miércoles, abril 30, 2008

Baraka

"La demostración de que Franco fue superior a Napoleón, César, Alejandro, Carlomagno y Flash Gordon está al alcance de un niño".

(Jesús Flores Thies, coronel retirado, primo lejano del emperador Ming)

"Es el hijo del Padre todopoderoso. La estilográfica más poderosa de España. Es su falo incomparable".

(Ernesto Giménez Caballero, ideólogo fascista y medidor de falos)

"En Marruecos, don divino atribuido a los jerifes o morabitos." Así define la vigésima segunda edición del diccionario de la Real Academia Española la palabra baraka, en su primera acepción. "Fortuna (suerte favorable)", determina la segunda acepción.

La baraka acompañó a Francisco Franco Bahamonde (1892-1975) durante toda su vida. Desde la infancia gris en El Ferrol, marcada por un padre juerguista y mujeriego, y una madre sufrida y beata, hasta la lenta agonía del dictador en el Hospital de La Paz, rodeado de la camarilla de El Pardo, que incluso obtuvo provecho económico fotografiando su cuerpo casi inerte, y vendiendo la exclusiva a las revistas del corazón.

Muchos historiadores se han preguntado cómo pudo ese hombre, de apariencia frágil e insegura, mantener en un puño a la sociedad española durante cuatro largas décadas. No entienden el porqué de la supervivencia del Régimen tras la derrota nazifascista en la Segunda Guerra Mundial, ni el hecho de que Franco falleciera en la cama, sin excesiva oposición.

No saben mirar más allá de sus propias narices, no quieren comprender que Francisco Franco fue la cara visible de una superestructura criminal, que media España fue cómplice de las fechorías del general, que EEUU le consideraba un firme bastión anticomunista (no en vano, se autodenominaba "el primer vencedor del bolchevismo en el campo de batalla").

Sin embargo, debemos reconocer el papel de la baraka franquista en la gran tragedia española del siglo XX. En junio de 1916, Franco, a la sazón capitán de las fuerzas regulares indígenas en la guerra del Rif (1909-1927), recibió una gravísima herida en el abdomen, sobreviviendo milagrosamente, ganándose la admiración de los rifeños que servían en el Ejército colonial español, que unieron para siempre la magia de la baraka al currículum del gallego.

Franco fue un tipo con suerte, africanista curtido en el frente marroquí, cofundador de la Legión Española junto a José Millán Astray, primer director de la Academia Militar de Zaragoza, monárquico tibio y reaccionario declarado. La progresía comete a menudo un error fatal, cuando tacha de inculto, de iletrado e incluso de imbécil al extinto Caudillo. Nada más lejos de la realidad. Franco era un ser extremadamente inteligente, astuto, despiadado, armado del arsenal teórico que ha alimentado a las derechas españolas desde los Reyes Católicos: Centralismo territorial, autoritarismo, catolicismo fanático, veleidades imperialistas...

Franco, al igual que hizo Augusto Pinochet en otras latitudes años después, no se unió a la conjura antirrepublicana hasta el último momento, asumiendo pocos riesgos y exigiendo el mando supremo de la Junta golpista. La baraka volvió a favorecer las ansias de grandeza de Franquito. De sucesivas tacadas, y en menos de doce meses, morían cuatro de las figuras que podían hacerle sombra, dentro del bando fascista.

El primero en caer fue el diputado ultra José Calvo-Sotelo, asesinado por guardias civiles de izquierda, en respuesta al atentado derechista que segó la vida al teniente Castillo. Era el 12 de julio de 1936. La muerte violenta de Calvo-Sotelo aceleró los preparativos golpistas, que culminarían sólo cinco días más tarde, con el levantamiento del Ejército de África.

El 20 de julio la avioneta que se disponía a trasladar al general José Sanjurjo a Burgos, donde iba a asumir la Jefatura de los sublevados, se estrelló nada más despegar en Estoril (Portugal), falleciendo el general en el acto, resultando ileso el piloto, Juan Antonio Ansaldo, conocido aviador de tendencia monárquica.

José Antonio Primo de Rivera, brillante abogado, primogénito del dictador militar Miguel Primo de Rivera, jefe indiscutible de Falange Española, fue fusilado en Alicante, el 20 de noviembre de aquel 1936, sin que Franco moviera un dedo por salvarle. El Gobierno legal contribuyó así, sin comerlo ni beberlo, al apuntalamiento del poder omnímodo del ferrolano.

Otro sospechoso accidente de aviación quitaba de en medio al general Emilio Mola, gran organizador del alzamiento, el 3 de junio de 1937.

Sin rivales de empaque, Franco era proclamado Generalísimo de los Tres Ejércitos y Jefe de Estado de la España fascista, el primero de octubre de 1936. Los generales eligieron a Franco como líder, sin imaginarse que nadie iba a poder arrebatarle aquel cargo nunca. Franco era un mal menor, ya que los otros candidatos tenían un historial marcado por cierto republicanismo.

Gonzalo Queipo de Llano, alcohólico contumaz, fanfarrón y pendenciero, se había levantado contra Alfonso XIII en diciembre de 1930, con escaso éxito. Le secundaron en aquella intentona Ignacio Hidalgo de Cisneros y Ramón Franco Bahamonde, hermano menor este último de nuestro protagonista.

Miguel Cabanellas, anciano general de luengas barbas blancas, reconocido masón, fugaz diputado del Partido Radical (derecha moderada), responsable de la vil ejecución del general republicano Miguel Nuñez de Prado, no era el candidato ideal, ni a ojos de la Iglesia Católica ni a ojos del propio Ejército.

Emilio Mola, todavía vivo en aquellos momentos, aceptó resignado el nombramiento de Franco, supongo que guardándose un as en la manga. No estaba Mola dispuesto a ser un subordinado de Franquito, ni mucho menos. Su oscuro fallecimiento cimentó el triunfo absoluto del Caudillo.

¿Fueron estas cuatro muertes providenciales fruto de la baraka, o hubo una mano negra? No quiero jugar a la política ficción, sólo lanzo hipótesis al viento, en espera de que alguien se digne a investigar, y aporte algo de luz a este misterioso asunto. El tiempo dirá.

Tras la aniquilación de la Segunda República, Franco inició su dictadura personal, fusilando a mansalva, encarcelando a cientos de miles de luchadores, reprimiendo cualquier atisbo de libertad y de crítica. Despuntaba así la época más amarga de nuestra historia, cuyas consecuencias aún sufrimos. Los facinerosos dictaban la ley de la selva y la hacían cumplir, con escrupuloso celo. La noche oscura del alma española desterraba a las tinieblas exteriores a los mejores de entre sus hijos.

Francisco Franco supo adaptarse a la Guerra Fría. Tuvo la cintura necesaria para evitar el aciago destino de sus aliados Hitler y Mussolini, resguardándose bajo la sombra benefactora del Imperio yanqui. Los hombres y las mujeres que se atrevieron a plantarle cara constituyeron una minoría en un país de franquistas por conveniencia.

Cuando la Muerte vino a por él (20/11/75), era un anciano consumido y enfermizo, dominado por sus familiares, el mismo asesino de siempre, el jodido Generalísimo que jodió el pasado, el presente y el futuro de este rincón alejado de la mano de Dios llamado España.

viernes, abril 18, 2008

Richard Widmark, que estás en los cielos


Rubio, malencarado, siempre cerca de un arma de fuego, su rostro encarnó los sueños y las pesadillas de varias generaciones de espectadores, a lo largo del siglo XX. Murió el 24 de marzo de 2008, a la edad de 93 años. Se llamaba Richard Widmark.

Puede que Richard Widmark, el actor, haya pasado a mejor vida, pero sin duda Tommy Udo, el personaje, seguirá aterrorizando a tirios y a troyanos por los siglos de los siglos, blandiendo la sonrisa maléfica que le hizo inolvidable. Con este papel, de psicótico matón, debutó Widmark en la gran pantalla. Corría el año 1947.

La estrella de El Beso de la Muerte (Henry Hathaway, 1947) era Victor Mature, un soseras de cuerpo atlético y mirada lánguida, el bueno de la película. Pero, de pronto apareció Tommy Udo/Richard Widmark , y ya nada fue igual en Hollywood.

Empezaba así una gran carrera cinematográfica, a la sombra de las grandes estrellas. Widmark nunca llegó a las cotas de popularidad de un Humphrey Bogart o de un Clark Gable. No le mimaron los críticos como a Kirk Douglas o a Marlon Brando. Ni siquiera disfrutó de la estela de malditismo que arrastró consigo Robert Mitchum.

Secundario de lujo y protagonista ocasional, detective y gángster, pistolero despiadado y honrado sheriff, Widmark tocó todos los palos, probó todos los géneros, legándonos interpretaciones vibrantes. Recuerdo ahora el mano a mano con Sidney Poitier en Un Rayo de Luz (Joseph L. Mankiewicz,1950) o el duelo con ese otro monstruo, Jack Palance, en Pánico en las Calles (Elia Kazan,1951). Tampoco olvido su participación en el filme coral Vencedores o Vencidos (Stanley Kramer, 1961), al lado de Spencer Tracy o Marlene Dietrich. En Brigada Homicida (Don Siegel, 1968), se metió en la piel del madero Daniel Madigan, a las órdenes del comisionado, el magistral Henry Fonda.

Coinciden la crítica y la afición en señalar Noche en la Ciudad (Jules Dassin, 1950), como el mejor trabajo de Richard Widmark. Esta película es uno de los títulos imprescindibles del cine negro, un relato seco y desalmado de la perdición de un hombre sin escrúpulos, habitante de un mundo incluso peor. Noche en la Ciudad supuso, entre otras muchas cosas, el encuentro entre Jules Dassin y Richard Widmark, el realizador comunista represaliado y el eterno aspirante a primera figura del cinematógrafo. Casualmente, Jules Dassin, sólo sobrevivió una semana a su mejor actor, falleciendo en Atenas el 31 de marzo, tras 96 años de existencia física.

A partir de la década de los 70, Widmark comenzó a desperdiciar su talento en producciones de tercera regional. Justo cuando Robert Mitchum resucitaba a Philip Marlowe en Adiós Muñeca(Dick Richards, 1975), renaciendo de sus cenizas por enésima y última vez, Widmark chapoteaba en la serie B, como tantos otros intérpretes maduros.

Abandonó el cine de manera discreta, por la puerta de atrás, a principio de los años 90. El Color de la Ambición (Herbert Ross,1991) ponía punto final a la dilatada trayectoria profesional de este genio de la actuación. En esta ocasión, Widmark adornaba el filme con un papel de reparto, en una película protagonizada por dos de los actores punteros de aquel momento: James Spader y John Cusack.

Estoy convencido de que, cuando los medios difundieron la noticia de su muerte, muchos se sorprendieron de que todavía siguiera vivo. Es más, todo un señor periodista de alto copete, Ignacio Camacho, director durante algún tiempo del diario ABC (emblema de la derecha monárquica española), dio por muerto a Widmark con ocasión de la defunción de Glenn Ford, en septiembre de 2006*. Así es la prensa borbónica, experta en contrastar datos y en ofrecer veracidad e imparcialidad, incuso en asuntos aparentemente nimios como el que cito. El prestigioso Camacho, prototipo del señorito sevillano al igual que sus colegas Antonio Burgos y Carlos Herrera, sólo tenía que haber tecleado el nombre de Richard Widmark en cualquier buscador de Internet, para comprobar que el astro usamericano continuaba vivito y coleando. Que país...

Richard Widmark se muda al otro barrio, sin hacer demasiado ruido. Tommy Udo continúa entre nosotros, dispuesto a cruzarse contigo (y conmigo) en cualquier esquina.