viernes, julio 18, 2008

El sermón del 18 de julio


Afuera, la noche es inusualmente fresca. Amenaza lluvia, magnífica para bandear los rigores del verano. Perdonen la tardanza en actualizar, pero ando más ocupado que nunca. Y no es una excusa, es la realidad. Ya soy un currito anónimo más, un cotizante entre millones, proletario de cuello blanco ansioso de revolución.

Mis pormenores laborales no son el objeto de esta reflexión. Sólo sirven de introducción para afrontar relajados uno de los mayores dramas de nuestro tiempo. Siento utilizar el mismo lenguaje sentimental del telediario, pero no podemos permitir que también nos arrebaten las palabras. La sangría constante de pateras y cayucos es un drama porque es inevitable en el capitalismo, ya que sin los naufragios y las tragedias de la mar, el sistema no podría sobrevivir.

El capital produce muerte y desolación, se nutre del sudor de los débiles, se alimenta del hambre de los pobres. La libertad de mercado de unos pocos se sustenta sobre la opresión de la mayor parte de los habitantes de la Tierra. Evitar este rosario de desgracias es sencillo: humanizar la economía, fraternizar las relaciones de producción, estrangular el neoliberalismo, pues.

En las últimas semanas, la prensa ha llorado, con sus habituales lágrimas de cocodrilo, a las víctimas inmigrantes de dos sucesos casi simultáneos, ocurridos en las costas de Granada y de Almería. Incluso, el presidente del Gobierno se pronunció públicamente, lamentando los fallecimientos, cínico cómo acostumbra, incapaz de reconocer su parte de culpa en el crimen.

Occidente es culpable, fueron las potencias europeas las que colonizaron América, África y Asia, ellas patentaron el imperialismo, dando carta de naturaleza al saqueo, al despojo, al robo a mano armada de los recursos naturales de las naciones que ahora llaman subdesarrolladas. De esos polvos vienen estos lodos. España también fue un imperio temible, extendió un reinado de terror de sol a sol, masacró a millones, expolió todo lo que pudo. Ahora recibe un flujo considerable de migrantes, provenientes del Nuevo Mundo que antaño ocupó.

En plena canícula, escapamos masivamente a la playa, a disfrutar de los atascos, del gazpacho y de las nenas en bikini. Mientras, en la orilla opuesta del Mediterráneo, miles y miles de desesperados se preparan para traspasar ilegalmente la frontera española. Nos tostamos al sol, intentando leer el arrugado diario deportivo o el best-seller de moda, peleando con la parienta, vigilando de reojo a los niños, sobando un poquito a la novia. La legión de parias que fabrica la globalización, se atreve a perturbar la tranquilidad burguesa de la que gozamos, rompiendo nuestros esquemas, ahogándose frente a nosotros, demostrando lo barata que se cotiza la carne de esclavo en el mercado global.

Aún así tenemos la desfachatez de ser racistas, de mirar por encima del hombro al diferente, al extranjero. Usamos eufemismos sucios (subsaharianos, magrebíes) delante de cámaras y micrófonos, en el calor del hogar, en la barra del bar, siguen siendo los negros y moros de mierda.

Despachamos el enorme conflicto inmigratorio con dos bravuconadas, en vez de analizar seriamente las causas y los porqués de este fenómeno, que es tan viejo como el ser humano. Es sencillo culpar de todos los males de la sociedad a los extranjeros, sin acordarse de los empresarios, de los políticos corruptos, de los príncipes de la Iglesia. La fábula del burro y la zanahoria se ha hecho carne mortal en la España del siglo XXI.

El que escribe, que ha estudiado a fondo el tratamiento jurídico de la extranjería en la legislación española, y que incluso ha realizado prácticas en servicios municipales para inmigrantes, ya no se sorprende de nada. Ni el asistencialismo ni la mala conciencia socialdemócrata suponen soluciones a largo plazo para tan controvertida empresa. Sólo son paños calientes, parches demasiado pequeños para tapar la desvergüenza reinante.

Integración, asimilación, multiculturalismo, ghetto, suburbios, palabras que se lleva el viento de la actualidad, que revientan las ilusiones de muchas gentes, huérfanas de consumismo. Catálogo rígido y enmohecido de deberes, página en blanco de derechos. Privados del sufragio universal, base elemental de la democracia que tanto pregonan, parece que se lo van a conceder para beneficiar electoralmente al PSOE.

Concluyo el sermón de la montaña más acalorado que cuando lo empecé, en un dieciocho de julio de infausto recuerdo, a setenta y dos años del origen de todas nuestras derrotas.