Érase una vez una republiquita centroamericana, de hondas resonancias gramaticales, donde dos partidos oligárquicos se repartían el poder desde hacía siglo y pico. Érase una vez un terrateniente ganadero, miembro de uno de esos partidos, elegido presidente en noviembre de 2005. Érase una vez una alianza de países bolivarianos, ávida de reclutar nuevas naciones, opuesta de manera categórica a otra alianza económica, patrocinada e impulsada por los Estados Unidos. Érase una vez un teniente coronel de paracaidistas, comandante de la Revolución venezolana, hombre de grandes fervores populares y exacerbados odios burgueses, enemigo número uno de la extrema derecha continental.
En determinado punto y hora, el terrateniente y el comandante se encontraron. Allí se gestaron una amistad fraterna y un pacto financiero, Honduras se incorporó al ALBA, Manuel Zelaya Rosales dio un viraje en su trayectoria anterior, abandonando el neoliberalismo y abrazando la causa de Simón Bolívar. Los poderes fácticos hondureños pusieron el grito en el cielo, no cabía en sus planes que uno de los suyos desertara del carro de los vencedores y se subiera al de los populistas castrocomunistas. Consumada la traición de clase, organizaron la revancha.
Entretanto, Manuel Zelaya se paseó por los procesos revolucionarios en ebullición, conociendo similitudes y distingos, ejerciendo su novísimo papel de compañero de viaje de los presidentes de la renovada izquierda latinoamericana. Incluso cometió el imperdonable error de firmar acuerdos comerciales con Cuba, viajando a La Habana y entrevistándose con los hermanos Castro. De aquel encuentro se tomaron una serie de fotografías, que denotaban la cercanía y el respeto mutuo entre los líderes cubanos y el presidente hondureño, que aparecía en las instantáneas junto a su hija.
La burguesía hondureña se tomó las fotos cómo una puñalada en el costado, sangrando abundantemente, rabiando de dolor cómo una fiera herida en su orgullo. Aquel viejecito en chándal que sonreía junto al cowboy Zelaya era el mismísimo demonio, el principal representante de aquello que más despreciaban, de aquello contra lo que habían guerreado siempre: el socialismo. Mel Zelaya, componente del Partido Liberal, dueño de tierras y de reses, se había atrevido a romper el cerco mediático anticubano, reconociendo el patronazgo moral de Fidel Castro sobre los gobiernos progresistas al sur del río Grande. Su suerte estaba echada.
El nuevo rumbo que imprimió Zelaya a su quehacer político no se detuvo en los gestos ni en las declaraciones, se tradujo en 400.000 rúbricas ciudadanas solicitando la instalación de una cuarta urna en los comicios de noviembre próximo, dirigida a preguntar al pueblo sobre la conveniencia de establecer una Asamblea Constituyente destinada a reformar la Constitución vigente, establecida tras una dictadura militar en 1982. Las alarmas sonaron definitivamente. Era el momento de abrir la jaula de los gorilas.
La madrugada del domingo 28 de junio, un grupo de soldados secuestró a punta de pistola al presidente Zelaya, sacándole de la cama en pijama y sin calcetines, trasladándole seguidamente a una base aérea, desde donde se le saco del país clandestinamente, con destino a Costa Rica. En paralelo, el Ejército tomaba las calles de Tegucigalpa, cortando la señal del canal público de televisión y de las radios alternativas. El Congreso, reunido en sesión extraordinaria, dio a conocer una supuesta carta de renuncia de Mel, proclamando presidente de la República a su propio titular, Roberto Micheletti. El gobierno de facto ordenó a sus perros de presa la caza y captura de los integrantes del gabinete Zelaya, empezando por la canciller Patricia Rodas, que estaba en contacto telefónico permanente con Telesur, la televisora vinculada al movimiento bolivariano.
Fuera de Honduras, el ALBA reaccionó con contundencia, condenando el golpe de Estado y solicitando un pronunciamiento público de la Administración Obama en el mismo sentido. Fue la primera de una espiral ininterrumpida de condenas, que incluyó a la OEA, a la ONU, a la UE, al Grupo de Río y, finalmente, a los EEUU. Mientras, los golpistas capturaron y golpearon a los embajadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua, que se encontraban junto a la ministra Rodas, que finalmente fue detenida y expulsada a México.
Honduras ha sido aislada por la comunidad internacional, que ha exigido la restitución en el cargo presidencial de Manuel Zelaya, acogido en Costa Rica por el gobierno conservador de Óscar Arias, para luego marchar a Managua (Nicaragua) a la cumbre extraordinaria del ALBA, convocada con ocasión de los sucesos hondureños.
Las últimas noticias informan de la pretensión de Mel de retornar a su patria este jueves (pasado mañana), acompañado del secretario general de la OEA y de varios mandatarios de la región. La caída de la dictadura de Goriletti (bautizado así por Hugo Chávez) parece inminente. Estaremos atentos...
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado, ¿o no?
Moraleja: La irrupción del chavismo en la escena política sudamericana a finales de los noventa trastocó los planes imperialistas en su tradicional patio trasero. Contrariando el hundimiento de la izquierda anticapitalista en el resto del orbe, la dinámica arrolladora impulsada por Chávez y por el pueblo venezolano, sembró América Latina de gobiernos transformadores, quebrando la hegemonía yanqui, capitalizando el interés catódico de los grandes medios. Éstos emprendieron una cruzada antiChávez, que no ha hecho sino reforzar la popularidad del comandante entre la clase obrera del continente.
Utilizando la exuberancia petrolera venezolana, no para enriquecer a una élite corrupta e improductiva, sino para mejorar las condiciones de vida de sus compatriotas, y a su vez, la del común de los latinoamericanos, el prestigio de la Revolución Bolivariana ha aumentado de manera excepcional, contagiando a vecinos y a aliados. Es en éste contexto, en el que debemos situar el caso Honduras, o sea, la radicalización izquierdista de un ganadero de derechas, deslumbrado por el Socialismo del siglo XXI, deseoso de experimentar en su país un proceso de cambios.
Estas circunstancias especiales también han obligado a los EEUU a condenar la acción golpista, acción que, probablemente, impulsaron en un principio, y abandonaron después, tras comprobar la rotunda posición negativa de Brasil, México o Chile. El imperio no tiene la maniobrabilidad de antaño en Sudámerica, y eso es algo de lo que hay que congraciarse.
Concluye el cuento en unos puntos suspensivos, ya que el que escribe estas líneas no sabe leer el futuro, si acaso, interpretar el presente.
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