La vida humana es una experiencia finita, una odisea fugaz cuya estela permanece en la memoria de los nuestros, guardada bajo siete llaves en la corteza cerebral de aquellos que nos quisieron, nos amaron, nos odiaron.
Cuando las campanas tocan a muerto por un hacedor de naciones, un albañil de utopías, un arquitecto de anhelos colectivos, el llanto por el difunto es la demostración fehaciente de que éste no vivió en vano. Las masas llevan el duelo, su ánimo está de luto, el revolucionario pierde el pulso, expulsa la respiración, enraizado en el alma de su pueblo.
Juan Almeida Bosque, Comandante de la Revolución Cubana, eligió trinchera en el Moncada, ratificó la opción en el Granma, sostuvo el estandarte rojinegro del Movimiento 26 de Julio durante cinco décadas, por más que porfiara la ofensiva usamericana. "Aqui no se rinde nadie", afirmó en su día el negro Almeida.
Ni Almeida ni Cuba consideraron siquiera la posibilidad de rendirse.
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