domingo, septiembre 21, 2008

Mamá, quiero ser comunista


El comunismo no priva al hombre de la libertad de apropiarse del fruto de su trabajo, lo único de lo que lo priva es de la libertad de esclavizar a otros por medio de tales apropiaciones.

(Karl Marx)

Sí, lo has oído bien, eso es lo que he dicho. Concha Velasco, otrora musa del cine nacionalcatólico, ahora protagonista de anuncios electorales del PSOE, cantaba aquello de "Mamá, quiero ser artista". Yo, que de artista tengo bien poco y de musa menos, deseo ser comunista.

¿Contundente, eh? Toma asiento, respira hondo y ten paciencia. A primera vista la petición que acabo de lanzar por esta boca mía es una sonora tontería. Llevo años presumiendo de comunista con el descaro con el que otros presumen de los cubatas que se meten entre pecho y espalda cada fin de semana. O de las tías que se tiran un día sí y otro también.

No me hice comunista por rebeldía ante la figura paterna, ni por encontrarme en un medio hostil a las ideas de revolución y cambio social. Fue justamente lo contrario. Nadie mejor que tú para saberlo. Antes de entender lo que significaba el comunismo, imaginaba que era algo positivo porque en casa se ponía verde a Felipe y se ensalzaba a Anguita.

El primer gran ídolo que tuve, en términos políticos, fue el Che Guevara, ¿Quién si no? El magnetismo del Che es innegable. La cultura pop supo aprovecharse de su cadáver humeante y comerciar con su imagen y con su recuerdo, falsificando el espíritu y la obra de Guevara. Colocándole junto a Marilyn o a James Dean en la galería de mitos caídos en plena juventud, arrancándole la fuerza explosiva del socialismo por el qué murió, enemistándole con Fidel Castro.

A través del Che Guevara llegué a Fidel. Cargado con un montón de prejuicios y de medias verdades, desconfiando del viejo barbudo, pronto descubrí, apartando la maraña de mentiras, el auténtico rostro del genio de Birán. Detrás de Fidel apareció Cuba, la indómita Cuba, la Ínsula Barataria habitada por millones de quijotes.

No consideraba el comunismo un crimen, sino un orgullo, por eso lo pregonaba a los cuatro vientos. Aquello me trajo bastantes problemas en el instituto, discusiones con profesores españolistas, cachondeos de los compañeros de pupitre. Me sirvió para aprender a administrar mejor mis palabras y mis silencios, siguiendo vuestros consejos.

Entonces era un moderado, comparado con lo que soy ahora. A partir de la llegada de Internet a nuestra casa, en el verano de 2003, comencé a conocer la diversidad anticapitalista, navegando por Rebelión, Kaos o la recordada Cádiz Rebelde. Eso fue el acabóse.

Santiago Alba, Carlo Frabetti, Pascual Serrano, Javier Ortiz, James Petras, Lisandro Otero, Alfonso Sastre, Martín Seco, y un largo etcétera de plumas insurgentes, ayudaron a que mi comunismo se afianzara, se ampliara, rompiera el horizonte de lo políticamente correcto. Por la rendija cibernética se coló la Revolución Bolivariana, encabezada por ese morlaco caribeño que responde al nombre de Hugo Rafael Chávez Frías.

Hablando de Hugo Chávez, leyendo el suplemento dominical de El País (antes de que lo bautizaran como EPS, siempre tan cool los chicos de Miguel Yuste) apareció una entrevista con el comandante bolivariano, hacia finales de 1998. Hasta entonces, no había oído nada de Chávez ni de Venezuela. En aquel instante, le catalogué como un émulo de Perón, un militarote sudamericano más, de discurso incendiario y comportamiento conservador.

¡También tengo a derecho a equivocarme, mamá! Los europeos tenemos la mala costumbre de condenar lo que desconocemos, lo que no entendemos. Chávez es demasiado raro, demasiado humano para nosotros. Ese teniente coronel mestizo de verbo incontenible e impetuosa apariencia, cantarín y apasionado, contrasta con la frialdad, la asepsia y la corrección de nuestros politicastros.

El golpe fascista de abril de 2002 me abrió definitivamente los ojos. Estábamos en la Fiesta anual del Partido Comunista de Andalucía, en el recinto ferial de Santa Juliana (Armilla, Granada), cuando desde el estrado leyeron un comunicado de la Juventud Comunista venezolana repudiando el putsch ¿Los comunistas venezolanos apoyaban a Chávez? Así me enteré de que la izquierda clásica también participaba en el movimiento bolivariano.

De esta manera, el comunista eurocentrista se volvía chavista. Desde entonces me convertí en un ardiente defensor de las conquistas de la Revolución Bonita, frente a los más fieros adversarios.

Te he dejado más confusa que al principio mamá, seguro que no comprendes nada. Natural, el repaso que acabo de dar a mis vicisitudes ideológicas no ha servido de mucho. La pregunta sigue en el aire: ¿Quiero ser comunista, teniendo en cuenta que ya me considero a mí mismo como tal?

La respuesta es algo tortuosa y enrevesada. El comunismo es una cuestión de honor, una empresa de mujeres y hombres decentes y honrados. No debe ser un juego de juventud ni un pasatiempo pasajero. No soy adivino y no sé lo que me deparará la vida, espero seguir cumpliendo con mi deber, seguir en la pelea de la revolución. También puede ocurrir que me cambie de trinchera y me haga adepto del dios Mercado.

Por eso te digo que quiero ser comunista. Y si os traiciono en los años que están por venir, no dudéis en recordarme que una vez fui un hombre de provecho.

jueves, septiembre 11, 2008

Memorial de infamias


A la memoria de Celia Hart Santamaría (1962-2008), llama inextinguible de la Revolución Cubana.

Curiosamente, estaba leyendo “Confieso que he vivido”, la autobiografía de Pablo Neruda, en el preciso instante en el que el primer avión se estrelló contra la Torre Norte del World Trade Center. Aquel 11 de septiembre de 2001, del que se cumplen hoy siete años, me encontraba repantingado en el viejo sillón orejero de los abuelos, disfrutando de los avatares existenciales del poeta chileno, del gran vate austral al que se le quitaron las ganas de vivir otro aciago 11 de septiembre*.

Minutos más tarde, pudimos ver por la televisión el choque del segundo avión contra la Torre Sur, emitido en directo en medio mundo. Pasamos la tarde embobados frente a la caja tonta, observando estupefactos el ataque kamikaze contra los centros de poder económicos y militares de los Estados Unidos. Muchos conocimos ese día el rostro de Osama Bin Laden, enemigo público número uno de Occidente, patrón del terrorismo internacional.

Luego, con el pasar de los meses, aparecieron las primeras teorías que cuestionaban la verdad oficial sobre el 11-S. El libro de Thierry Meyssan “La Gran Impostura”, publicado a principios de 2002, desveló las oscuras relaciones entre las familias Bush y Bin Laden, aportando datos técnicos que negaban la versión de los hechos que nos habían contado. A partir de ahí los conspiranoicos hicieron su agosto sacando un montón de nuevas versiones de los atentados en Nueva York y en Washington.

Mi propósito no es transitar por los caminos trillados de la conspiración, aunque yo mismo crea en ella, sino rememorar el 11-S desde mi particular óptica. El terrorismo integrista es una respuesta brutal al más brutal aún terrorismo imperialista estadounidense. Las víctimas occidentales de los ataques islamistas pagan los últimos 60 años de agravios, abusos y tropelías usamericanas en Oriente Medio.

EEUU ha derribado gobiernos democráticos (Irán, 1953), ha fomentado la guerra entre los países de la región (Irán-Irak, 1980-1988), ha apoyado dialéctica y tecnológicamente el apartheid israelí en Palestina (desde 1948 hasta la actualidad), ha financiado y entrenado grupos terroristas islamistas con la finalidad de combatir el comunismo o el nacionalismo reformista árabe (Afganistán, 1979), y ha sostenido militarmente las dictaduras teocráticas del Golfo, vulneradoras de los derechos humanos fundamentales. Este es el impecable historial del Imperio en la cuna de la civilización.

El 11-S sirvió como coartada para la guerra contra el terror, que permitió a los EEUU y a sus aliados invadir y ocupar Afganistán e Irak en los dos años siguientes. Además supuso una excusa genial para socavar las libertades civiles de millones de ciudadanos a lo largo del planeta, sacrificando la libertad en nombre de la seguridad. El neoliberalismo disolvía así los principios del liberalismo político, exterminando todo lo que estorbara a la acumulación capitalista.

La facción más extremista del Partido Republicano, los llamados neoconservadores, provenientes en su inmensa mayoría de la ultraizquierda, se hizo con el control de la Casa Blanca en las elecciones fraudulentas de 2000. George Walker Bush, hijo de presidente y nieto de senador, fue elegido emperador tras el sospechoso recuento de Florida, estado en el que su hermano Jeb era gobernador. El exilio anticastrista radicado en Miami, poderoso lobby en la política usamericana desde 1959, colaboró en el ascenso de Bush Junior a la presidencia.

Con Bush como presidente, y con Dick Cheney como vicepresidente y auténtico líder en la sombra, el proyecto de dominación imperial ha extendido sus tentáculos por Oriente Medio, Asia Central y el Cáucaso, fracasando estrepitosamente en América Latina, su sempiterno patio trasero. Los atentados de factura integrista han seguido sucediéndose desde el 11-S, afectando de lleno a capitales europeas como Madrid o Londres, fomentando el miedo irracional, la histeria colectiva y la xenofobia antiinmigrante.

A día de hoy, 11 de septiembre de 2008, Osama Bin Laden sigue en busca y captura, en paradero desconocido, oculto en alguna lejana cueva de la frontera afgano-pakistaní. O por lo menos ese es el cuento que nos larga Falsimedia. Bin Laden siempre me ha parecido un personaje de tebeo, un malo maloso de Tintín o de una película de la Hammer, primo tercero de Fu Manchú, digno de ser encarnado por Christopher Lee.

Recultado como guerrillero anticomunista por la CIA y el ISI (servicio secreto de Pakistán) a comienzos de los 80 para operar contra los soviéticos en Afganistán, reconvertido luego en combatiente antioccidental tras la guerra del Golfo Pérsico (1990-1991), es una figura brumosa, envuelta de misterio. Algo huele a podrido en Al Qaeda, sin duda.

Cuando leen estas líneas, George W. Bush agota su segunda legislatura en la Casa Blanca, reconocido genocida para muchísimas personas, incómodo para su propio partido y para el establishment de Washington, que está decidido a restaurar el prestigio perdido ante la opinión pública mundial. El lobo vuelve a esconderse tras la piel del cordero, ya sea con el negro Obama o con el oxidado McCain.

Sadam Hussein, cómplice del Imperio hasta la invasión de Kuwait en agosto de 1990, caricaturizado después como el Hitler de la península Arábiga, duerme el sueño de los justos. Ahorcado por esbirros del gobierno cipayo iraquí el 30 de diciembre de 2006, siendo grabada la agonía del dictador con un teléfono móvil, complemento macabro de las publicitadas torturas de Abu Ghraib. Qué distinto este video de aquel otro, en el que Sadam y Donald Rumsfeld se estrechaban las manos veintitantos años antes.

Bin Laden olvidado y perdido, Bush casi jubilado, Sadam muerto y enterrado, ese ha sido el destino de los protagonistas de la actualidad global post 11-S. Detrás de los titulares de los medios, los pueblos de Irak y Afganistán han sido los grandes perjudicados de este drama. Los fallecidos y heridos se cuentan por centenares de miles, los combates entre fuerzas estadounidenses y resistentes continúan, importunando el sueño usamericano, ensuciando el american way of live.

Las Torres Gemelas cayeron, el Pentágono fue tocado pero no hundido, la Tierra se estremeció cuando golpearon al gigante. Han pasado los años, hemos crecido, hemos madurado, algunos hasta hemos radicalizado nuestra ideología. Gracias a la matanza del 11-S, comprendí el papel del imperialismo usamericano en la magna tragedia de la humanidad. Y me decidí a batallar contra él, con las escasas fuerzas de las que dispongo.

En ello estamos.

*Hace 35 años, el 11 de septiembre de 1973, el fascismo demolía la democracia más vieja de América Latina, cayendo en la defensa de La Moneda el presidente Salvador Allende. El Terrorismo de Estado se apoderaba de Chile, desencadenando una espiral de violencia feroz que ahogó en sangre la vía allendista al socialismo. El Imperio participó activamente en la preparación del golpe, con el objetivo de eliminar a un gobierno rebelde que molestaba los intereses comerciales de las empresas usamericanas. Pablo Neruda sólo pudo sobrevivir dos semanas a la catástrofe.

sábado, septiembre 06, 2008

Rincón del invitado: Juan Pablo Segovia Gutiérrez


Inauguro con este texto una nueva sección del Llanto, en la que pretendo dar voz a mi gente, a los amigos que quieren mostrar sus reflexiones, sus ideas, sus historias, al mundo. El autor de este relato, que tiene mucho de verídico y de real, porque le conozco demasiado bien, y porque yo mismo he experimentado las sensaciones que él describe, es Juan Pablo Segovia Gutiérrez. Sólo puedo contar cosas buenas de JP, como le conoce la afición, ya que es uno de mis mejores amigos, desde hace muchísimos años.

Dejo ya de hacerle la pelota al doctor Segovia y les dejo con "Una noche más":

UNA NOCHE MÁS

Una noche más. Entre emocionado y nervioso, entro en el baño, no sin antes haber puesto en marcha el aparato de música, con algunas canciones que me fueran introduciendo en el ambiente. Con esto comienza una noche más de fiesta.
Tras haberme duchado, salgo de la ducha y me visto con el albornoz. Situado frente al espejo, me miro fijamente a los ojos y pienso, tal como hacía todas y cada una de las veces, que esta sería mi noche. Busco dentro del ropero algo que ponerme, siempre la mejor combinación. Esta noche toca discoteca, con lo que mi atuendo consta de una camisa, unos vaqueros, una correa negra con hebilla plateada y unos zapatos negros. Una vez vestido, decido cual de las colonias que tengo sobre el estante me echaré. Esta noche, Calvin Klein. En uno de los bolsillos, las llaves de casa y el móvil; en el otro, la cartera. Me despido de mis padres. Esta noche viene Joaquín a recogerme.
Cierro la puerta de casa, respiro profundamente y me convenzo, de nuevo, de que esta noche será distinta, será mi noche.

Saludo a mi amigo, que llega puntual, como siempre. Montamos en el coche y marchamos hacia la libertad. Las luces de la ciudad nos iluminan. En nuestro rostro se refleja la impaciencia, las ganas, la emoción.
Aparcado el coche, nos dirigimos hacia el lugar…Entramos sin problemas, dos buenos físicos no tiene problemas. La música ya se escucha, el ambiente ya se respira. Diez euros de entrada con dos consumiciones, no está nada mal. La puerta se aproxima. Cruzamos el umbral, la música nos envuelve del todo.

Las miradas de los presentes se orientan en nuestra dirección. De nuevo, pasamos desapercibidos. Un sitio en la barra. Una Guinnes para mi, Coca-Cola para Joaquín. Esa es la noche. Decidimos recorrer el local. Nos convence, si. Bonita decoración, buena música. Acabamos las copas tras una pequeña charla. Es el momento de entrar en el auténtico ambiente, la pista de baile.
Esfuerzos en vano para conseguir un hueco. El tiempo pasa. Algunas miradas cruzadas, nada más. Eso si, el orgullo muy alto.
Arrecia el calor. Andamos metidos en la muchedumbre. Roces. Solo roces. El tiempo avanza. Vagando en busca de un lugar adecuado. Me invaden pensamientos que alteran mi ánimo. Una noche más, ¿solo eso?. Aun cabía esperanza. Fijo objetivo, comento, no actúo. ¡Maldita sea, otra vez no!. Empiezo a estar cansado. Tres cervezas. Muchas miradas. Nada más. Un último esfuerzo. Nada. Maldito muro, lo odio. Me empiezo a dar cuenta de que todo es igual, como siempre…como siempre.

La madrugada llega. Se acabó. Agotados, nos vamos. Comentarios de camino a casa. Fabricando excusas. Conciencia tranquila. Es la hora de dormir. Antes de cerrar los ojos, pienso que otra vez será. La próxima vez será. Caigo en un profundo sueño. Una noche más.

miércoles, septiembre 03, 2008

Del Ciclismo considerado como una de las Bellas Artes

Nunca he sido muy partidario del deporte. A diferencia de mis compañeros de generación, de mis amigos y conocidos, no he practicado casi ninguna actividad deportiva en mi vida. Por unas razones u otras, ni el fútbol, ni el baloncesto, ni el tenis, me han entusiasmado jamás. La pereza y la vagancia han sido dos constantes en mi existencia, aunque no quede demasiado guay al reconocerlo.

Tampoco he visto mucho deporte por televisión, ni siquiera soy seguidor de ningún equipo de fútbol, aunque me declaro enemigo ferviente del Real Madrid, por los siglos de los siglos (amén). Lo único que me ha llamado siempre la atención ha sido el ciclismo. El mismo deporte que tantos españoles utilizan para amenizar sus siestas veraniegas, el mismo del que reniegan los colegas más futboleros tachándolo de aburrido y soporífero, el puteado y marginado ciclismo.

El Tour y la Vuelta han sido parte indispensable de todos mis veranos. Mañanas y tardes enteras pegado al televisor, dictadura personal del mando a distancia, en aquellos años en los que el aire acondicionado brillaba por su ausencia. La lucha titánica de los ciclistas contra los colosos alpinos y pirenaicos o la odisea del Angliru, son trozos de una mitología propia, que han contribuido a formar la personalidad del escriba de estos disparates.

No vayan a creer que he sido un as con la bici ni nada parecido. He pedaleado más en bicicleta estática que en una normal. Tengo muchos ciclistas en la familia, y no me extrañaría que algún día surja un profesional de entre nosotros. Yo soy la oveja negra del clan, así que no esperen de mi ninguna hazaña deportiva. (Ahora deberían ustedes reír a carcajada limpia, si es que han entendido el chiste).

El ciclismo es la cenicienta del deporte de élite, un patito feo calumniado y vejado, siendo sin embargo el de más dureza, el más extremo. El adjetivo más utilizado por los cronistas deportivos para referirse al ciclismo es el de que es algo épico. No les falta razón, incluso se quedan cortos.

Los escándalos de dopaje que vienen sacudiendo al ciclismo desde que estalló el caso Festina en el Tour de 1998 no han conseguido acabar con él, a pesar de que se han llevado por delante a campeonísimos como Roberto Heras, Ivan Basso o Jan Ullrich. Los patrocinadores más poderosos han ido abandonando el barco, a medida que la travesía se iba poniendo peliaguda. El combate antidoping se ha cebado con los ciclistas, olvidando a los millonarios futbolistas, ídolos de masas y símbolos inmaculados de la sociedad de consumo.

Por supuesto que sé que el ciclismo profesional es un eslabón más del gran entramado capitalista, pero también lo es el cine clásico yanqui y nadie se pone tiquismiquis cuando un rojo lo reivindica. Es mi opio del pueblo particular, no puedo remediarlo. Desviaciones pequeñoburguesas que llevo en la sangre. (Más risas, e incluso aplausos).

Como cualquier religión, el deporte de las dos ruedas ha tenido dioses: Jacques Anquetil, Eddy Merckx, Bernard Hinault, Miguel Indurain, Lance Armstrong. El panteón de los mártires alberga entre otros a Tom Simpson, Luis Ocaña, Fabio Casartelli, Marco Pantani, José María Jiménez Chava e Isaac Gálvez. No podían faltar los demonios, encarnados en los vampiros de la UCI* o en la prensa sensacionalista.

Anquetil, Merckx, Hinault y Miguelón lograron cinco victorias en la clasificación general de la carrera más importante del calendario ciclista: el Tour de Francia. El texano Armstrong logró rebasar esa cifra mítica, alcanzando los siete Tour de Francia, ganándolos de forma consecutiva. Sin embargo, para la mayoría de los aficionados el mejor corredor de la historia es el belga Eddy Merckx, apodado el Caníbal, que vencía en las etapas de montaña, en las cronos y en los sprints. Su hijo Axel también fue ciclista profesional, aunque sin alcanzar las cotas de magnificencia del Caníbal.

Tom Simpson fue la primera víctima conocida del dopaje, falleciendo en una etapa del Tour de 1967, mientras escalaba el Mont Ventoux, ascensión terrible de paisaje lunar. Desde entonces, el Gigante de la Provenza arrastra una maldición para el ciclismo. El mismo Eddy Merckx necesito oxígeno al conquistar la cima tiempo después.

La depresión, enfermedad cada vez más común en este mundo nuestro, acechó a Luis Ocaña, a Marco Pantani y al Chava, aniquilando las esperanzas de estos tres increíbles ciclistas, condenándolos al infierno de las drogas para arrojarlos después al pozo oscuro del suicidio y de la muerte. José María Jiménez ha sido uno de mis corredores favoritos, valiente, atrevido, chulesco, de condiciones excepcionales, capaz de sacarle una minutada al resto de líderes en un sólo puerto y de perder todas sus opciones de triunfo final al día siguiente. No en vano, le llamaron el Curro Romero del ciclismo.

Casartelli falleció en la bajada del Portet d'Aspet, en el Tour de 1995. Recuerdo que presencié la caída a través de la tele, quedando francamente impresionado por el charco de sangre espesa que se formaba alrededor de su cabeza. Tenía todavía nueve añitos, me acompañaba mi padre, que no trabajaba aquel mes de julio, debido al Expediente de Regulación de Empleo que afectó a su empresa.

La más reciente de estas tragedias fue la muerte de Isaac Gálvez en el velódromo de Gante, cuando disputaba una prueba de pista con el olímpico Joan Llaneras, el 26 de noviembre de 2006. Gálvez compatibilizaba la pista y la carretera, al igual que otros muchos ciclistas.

Mis primeros pinitos de escritor también tienen que ver con el ciclismo, ya que rellenaba hojas y hojas de libretas escolares con la caligrafía garrapatosa que me caracteriza, intentando captar cada detalle, cada instante de las etapas de la Vuelta o del Tour. Conservo esos cuadernos, acumulando polvo, en algún estante del dormitorio.

El hombre frente a la montaña, el humano contra el reloj, aupado en una bicicleta, intentando conseguir la gloria deportiva. Modernos caballeros andantes sin princesas que rescatar ni dragones que descabezar, fragmentos de mi memoria, benditos ciclistas.

*En el argot ciclista, se denomina vampiros a los analistas de sangre de la Unión Ciclista Internacional, encargados de inspeccionar el torrente sanguíneo de los miembros del pelotón, en busca de sustancias prohibidas.