Relato estival de política-ficción
Un águila real desplegaba su imponente anatomía sobre la Carrera de San Jerónimo. Batiendo sus alas, oteando el horizonte, ajena al revuelo que se había formado abajo, alrededor del edificio de las Cortes. Los municipales acordonaban la zona con presteza, ante las protestas a coro de un borracho noctámbulo y de un viejo madrugador. Los furgones policiales se amontonaban, conteniendo a duras penas a los curiosos, que eran legión, a tan tempranas horas de la mañana.
Los cronistas parlamentarios bebían café de máquina en un corrillo, algunos mojaban churros en el chocolate hirviente, otros se ajustaban la bufanda o se abrochaban el último botón del abrigo. Los reporteros de la tele hacían su aparte, compartiendo cigarrillos, contando chascarrillos y chistes malos.
El coche blindado que transportaba al primer magistrado de la nación llegó sobre las ocho y media. Baltasar Garzón Real descendió del auto con suficiencia, saludando a renglón seguido al presidente de la Asamblea Nacional, diputado Eduardo Madina. Una nube de reporteros y de cámaras rodeó sin piedad al presidente de la República, mientras Madina lograba zafarse del acoso periodístico, trepando con dificultad hasta los leones de las Cortes, donde le aguardaba un grupo de diputados correligionarios.
Antonio Moreno Vázquez leía el diario Público en su escaño, bostezando de vez en cuando, revisándose las ojeras en un espejito de mano que guardaba en la cartera de cuero. La noche anterior había recorrido los peores antros de Malasaña, devorando cacharrito tras cacharrito, emprendiendo un tour alucinante a la vera de Emilio Villarrubia Aguilera, colega de farras y de fiestas de guardar, dispuesto siempre a alternar las copas con el flamenco o con el frikismo más descarado. Una chica totalmente ida, pasada de alcohol y de porros, le había reconocido, soltándole un mítin político en medio del pub, mentándole a Marx y a su madre.
La juventud quedaba lejos, perdida en cualquier recoveco de los recuerdos, anclada en el puerto marinero del que se partió para nunca regresar. Las brumas del pasado le envolvían, le devolvían a su época de estudiante universitario en Granada, a los amigos repartidos por el mundo, a los amores olvidados, a los compañeros muertos hace ya tanto.
Cuando Garzón entró en el hemiciclo, Moreno dobló el periódico y lo guardó en la cartera, recolocándose el cuello de la chaquetita blanca, la de las grandes ocasiones. El jefe del Estado le saludó con la mirada, respondiéndole el diputado con una mueca que intentaba ser amistosa.
Durante la etapa postrera del reinado de Juan Carlos I, Moreno había sido hipercrítico con la actuación del entonces juez de la Audiencia Nacional. El afán de protagonismo, la búsqueda exacerbada de notoriedad mediática, ciertos tropezones procesales, la obsesión de acabar con el independentismo vasco a toda costa, mezclando churras y merinas, pescando a río revuelto, arriesgando libertades públicas en pos del fin del terrorismo etarra. Garzón no era santo de su devoción, precisamente.
Por esos años, Antonio Moreno apenas tenía veinte. Aún ni imaginaba que acabaría siendo alcalde de su pueblo natal, Alcalá del Valle, en la legislatura 2015-2019, coincidiendo con el acceso al trono de Felipe VI el 17 de abril de 2016. No se le pasaba por la cabeza que el 8 de junio de 2025 una Asamblea Constituyente iba a proclamar, en sesión extraordinaria, la Tercera República Española. Ni en sus sueños más remotos había podido imaginar que él iba luego a ocupar un escaño en la Asamblea Nacional, órgano unicameral del nuevo régimen, cómo portavoz del grupo parlamentario de Izquierda Unitaria Anticapitalista.
Baltasar Garzón pronunciaba su discurso en la tribuna de las Cortes con parsimonia, mirando sus papeles con el rabillo del ojo. Aunque se negara a reconocerlo, era un anciano septuagenario, cercano a los ochenta, enfermo crónico de hipertensión, cargado de kilos y de razones de peso para abandonar un cargo que ocupaba desde el 23 de octubre de 2029. Garzón había ganado las elecciones presidenciales de 2029, presentándose cómo candidato independiente, con el apoyo explícito del Partido Socialdemócrata Federal, capitaneado por Eduardo Madina y con el concurso de intelectuales de renombre cómo Luis García Montero, Juan Mariano Amaya o Sonia Gullón. El formidable aval que llevaba el antiguo juez debajo del brazo era su decisiva contribución a la solución negociada del conflicto vasco.
Los ciudadanos decidieron premiarle por su papel como comisionado especial del gobierno Madina en el diálogo abierto con la organización terrorista tras la tregua de noviembre de 2027. Garzón supo superar rencillas de siglos y tejer con sabiduría un acuerdo de mínimos que garantizaba la entrega de las armas por parte de ETA y la legalización de los partidos de la izquierda abertzale, estableciendo el objetivo a largo plazo de un referéndum de autodeterminación en Euskadi y en Navarra. El antes encarnizado enemigo del abertzalismo había conseguido una paz ansiada por los españoles, y apoyada mayoritariamente por los independentistas vascos.
El referéndum estaba previsto para la primavera del año 2034, aún faltaba año y medio para su celebración. El reciente nombramiento del histórico dirigente vasquista Arnaldo Otegi cómo vicelehendakari presagiaba un clima calmado de cara a la cita con las urnas. Otegi había renunciado a la violencia cómo instrumento político tras el fallecimiento de Juan Carlos I en abril de 2016, en el marco de las algaradas y disturbios prorrepublicanos que paralizaron Madrid y Barcelona durante tres semanas.
Esas movilizaciones propiciaron también la ruptura en el seno del PSOE, que se escindió en tres grupos: a la izquierda el Partido Socialdemócrata Federal de Madina, Cristina Narbona y Jesús Caldera, en el centro el PSOE Auténtico (Manuel Chaves, Rodríguez Zapatero, Pepe Blanco) y a la derecha la Unión Progresista Española (José Bono, Alfonso Guerra, Felipe González, Rubalcaba). La primera formación inició un proceso de consolidación que le permitió participar activamente en el desmantelamiento del sistema monárquico, estableciendo unos principios ideológicos claros: republicanismo, economía socialista de mercado e independencia en política exterior.
El PSOE Auténtico acabó siendo absorbido por la UPE. Para cuando la monarquía Borbón se deshizo en pedazos, acogotada por tremebundas recesiones, ruido de sables y levantamientos obreros, la UPE era un partido marginal, que acabó diluido en la sopa de siglas de las derechas españolas.
El presidente de la República estaba concluyendo su perorata, Antonio Moreno finiquitaba su intervención en el procesador de textos, en ese preciso instante, Arturo Mallorquí, secretario general del Partido Centrista Republicano, soltó una estruendosa carcajada, que rebotó en las paredes del hemiciclo. Aquel antiquísimo Congreso, que aún conservaba los restos de la balacera del teniente coronel Tejero en febrero de 1981, se estremeció en sus cimientos, tal era la potencia del vozarrón de Mallorquí.
El Moreno de Cádiz, motejado así por sus condiscípulos de la facultad, respondió al exabrupto con un gesto de cortesía. Era un gentleman del comunismo, caballero andante consciente de su destino de clase, principal representante de seis millones de españoles, votantes de Izquierda Unitaria Anticapitalista.
Mallorquí era un abogaducho de tres al cuarto, accionista de Telefónica, lameculos oficial de la familia Botín, líder de Nuevas Generaciones en la época de Mariano Rajoy. En 2019 participó activamente en la fundación del Partido Centrista Republicano, conjunción de centristas, liberales, democristianos y seguidores de Rosa Díez. Al instaurarse la República, mantuvo conversaciones con sectores de las Fuerzas Armadas, descontentos con Felipe VI, pero frontalmente anticomunistas.
Ahora ejercía de Castelar de la derecha civilizada, enseñando las fauces de bestia corrupia cada vez que alguien osaba hablar del socialismo, de la planificación democrática de la economía o de la laicidad del Estado.
Baltasar Garzón terminó la parrafada con suficiencia. Bajó del estrado y se dirigió a la tribuna de invitados donde le esperaban su esposa y varios amigos personales.
Un cuarentón maqueado, traje príncipe de Gales marca Armani, frondosamente engominado, se encaramó al micrófono, carraspeando antes de pronunciar la réplica al discurso presidencial. Fernando Sáenz de Heredia y Rodríguez de la Higuera, niño bien del barrio de Salamanca, galgo corredor de casta franquista, jefe nacional del Frente Español Antimarxista en el lustro de plomo (2019-2024), reconvertido ahora al parlamentarismo como portavoz de Coalición Liberal-Conservadora, el chiringuito creado por los ex ministros más carcas de Aznar.
Antonio Moreno desconectó en cuanto Sáenz de Heredia comenzaba a desgranar los entrantes de un menú dialéctico harto conocido, harto cansino. La cabeza le daba vueltas, necesitaba un vaso de agua helada y una aspirina para calmar la incipiente cefalea.
En la cafetería de la Asamblea, mientras removía la pastilla en el vaso de tubo repleto hasta los bordes de agua de Lanjarón, se dejó llevar por la ensoñación de nuevo, removiendo a su vez las entrañas de un alma castigada por la edad y las putadas de la política partidaria.
Él se creía un hombre de acción, un revolucionario de barricadas y banderas al viento, pero el destino le había reservado otro rol: ser un politicastro profesional, ocupante de un escaño en un parlamento burgués, oyente indignado de las paridas de cuatro ricachones aburridos. Antonio engañó a la resaca tragando el agua en un santiamén, pagó la consumición y subió hasta su despacho.
Dos fotos decoraban la oficina del diputado comunista: en una aparecía de jovencito rodeado por Marcelino Camacho y Josefina Samper, en la otra charlaba animadamente con Julio Anguita en el día de su 85 cumpleaños. Moreno descolgó una gabardina gris del perchero, se la colocó, apagó las luces del cubículo y echó la llave.
Cuando abandonó las Cortes, empezaba a llover. Se había dejado el paraguas en su apartamento de Cuatro Caminos. Maldijo su suerte.
Eran las doce y catorce minutos del mediodía cuando fue engullido por una boca de metro.
1 comentario:
eres grande labrac, eres un genio. tus discípulos nos sentimos orgullosos de ti. un abrazo desde la cuna de la libertad.
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