lunes, junio 18, 2007

23-F, el 18 Brumario de Juan Carlos de Borbón

«La restauración monárquica nacía elitista, selectiva y desconfiada ante la voluntad popular libremente expresada. Surgía del caciquismo de los clanes y castas del franquismo, que se ampliaba a los caciques de la oposición, ávidos de tocar poder (...) No obstante, tenía una ventaja sobre el modelo a imitar, aquél de 1874, es que en esta ocasión la llamada ala liberal, frente a la conservadora, era más amplia, pues comprendía también a la izquierda histórica, una izquierda que renunciaba a todo lo que la definía como tal»

Pablo Castellano (exdirigente del PSOE, del PASOC y de IU)

Soy hijo de la Transición. Nací cuando el nuevo Régimen estaba ya consolidado, en plena era felipista. Crecí oyendo hablar de ella, siendo adoctrinado, aprendiendo a adorar aquel proceso político mitificado. Desde el púlpito televisivo, desde el sillón del maestro, la gran mentira cuajó en mí, y en mis compañeros de generación. No conocimos a Franco, ni siquiera a Suárez, España ya había transitado cuando vinimos al mundo.

Ahora otro aniversario revive aquella época. De nuevo, alabanzas y parabienes al consenso, reverencias al monarca, y recuerdo cariñoso del duque de Suárez. Todo sea por la Constitución, todo por la democracia. Morralla, basura informativa, sumisión al poder, pena de país.

En medio de la ficción caramelizada, dos antiguos prohombres de la UCD confiesan el delito: el principal objetivo de la Transición fue reducir a mínimos el potencial social, obrero y electoral del PCE. Para ello, fabricaron una ley electoral anticomunista y financiaron al PSOE. Ya no nos pueden llamar conspiranoicos, Herrero de Miñón y Calvo-Sotelo han cantado.

Ganaron, volvieron a ganar. De hecho, no han perdido desde el 18 de julio. El herrumbroso andamiaje de la dictadura obstaculizaba las perspectivas europeas del capital. El invento franquista ya no les servía. Había que renovar el Estado, siguiendo siempre parámetros lampedusianos. Evitar la República, apostando por la Monarquía heredera del dictador.

Uno de los puntales de esta estrategia fue el meteórico resurgimiento del PSOE, a cuenta de alemanes y yanquis, con discurso rupturista e intenciones reformistas. El PSOE de Suresnes renunció a Pablo Iglesias y se encargó de arrinconar al PCE. La clase política franquista se dividió en varios partidos, desde el centro derecha al fascismo más irredento. El búnker ejerció de asustaviejas, sus cachorros actuaron como bandas parapoliciales, reventando manifestaciones y asesinando izquierdistas.

El PCE abandonó el rupturismo, acató la Monarquía, jugando al posibilismo. La disciplina de partido, el centralismo democrático, condicionaron la actuación política de muchos militantes comunistas disconformes con el carrillismo. La extrema izquierda, abanderada del republicanismo, fue perseguida y diezmada, emigrando sus cuadros dirigentes al PSOE en los ochenta.

ETA animó el ruido de sables, mientras crecía el apoyo ciudadano a la izquierda abertzale. Desmovilizado el movimiento vecinal, calmadas las universidades, contentos los sindicatos con la legalidad y la posibilidad de negociar con el patrón, la Transición fue triunfando. Con el paso del tiempo, gente cómo Marcelino Camacho o Julio Anguita han reconocido que aquello constituyó una evidente derrota de las fuerzas populares.

Algunos rumores de golpe militar quizás fueron difundidos desde los propios partidos de izquierda, ávidos de justificarse ante su honrada y leal militancia. Lo cierto es que el sector más duro del franquismo no estaba contento con el rumbo de la Transición, demasiado liberal para su gusto. Estos factores cristalizaron el 23 de febrero de 1981, cinco años después de la muerte del Generalísimo, en la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del gobierno.

Numerosos indicios, desvelados por militares disidentes como Juan Alberto Perote o Amadeo Martínez Inglés, señalan que la toma del Congreso fue una farsa y el propio Tejero un pelele, dirigido por instancias superiores. Una operación de envergadura, que rectificó el camino que empezaba a recorrer el nuevo Régimen. Una operación que debilitó el poder autonómico y facilitó la victoria socialista en 1982, a costa del desmoronamiento de la UCD.

Parece que Adolfo Suárez, principal arquitecto de la Transición, quiso volar sólo, no respetó los compromisos adquiridos, intentó independizarse de la tutela imperialista. Decidió ser el De Gaulle español, un derechista sutilmente enfrentado al Imperio, formar parte del mundo no alineado, establecer relaciones más fuertes con el bloque socialista. Y, casualidades del destino, los barones ucedistas empezaron a rebelarse, se revolvió el gallinero del centro, decayó el favor regio, y llegó la dimisión de un Suárez amenazado y vencido. Washington no paga traidores.

La ultraderecha se diluyó en el pozo de AP, ETA siguió matando, España votó masivamente al PSOE. Los mismos que habían rechazado la OTAN ratificaban nuestra entrada en esa alianza terrorista, a la vez que organizaban el GAL. El PCE fundaba Izquierda Unida, como un proyecto unitario que agrupaba a las distintas sensibilidades anticapitalistas. Felipismo, guerra sucia, corrupción. Pero eso, es otra historia.

El golpe del 23-F triunfó, aunque los cortesanos nos digan lo contrario. Se desarticuló la opción Suárez y a la izquierda le metieron el miedo en el cuerpo. España amaneció juancarlista aquel 24 de febrero. El trabajo estaba hecho, la República olvidada, los criminales franquistas amnistiados, España en la OTAN, la verdadera libertad agonizante en el vertedero de la Transición.

Juan Carlos de Borbón, digno sucesor del gallego, venció. El pueblo soberano, se dejó engañar, se dejó ganar. La Transición devino en dogma. La democracia, en quimera. La dinastía Borbón, expulsada en dos ocasiones del solar patrio (1868 y 1931), volvió a legitimarse. Como antaño, los espadones al servicio de la Corona. La República ha muerto, viva el Rey.

martes, junio 12, 2007

La canalla fascista

Cuanto odio, cuanta maldad, cuanta vileza contiene esa carta. Ha visto la luz hace escasos días, a través del diario La Razón, de tendencia derechista. Ha impactado en ciertos corazones con dureza, nos ha recordado lo que fuimos y lo que seguimos siendo. Manuel Luna, fascista granadino desconocido hasta ahora, ha desnudado lo peor de nuestra historia, el crimen implacable de la oligarquía contra el pueblo.

Tantos años después este testimonio brutal destila veneno contra la decencia y la dignidad humanas. Manuel Luna describe los horrores del verano del 36, jactándose del asesinato de intelectuales y políticos adscritos al Frente Popular. Este personaje, surgido de las brumas de la memoria, recuerda con satisfacción las muertes de Virgilio Castilla, Juan José de Santa Cruz o Fernández Montesinos, ejecutados en el cementerio de San José, luces de la República que fueron apagadas violentamente.

A continuación el criminal se centra en el poeta García Lorca. No podemos saber si su relato es totalmente verídico o si en algunas ocasiones fantasea. Afirma que perteneció a la ronda depuradora de Ruiz Alonso. Sin lugar a dudas, Ramón Ruiz Alonso fue el gran responsable del asesinato del poeta.

De profesión tipógrafo, diputado de la CEDA, padre de las actrices Emma Penella, Elisa Montes y Terele Pávez, tachado de "obrero amaestrado" por José Antonio Primo de Rivera. Él firmó de su puño y letra una de las denuncias que propiciaron la detención de Lorca. Formó parte de las Escuadras Negras, cuadrilla mortal que limpió Granada de rojos, al servicio directo del comandante José Valdés, militar y falangista.

Luna termina su memorial de infamias refiriéndose al fusilamiento de Leopoldo Alas Argüelles, rector de la Universidad de Oviedo e hijo del autor de La Regenta. Además de matar al rector republicano, la reacción truncaba la vida del hijo de Clarín. Las clases poseedoras, magistralmente descritas en La Regenta, se vengaban del escritor (muerto prematuramente en 1901) asesinando a su hijo. Cuanto dolor, cuanta impunidad, cuanto fascismo.

Con esta carta, Manuel Luna, maldito sea, pasa a ocupar un puesto destacado en la galería de los horrores del siglo XX español. La vesania del remitente no puede hacernos olvidar la vida y milagros del destinatario, Melchor Fernández Almagro. Para muchos sólo sonará a nombre de calle, pero para uno, que ha visto varias veces su majestuosa tumba en el camposanto granadino, tan cerca del sepulcro de Ángel Ganivet, suena a rabia y a injusticia. Este señoritingo, que trabajó para la propaganda del bando franquista durante la guerra, fue luego crítico literario de ABC y de La Vanguardia, además de miembro de La Real Academia de la Historia. Descubro asombrado que también fue genetista y estableció la genealogía de los rojos españoles. Un nazi granadino, seguidor de las teorías del doctor Vallejo-Nájera. Cuanta desvergüenza, cuanta amnesia.

Por lo visto, y según cuenta el tal Luna, las teorías genéticas de Fernández Almagro fascinaron al doctor Gregorio Marañón, que se encontraba en Francia, dispuesto a hacer méritos para lograr que Franco le permitiera regresar a España. Trataba Marañón, y bien que lo consiguió, que el Caudillo olvidara sus antiguas veleidades republicanas, intentaba borrar su pasado y aclimatarse al nuevo Régimen. Pronto, pudo volver a la patria, incorporarse a su actividad profesional y gozar incluso de la amistad del tirano, que estuvo a punto de nombrarlo ministro en varias ocasiones.

Gregorio Marañón simboliza al intelectual liberal que abrazó la causa fascista, ante el avance revolucionario de la República. Tres fotos ilustran esta biografía. La primera, fechada en junio de 1931, retrata a los cuatro fundadores de la Agrupación al Servicio de la República (Antonio Machado, Ramón Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset, y el propio doctor) en las bambalinas del teatro Juan Bravo de Segovia, durante un acto público celebratorio de la recién parida Segunda República. En la segunda de las fotografías, Marañón lee unas cuartillas durante un homenaje al gran escritor Benito Pérez Galdós en el Retiro, en enero de 1933. La tercera de las fotografías muestra el estrechón de manos entre Franco y el doctor, que sonríe visiblemente.

Marañón siempre quiso eliminar su presencia en aquella instantánea de Segovia. Tanto él cómo Pérez de Ayala y Ortega y Gasset lo lograron, los tres fueron franquistas, dudosos y titubeantes, pero sirvieron a la dictadura, cobrando por ello. Sólo Antonio Machado, la dignidad hecha carne, fue leal a aquella fotografía, la pagó con su vida, mientras los figurones liberales maquillaban sus conciencias y amortizaban su traición.

Lo tragicómico del asunto es que uno de los fusilados ante la alborozada presencia de Manuel Luna, el ingeniero Santa Cruz, también formó parte de la Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República, al igual que Marañón. Además, Leopoldo Alas Clarín fue mentor y maestro de Ramón Pérez de Ayala. La ruleta de la vida, que encadena actos y personas, unió para siempre la vida de estos españoles, mártires unos y verdugos los otros, en la larga noche del fascismo.

*A continuación, diversos enlaces relacionados con esta noticia, en los que podrán leer la infame carta del cedista Manuel Luna: