeres de clase trabajadora, por ejemplo.
Es lo que denominan los expertos como el capitalismo académico. Universidades cuyo personal sigue siendo retribuido en gran parte por el Estado, pero cada vez más comprometidas en una competencia de tipo comercial, en busca de fuentes de financiaron complementaria.
Resulta difícil pensar que esta universidad va a poder preocuparse por la interculturalidad, por la diversidad, por la filosofía o por el pensamiento crítico en este contexto de competitividad por los resultados y por figurar en el ránking de la excelencia académica.
Es necesario defender una universidad que se comprometa con la sociedad, que sea motor de transformación social. Pero el Plan Bolonia no pretende cambiar la sociedad desde la universidad para hacerla más justa, más sabia, más equitativa, más comprensiva, sino adaptar la universidad al mercado, a una parte muy concreta de la sociedad, cuyas finalidades no se orientan precisamente hacia la Justicia, la comprensividad o la equidad, como a la vista está. Por ello, necesitamos repensar los auténticos problemas de la universidad, para que otro proceso de convergencia sea posible. Aboguemos por una reforma de la Educación superior desde una óptica auténticamente social y al servicio de la sociedad y no exclusivamente del mercado y capital.
Esta es la auténtica realidad de Bolonia, más allá de lo que pueda parecer. Y lo más denigrante es que nuestro insulso social liberal presidente la apoya plenamente y encima, reprime, con las fuerzas del orden que todos los españoles pagamos, a los que se manifiestan pacíficamente en contra de este proceso.
Que no nos vendan milongas. A las cosas hay que llamarlas por su nombre. Este Espacio Europeo para la Educación Superior como quieren llamarlo, no es más que la Universidad al servicio del Capitalismo.
Roma no paga traidores, la España de los pueblos tampoco
No hay comentarios:
Publicar un comentario