domingo, septiembre 27, 2009

Ucronía Transitiva

Informe confidencial número 638.920.

Clasificado: Alto Secreto.

Autor: Agente Joe Kennedy XY.

A/A del Director de Operaciones del Área 4.

Muy señor mío:

Redacto este memorándum correspondiendo a lo convenido con mi jefe de grupo, el agente J. Edgar Hoover A1. Hemos dado las instrucciones pertinentes para que aterrice en Langley lo antes posible, a través de la valija diplomática. Cualquier aclaración que pudiera necesitar tras la lectura de estas líneas se realizará conforme a lo establecido por los protocolos no escritos de la Agencia.

Procedo a introducirle en la situación política, económica y social del reino de España en este cuarto trimestre de 1977. Seguiré un guión plano y esquemático, intentado sintetizar en grado supremo los acontecimientos desenvueltos a partir del atentado contra la persona de Francisco Franco Bahamonde, jefe de Estado del país desde 1939.

Asesinato del Caudillo.

A las 7 horas 43 minutos del día 8 de octubre un Mirage F1 despegó de la base aérea de Los Llanos (Albacete), pilotado por el capitán Custodio Capilla Sorroche. El vuelo no estaba incluido dentro de ninguna maniobra ni de ningún ejercicio previsto. Sin embargo, los permisos para tomar aire le fueron concedidos con inusitada rapidez.

Exactamente 17 minutos después, el aparato divisó una comitiva de coches oficiales que atravesaba el paso montañoso conocido como Despeñaperros, frontera natural entre Castilla y Andalucía. Cuatro jeeps de la Policía Armada escoltaban a una pareja de Dodge Dart, cruzando el desfiladero a velocidades moderadas, en dirección a Jaén. El Mirage fue perdiendo altura a medida que se iba posicionando en la vertical del cortejo de automóviles. Según declaró el transportista Simón Marín Ortega, testigo de los hechos, el avión bombardeó la caravana de vehículos, provocando una sucesión de explosiones en cadena y paralizando el tráfico en la zona.

El caza a los mandos del capitán Capilla abandonó el espacio aéreo español en cuestión de media hora, volando hacia Orán, en cuyo aeropuerto militar se le perdió la pista, encontrándose desde entonces en paradero desconocido. Las pesquisas iniciadas en aquellas luctuosas jornadas concluyeron que Custodio Capilla era un conspicuo miembro del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), organización terrorista de corte marxista-leninista, presidida por el ex ministro de Estado de la Segunda República, Julio Álvarez del Vayo.

Las informaciones, confusas en los primeros momentos, confirmaron al filo de la medianoche que el objetivo del bombardeo era el general Franco, que se dirigía a la sierra de Cazorla, donde pensaba disfrutar del deporte de la caza, afición predilecta del ya difunto mandatario español. El Generalísimo viajaba acompañado del jefe de su Casa Civil, Fernando Fuertes de Villavicencio y del antiguo titular de la cartera de Marina, almirante Pedro Nieto Antúnez. En el otro Dodge Dart se encontraban el líder del gobierno, Carlos Arias Navarro y el ministro secretario general del Movimiento, Sancho Dávila. Cuando el retén de guardia del puesto de bomberos de Almuradiel (Ciudad Real) llegó al lugar del crimen, todavía algunos coches continuaban en llamas. Nadie sobrevivió.

El vicepresidente del ejecutivo nacional, Manuel Fraga Iribarne, declaró en rueda de prensa a la una de la madrugada, confirmando el fallecimiento del general Franco y de los demás ocupantes de la cabalgata gubernativa. Acusó del ataque a la conspiración judeo masónica, aliada con el comunismo internacional, recelosa de los éxitos del régimen de paz del Caudillo. Enérgicamente, elevando ostensiblemente la voz, inculpó a Moscú y a Pekín, denunciando el apoyo financiero que ambas superpotencias prestaban a los grupos extremistas responsables de la muerte de Franco. A las tres y cinco, la República Popular China retiró su embajador en Madrid.

Asume el rey y se forma un nuevo gobierno.

El Consejo de Regencia asumió las funciones de la Jefatura del Estado, la División Acorazada Brunete fue puesta en estado de alerta, la Brigada Político-Social a cargo del comisario Roberto Conesa comenzó sus averiguaciones, utilizando los métodos interrogatorios habituales. La televisión anunció el día 9 de octubre al mediodía que el heredero de Franco a título de rey, el príncipe de España, Alfonso de Borbón y Dampierre, se encontraba reunido en el palacio de La Zarzuela con el director general de Seguridad, Juan José Rosón y con el director de la Guardia Civil, general Iniesta Cano. En aquella entrevista, el futuro rey ordenó a sus futuros subordinados la captura, a sangre y fuego, de cualquier militante del FRAP, exigiendo además una intensificación progresiva de la represión.

El 10 de octubre, las Cortes en pleno, designaron al príncipe como rey de España, con el nombre de Alfonso XIV. En su discurso inaugural de reinado, se proclamó heredero espiritual de Francisco Franco y declaró que iba a dedicar el tiempo que fuera necesario para aniquilar a los asesinos del Generalísimo.

Dos días más tarde, el monarca nombró jefe del gobierno a su suegro, Cristobal Martínez- Bordiú, cirujano cardiovascular, marqués de Villaverde, esposo de Carmen, la hija del general Franco, y padre de la mujer del rey. En una comparecencia ante los medios de comunicación, en los jardines de La Moncloa, el recién elegido Villaverde desveló la composición de su gabinete:

Como vicepresidente, José Antonio Girón de Velasco, camisa vieja de la Falange y presidente de la Asociación Nacional de Excombatientes. Manuel Fraga trocaba la vicepresidencia por el ministerio de la Gobernación, encargado de organizar y administrar la seguridad del Estado. Joaquín Ruiz-Giménez, de orientación democristiana, era el flamante ministro secretario general del Movimiento Nacional, partido único del régimen. Dionisio Ridruejo en Información y Turismo, Adolfo Suárez en Asuntos Exteriores, Enrique Fuentes Quintana en Economía. Los restantes ministros repetían cartera.

Detención y muerte del presidente del FRAP.

El ministro del Aire, teniente general Salas Larrazábal, presentó su dimisión el 15 de octubre, tras cesar al comandante del aeródromo de Los Llanos y desarticular una trama terrorista en el cuerpo de Aviación. Estas revelaciones condujeron a la impactante noticia de que el máximo dirigente del FRAP, Álvarez del Vayo, se encontraba en territorio español desde hacía unos meses. A las cuarenta y ocho horas, era detenido en un chalecito de la Colonia de El Viso, en la capital del reino.

Julio Álvarez del Vayo, de 86 años de edad, fue conducido a las dependencias de la Dirección General de Seguridad, donde fue interrogado por el comisario Conesa. El vicepresidente Girón se empeñó en completar la interpelación a su manera, presentándose en la Puerta del Sol junto a dos destacados falangistas, Rodolfo Martín Villa y José Barrionuevo. Los jóvenes escuadristas del Léon de Fuengirola se excedieron en su cometido.

Dionisio Ridruejo informó a la opinión pública de que el connotado terrorista masón Álvarez del Vayo había fallecido debido a una insuficiencia respiratoria durante el transcurso de un interrogatorio en el que la policía española se había comportado de forma exquisita. "La monarquía del 18 de julio no se contenta con la muerte accidental de un sucio traidor a la patria. La España que concebió Franco dará garrote a todos sus enemigos, que son los enemigos universales de la cristiandad y de Occidente." amenazó Ridruejo, azul la camisa, negras las botas de caña, brillante el castellano.

Reacción de la oposición. Redada contra conspiradores.

El 20, Le Monde publicó en portada un artículo firmado por el secretario general del PSOE, Luis Martín Santos, psiquiatra y novelista experimental, en el que arremetía fanáticamente contra el posfranquismo de Alfonso XIV, subrayando la entereza y el compromiso histórico de Julio Álvarez del Vayo, equivocado en el tramo final de su vida, seducido por el totalitarismo. Reclamaba una intervención directa de las naciones europeas en España, criticando el colaboracionismo de los Estados Unidos con la dictadura. Permítame, señor director, introducir una pequeña nota personal en este informe, dominado por la asepsia: un servidor, negoció con la cúpula socialista el encuentro entre Martín Santos y nuestro embajador en Madrid, del que nuestro insigne representante salió asqueado por el servilismo del secretario general del PSOE.

Una semana después, dos furgonas de la Policía Armada, de las llamadas lecheras, tomaron la manzana que ocupa la esquina entre las calles Diego de León y Claudio Coello, en el señorial y aristocrático barrio de Salamanca. En uno de los pisos más altos detuvieron al banquero Alfonso Escámez, al conde de Motrico y al ex ministro Raimundo Fernández Cuesta. El diario El Alcázar informó a la mañana siguiente que los tres sujetos habían creado una célula conspirativa, conectada con el extranjero.

Puedo decirle que el conde de Motrico, don José María de Areilza, se reunió en distintas ocasiones con el agente J. Edgar Hoover A1, solicitándole que nuestro Departamento de Estado sirviera de paraguas protector para sus actividades ilegales. Mi jefe de grupo negó la mayor, ya que no consideramos a Areilza un hombre digno de nuestra confianza, por sus pasadas veleidades comunistas.

Otro de nuestros agentes, Eleanor Roosevelt Omega, asistió por aquellos días, a la presentación del libro "Heterodoxias marxistas, de Antonio Gramsci a José Carlos Mariátegui", celebrada en la sala de conferencias de la editorial Gallimard, en París. El autor del libelo, Jorge Semprún Maura, secretario general del PCE, aprovechó el eco mediático del hecho literario para clamar contra el cruel asesinato de Álvarez del Vayo: "La maldita dictadura española, que sojuzga el destino de nuestro país desde hace cuarenta años, ha vuelto a ofender a la humanidad, apalizando hasta la muerte a un anciano casi nonagenario, heroico representante de nuestro pueblo. El carnicero Girón de Velasco, traficante de influencias, negociante de revoluciones pendientes, y dos de sus secuaces, vuelven a demostrar con su felonía, que España no se merece un régimen político fundamentado en el crimen y en la ignominia."

Entre el público del acto, figuraban La Pasionaria, Miguel Hernández, Ignacio Hidalgo de Cisneros, Salvador Dalí y Juan Modesto, miembros del Comité Central del PCE. Participó en la presentación, el poeta José María Aznar López, hijo y nieto de franquistas, militante del Partido Comunista, exiliado en Francia desde 1973. Consta en nuestros archivos que este sujeto, agente a sueldo del KGB, es el nexo de unión entre el PCE y el FRAP.

Entierro del Generalísimo.

Despuntó el alba en Cuelgamuros, el primero de noviembre, día de Todos los Santos en la tradición católica, romería de autocares repletos hasta los topes, una bandera de la Legión haciendo guardia junto a los luceros, la familia Franco al completo. El sarcófago del faraón fue depositado en las entrañas de la tierra, en el Valle de los Caídos por Dios y por España. La viuda del general, Carmen Polo, retrasó el funeral hasta hacerlo coincidir con tamaña fecha sacrosanta. Otras versiones apuntan que, debido al lamentable estado en el que quedaron los restos mortales de los fallecidos en el atentado, se tardó más de tres semanas en identificar el cuerpo de Francisco Franco.

A la Agencia no le compete desentrañar misterios tan nimios, pues. A la Compañia lo que verdaderamente le interesa son las entretetelas del sepelio, las conversaciones entre altos cargos del régimen posfranquista, que pudimos captar.

Copio a continuación los fragmentos esenciales de la nota elaborada por nuestro agente John Reed III, técnico responsable de las escuchas, realizadas tanto en Cuelgamuros como en diversas sedes oficiales :

"A Alfonso XIV le reconcome el alma el nerviosismo, por el anunciado regreso de su padre, el infante Jaime de Borbón, a España. No entiende demasiado bien a qué se debe ese movimiento inesperado del eterno pretendiente al trono español, quizás asesorado por Luis Carrero Blanco, antiguo colaborador de Franco, caído en desgracia, amigo íntimo de su progenitor desde entonces.

Girón y Villaverde no se soportan, han estado a punto de llegar a las manos en el Consejo de Ministros. Fraga apunta alto, está sondeando a mandos militares afines sobre la posibilidad de una transición controlada hacia la democracia liberal, gestionada y ejecutada por su persona."

Affaire Solís. Fraga cae en desgracia.

Sepultado el Caudillo, sus dedudores políticos se repartían la herencia a dentelladas. El mes de noviembre transcurrió en calma chicha, con rumores de golpes palaciegos y asonadas del Ejército. El día 23 nos llegó la confirmación de que José Solís Ruiz, profesor de Derecho Político y secretario general del clandestino Partido Socialista del Interior, se había reunido con emisarios de la URSS, en el reservado de una taberna vasca en San Juan de Luz (sur de Francia). Pasamos el correspondiente chivatazo a los servicios secretos españoles, que capturaron a Solís cuando descendía del tren en la madrileña estación de Chamartín.

Traspasado a la jurisdicción del comisario Conesa, fue encarcelado en los calabozos de la Puerta del Sol, donde permanecía cuando J. Edgar Hoover A1 y yo pudimos interrogarlo.

Obtuvimos un permiso especial del ministro Fraga, con buenos padrinos en Washington. Pese a la reticencia inicial de los esforzados detectives de la Brigada Político-Social, víctimas todavía de la propaganda antiyanqui de los años cuarenta, el clima fue de entendimiento total y absoluto. Solís Ruiz, aclimatado al medio tras varias sesiones de tortura, cantó hasta La Traviata. Moscú le había invitado a San Juan de Luz para hacerle una propuesta: Insuflar toneladas de rublos en su partidito, casi testimonial, virando su ideología socialdemócrata hacia un sovietismo suave. Los jefazos del PCUS buscaban otra correa de transmisión para España, habida cuenta de la contestación creciente en el seno del PCE para con los excesos de la burocracia del Kremlin.

Sugerimos al Ministerio de la Gobernación que el profesor nos sería muy útil en libertad, retomando contactos con los rusos, aceptando su propuesta. Juan José Rosón, director general de Seguridad, facilitó los trámites, persuadió a Conesa y a sus chicos de nuestras preclaras intenciones, consiguió convencer a Solís de que su única escapatoria era servirnos de doble agente. Fraga se apuntó un tanto, lo que no sentó nada bien en La Moncloa.

Los vientos parecían señalarnos que Fraga era nuestro hombre, el hombre encargado de velar por los intereses estadounidenses en España. El vicepresidente Girón entró en cólera al conocer los tejemanejes de Fraga en el affaire Solís. Aliado momentáneamente con Martínez-Bordiú, abordó al rey durante un almuerzo privado en Lhardy, explicándole lo sucedido y pidiéndole su consentimiento para la destitución del ministro. Alfonso XIV, enfrascado en un idilio tormentoso con la vedette Bárbara Rey, dió su plácet.

Diciembre llegó con el pie cambiado, con la degradación de Manuel Fraga, resituado en la presidencia del Instituto Nacional de Industria, a las órdenes de Fuentes Quintana. Villaverde colocó a Jesús Suevos en Gobernación, sustituyendo además a Rosón por el mismísimo Roberto Conesa. La facción ultra del posfranquismo se afianzaba en el poder, relegando a los aperturistas.

Adolfo Suárez, la gran esperanza blanca.

La Agencia siempre ha sabido apostar por el caballo ganador. Fraga había quemado sus naves en el asunto Solís, achicharrándose en la tentativa. Definitivamente, nunca sería nuestro hombre en Madrid. El Departamento de Estado nos sorprendió por entonces, cuando nos informó del talante negociador y dialogante del titular de Exteriores, Adolfo Suárez, dispuesto a sentarse a conversar con Martín Santos y con Carrero Blanco, otorgándoles el estatus de opositores reconocidos por el gobierno, si ellos a cambio marginaban a los comunistas. Suárez nos aseguraba además una cumplida relación de todo lo dicho en las conversaciones por celebrar.

Implicar a los socialistas en la partida de ajedrez fue pan comido. Luis Martín Santos se ofreció incluso para atraer a más corrientes opositoras a la cita con Suárez. La casualidad nos sirvió en bandeja al infante Jaime de Borbón, padre del rey y legatario legítimo de la dinastía. El 8 de diciembre apareció en Barcelona, donde alquiló una villa con vistas al mar. Telefoneó a su hijo y le ordenó que acudiera a recibirlo. Alfonso XIV no tuvo más remedio que aceptar aquella humillación pública, presentándose ante don Jaime el día de la Inmaculada Concepción.

El infante, secundado por su perro fiel, Carrero Blanco, espetó al rey que él no aceptaba otra legitimidad que la que establecía la Casa de Borbón: "Alfonsito, te guste o te disguste, yo soy el rey de los españoles. Soy el jefe de la Casa Real, desde que mi pobre padre renunció a sus derechos dinásticos en mi favor. Ninguno de mis hermanos, ni tu tocayo el hemofílico ni Juanito el sordomudo, se atrevieron siquiera a contradecirme nunca. No me vayas a hacer el feo tú, mi propio hijo."

Noqueado y bloqueado, Alfonso XIV volvió a La Zarzuela. J. Edgar Hoover A1 entró en escena. Al cabo de dos botellas de Vega Sicilia, don Jaime cedió en sus bravuconadas iniciales y aceptó nuestra proposición.

El hotel La Mamounia, en Marrakech (Marruecos), quedó prefijado como lugar del encuentro. La lista de invitados a tan significativo acontecimiento incluyó a Martín Santos y a Nicolás Redondo por el PSOE, a Carrero Blanco y a José María Gil-Robles por el jaimismo, a Julio Cerón Ayuso por la izquierda cristiana, a Narciso Perales por el Partido Liberal Ciudadano. Adolfo Suárez se comprometió a acudir a La Mamounia con el mayor consenso posible dentro del bloque del gobierno.

El León deja de rugir.

La reacción de la extrema derecha no tardó en producirse. José Antonio Girón de Velasco, abofeteó a Suárez en presencia del presidente Martínez-Bordiú. Ruiz-Giménez y Suevos lograron separarlos, sujetando a duras penas al encendido León. Girón abandonó la reunión, abochornado.

A partir del 15 de diciembre, Girón tuvo frecuentes contactos con oficiales del Ejército y de la Guardia Civil. Se paseaba como Pedro por su casa por el acuartelamiento de la División Acorazada Brunete, llamaba continuamente al general Iniesta Cano, director de la Guardia Civil. Tras comunicar con Langley, decidimos pasar a la acción y neutralizar al vicepresidente.

Un sobre en el buzón. Unas fotos comprometedoras. Una amenaza velada. El león resultó ser gatito.

Epílogo.

Desactivado Girón, Suárez pudo maniobrar a gusto en el Consejo de Ministros, minando la autoridad del marqués. La Nochebuena de 1977 propició un segundo tête à tête entre el rey y don Jaime. El infante, extraordinario valedor de nuestra causa creyéndose que era la suya, convenció a Alfonso XIV de que debía cesar a Villaverde y recambiarlo por Suárez.

La decisión esta tomada. Cristobal Martínez-Bordiú huele a podrido. Es un cadáver político. Después de Reyes, el monarca dará a conocer los rostros del renovado gobierno, encabezado casi con total seguridad por Adolfo Suárez.

1978 determinará el desenvolver de España en el próximo medio siglo. Nuestra carta es Suárez, aunque no debemos descartar a Fraga, tozuda Ave Fénix. La Mamounia despejará nuestras opciones dentro de la oposición. Martín Santos apunta muy buenas maneras.

Espero, señor director, que este informe les sea útil. He querido que haya sido un retrato verídico de los últimos cuatro meses de vida española. Creo que lo he conseguido.

Un servidor de usted.

Joe Kennedy XY.

Pozuelo de Alarcón, a 2 de enero de 1978.

Posdata: Siguiendo las directrices indicadas, el poetastro José María Aznar López dejó de ser un incordio la noche de Año Nuevo. Confíemos en que el imperialismo comunista capte la indirecta.

Aviso para navegantes: El experimento que precede esta aclaración es eso, un experimento literario, una ucronía sazonada de imaginación, un divertimento personal e intransferible. Que nadie se dé por aludido.

lunes, septiembre 21, 2009

Fiesta del PCE 2009, Córdoba

El sábado, 19 de septiembre, jornada de mi 24 cumpleaños, lo pasamos en la Fiesta del PCE, celebrada esta vez en el recinto ferial de El Arenal, en Córdoba ciudad. Aprovechamos el día entre puestos de libros, charlas, homenajes, cubalitros de tinto de verano y buñuelos de calabaza.

Volví a ver tras demasiado tiempo a Antonio Moreno Vázquez, compañero de carrera y de ideales. Conocí a su padre, a su tío y a su primo, de los que me había contado maravillas siempre, sin exagerar ni un ápice. Los comunistas alcalareños se han ganado con creces un sitial de honor en el patrimonio simbólico de mi memoria.

Juan Pablo Segovia Gutiérrez, que tuvo a bien acompañarme a la capital califal, captó con el objetivo digital de la Kodak desconchada mis encuentros con Felipe Alcaraz, Paco Algora, Isaías Rodríguez, El Cabrero y Marcos Ana. Vaya para él mi eterno agradecimiento.

Un pellizquito de Juan Pinilla clausuró nuestra Fiesta particular, el San Rafael del estadio municipal de El Arcángel nos conminó a regresar, blandiendo la espada de alabastro, levantando el puño de roca.

Con Felipe Alcaraz, novelista, poeta y presidente ejecutivo del PCE.

Con Paco Algora, actor y escritor.

Con Isaías Rodríguez, embajador de la República Bolivariana de Venezuela en España.

Con José Domínguez Muñoz El Cabrero, cantaor y pastor de cabras.

Con Marcos Ana, la nobleza y el decoro del comunismo ibérico.

martes, septiembre 15, 2009

Unas palabras para Almeida


La vida humana es una experiencia finita, una odisea fugaz cuya estela permanece en la memoria de los nuestros, guardada bajo siete llaves en la corteza cerebral de aquellos que nos quisieron, nos amaron, nos odiaron.

Cuando las campanas tocan a muerto por un hacedor de naciones, un albañil de utopías, un arquitecto de anhelos colectivos, el llanto por el difunto es la demostración fehaciente de que éste no vivió en vano. Las masas llevan el duelo, su ánimo está de luto, el revolucionario pierde el pulso, expulsa la respiración, enraizado en el alma de su pueblo.

Juan Almeida Bosque, Comandante de la Revolución Cubana, eligió trinchera en el Moncada, ratificó la opción en el Granma, sostuvo el estandarte rojinegro del Movimiento 26 de Julio durante cinco décadas, por más que porfiara la ofensiva usamericana. "Aqui no se rinde nadie", afirmó en su día el negro Almeida.

Ni Almeida ni Cuba consideraron siquiera la posibilidad de rendirse.

miércoles, septiembre 09, 2009

Traje de luces


Ni el chándal podía disimular la ruina. Sometido a la disciplina deportiva del algodón, no era más que un recuerdo pintarrajeado de aquel guaperas que fue elegido el torero con mejor planta del momento por las lectoras de la revista Hola, en el año 1979. Su paisano Jaime Peñafiel, por entonces redactor-jefe de la publicación rosa, le hizo entrega del galardón en los salones del hotel Palace, abarrotados de amigos, curiosos y periodistas.

Ataviado para la caminata matinal, bajó con precaución la empinada escalera de caracol que comunicaba la vivienda con la carnicería de su mujer. Luisa, adormilada y de mal genio, despachaba a la clientela, mayoritariamente de sexo femenino. José le tiró un beso desde la puerta, repasó de reojo la anatomía de las presentes y salió a la calle.

La avenida Cervantes presentaba el aspecto normal de un martes por la mañana: trasiego de viandantes, madres solteras con sus bebés en los carritos, jubilados con el ejemplar de Ideal bajo el brazo, niños rezagados que corrían hacia el colegio del Ave María de la Quinta, todavía las legañas pegadas y el resto del colacao en la comisura de los labios. José León Villalta aceleró el paso y bajó hacia el puente Verde, donde observó a una pareja de patos retozando en las estancadas aguas del Genil. Andando en paralelo al río, recorriendo el paseo de los Basilios, volvió a aquella velada inolvidable de hacía casi treinta años.

Vestido de sport, peinado primorosamente por Luisa, estaba espléndido aquella noche. En la sala estaba presente la plana mayor del toreo de la época: Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, Rafael de Paula, Curro Romero, Paquirri. En una esquina, fumaba Paco Rabal. En primera fila, al lado de su mujer, Lola Flores, Carmen Sevilla y Concha Márquez Piquer, lucían sus mejores galas, despertando el interés de los fotógrafos.

Los aplausos sonaron atronadores cuando el Rayo del Realejo se levantó de su asiento para recoger el premio que le entregaba Peñafiel. No era una condecoración taurina, sólo era la prueba viviente de que las mujeres españolas se morían por sus huesos, sin embargo los diestros también batieron palmas, reconociendo el talante y la clase del torero granadino. Cuando se giró para ofrecer la estatuilla al público, creyó ofrecer las dos orejas y el rabo al respetable de Las Ventas. Perdió la compostura una milésima de segundo cuando vio a Raquel Rosúa, al fondo del salón, lasciva como de costumbre, sonriéndole.

El deambular tempranero formaba parte de su rutina, desde que el endocrino se lo recomendó para bajar peso, tras un leve desajuste cardíaco. Cuando le apetecía subía hasta el Llano de la Perdiz, apontocaba sus reales en el reloj de sol de la cumbre y apuraba un cigarrillo, un único pitillo, lo que le permitía iniciar la bajada con los pulmones algo despejados. Algunos días se internaba en el Zaidín, hasta los confines de la avenida Dílar, terminando su andadura en las cocheras de la Rober, donde veía pasar los autobuses renqueantes que se encargaban del transporte urbano de pasajeros en la ciudad.

En ocasiones, finalizaba su trayecto en el parque de la Rosaleda, o cruzaba el puente sobre el ferrocarril de la calle Jesse Owens, para tomarse unas tapillas en Las Torres. Cuando regresaba a casa, Luisa había cerrado la tienda y él debía de entrar por la puerta de al lado del escaparate, que únicamente utilizaban cuando el negocio echaba el cierre.

Los domingos, arroz. Los lunes, puchero. Los martes, lentejas. Lo que quedaba de la semana el menú diario alternaba la pasta, el pescado y la carne, rematado siempre con un café con leche frente al televisor, sentados ambos en el sofá, tapados con la manta de la mesa camilla, calentándose los pies con el brasero eléctrico. Eso siempre que fuera invierno, porque si el verano acechaba Luisa encendía el aire acondicionado y convertía el comedor en el Polo Norte.

El brasero, el típico brasero de picón que calentó sus tardes y sus noches de niño en el Realejo, el aparatejo que su madre, Angusticas, quiso que se llevara consigo en la gira de América de 1975. Menos mal que consiguió convencer a la mujer de que aquello iba a formar un estropicio en el avión, que incluso lo podían requisar en las aduanas mexicanas, que no se preocupara, que en los hoteles del otro lado del charco también existía la calefacción.

Aquel año de 1975 fue trágico para el mundo del toro. Domingo Dominguín, matador retirado, apoderado de su hermano Luis Miguel, se suicidó de dos tiros en el pecho, en Guayaquil, donde residía con una imponente colombiana. A Villalta la noticia le pilló en Lima, donde acababa de torear un mano a mano con Pepe Cáceres. Apreciaba mucho a Dominguito, la personalidad arrolladora, la retórica revolucionaria impropia de un linaje taurino de raigambre franquista, su simpatía a raudales.

Precisamente, fue en una fiesta en el piso de Domingo en la calle Ferraz, donde conoció a Raquel Rosúa. Villalta todavía no vivía en Madrid, estaba alojado de manera temporal en la mansión de Luis Miguel, en Somosaguas. Llevaba unas copas de más cuando Fernando Fernán Gómez le presentó a la joven actriz que representaba un papel menor en una obra coral dirigida por Adolfo Marsillach. La conversación, animada por el dato de que la familia de Raquel provenía de Loja, se prolongó hasta el catre de la pensión donde habitaba la cómica.

Siguieron citándose a lo largo de tres años, hasta que José decidió cortar por lo sano en la primavera de 1974. Luisa se había quedado embarazada de Jorge, su segundo hijo, lo que intensificó el complejo de culpa que sentía el maestro, emponzoñando definitivamente la relación que mantenía con su amante. No volvió a verla hasta la noche de entrega del premio de Hola.

Dos tardes en semana, José León Villalta jugaba al dominó con los restos de su antigua peña taurina en la cafetería Ramírez, sita en las cercanías del coliseo granadino. Rafael Labella, Juanito Carmona y Luis Carlos Martínez eran los únicos fieles que habían resistido a las sucesivas hecatombes que arruinaron la meteórica carrera del Rayo del Realejo. Primero, la cogida del DF que le postró en cama durante dos temporadas, luego el fiasco de la reaparición en la Goyesca de Ronda, que sería el inicio de su declive. Luego vino el alcoholismo, la adicción a la cocaína, las peleas en los bares de putas, la pinchada que le metió un gitano de las casillas bajas de La Paz, cuando lo encontró follándose a su señora esposa.

El martes de autos, Villalta salió del Ramírez con el repeluzno metido en el cuerpo. Sus tres compadres de juegos y de risas habían evolucionado al unísono hacia un derechismo feroz, descabellado, alentados por los talibanes de las ondas. En vez de hablar de mujeres, de fútbol o de toros, se dedicaban a despotricar contra el presidente del Gobierno, responsable para ellos de todos los males del orbe. No es que él mismo fuera un entusiasta partidario del mentado Zapatero, él ni siquiera votaba, pero aquello le parecía una exageración.

Labella y Carmona, albañiles, habían estado mezclados en las huelgas contra la dictadura, ingresando en las Comisiones Obreras clandestinas, librándose por poco del aciago destino de los tres muertos del 70. Rafael había militado además en el Partido Comunista, figurando de relleno en unas listas electorales para el ayuntamiento de Atarfe. Luis Carlos era hijo de un capitán de la Guardia Civil, nacido en el cuartel de Las Palmas, revoltoso, contestatario, había sufrido una particular evolución, desde el maoísmo hasta el españolismo recalcitrante, recalando como tantos en el felipismo durante el período del pelotazo.

Cogió el autobús de la línea 9 en la avenida de la Constitución, a las 9 menos cuarto de la tarde. Se acomodó en el espacio reservado a los carricoches de niños chicos y se contentó con acariciar el paquete de tabaco, mirando con fiereza el letrero que prohibía fumar, una pegatina mal pegada a la cristalera que recubría el vehículo. Entonces la vio.

Una mulata trigueña, de larga cola azabache, adornadas sus orejas por dos aros de plata de tamaño maxi, cubría sus curvas con unos tejanos gastados y una cazadora de aviador. Calzaba unas botas peludas, de color morado. En un determinado instante, cuando Villalta llevaba ya unos cuantos minutos comiéndosela con la mirada, la chica, que tendría unos 35 años, cruzó sus pupilas con las del torero. Rayos, truenos y centellas, al modo del querido Archibald Haddock, impactaron en las hormonas de José Léon Villalta, despabilando el hambre de hembra, que ya creía saciada. No en vano, había alcanzado los 61 años en enero.

La noche del martes 24 de febrero de 2008, José no cenó en su hogar, dulce hogar. Engañó a su esposa con una excusa barata, apagó el teléfono móvil y se dispuso a controlar la mamada esplendorosa que Janina estaba acometiendo. Mientras su polla brotaba de una sequía de meses, remozada por la lengua experta de la brasileña, encendió como pudo la radio del Seat Toledo, sintonizando la Cadena Dial. Pastora Soler, una de sus preferidas junto a Pasión Vega o Diana Navarro en la nueva hornada de la canción española, defendía un tema de su álbum. Janina moldeaba el miembro viril a su antojo, con placidez y dedicación.

Enero de 1981. Adolfo Suárez se ahogaba en las arenas movedizas de la realpolitik, Tejero y los de su cuerda sacaban brillo a sus sables, los Comités anti-OTAN se manifestaban en Madrid. La actriz Lola Gaos, el abogado laboralista Fernando Sagaseta, el diputado socialista Pablo Castellano, el comandante de la UMD Luis Otero, eran los oradores programados del acto. La sorpresa mayúscula se produjo cuando un hombre joven subió al estrado. Elegante, distinguido, con porte de senador romano, chaqueta beige, camisa blanca y pañuelo azul, pantalones negros, zapatos italianos.

El diestro realejeño, en el apogeo de su popularidad, antes de su vuelta a los ruedos tras la cornada de La Monumental, estaba exultante. Titubeó durante un momento para luego empezar su alocución a los manifestantes contrarios a la entrada de España en la Alianza Atlántica :

-Buenas noches a todos, admirados compañeros de tribuna, estimados asistentes. Estamos aquí, en este acto, exteriorizando nuestra repulsa ante el ingreso de nuestro país a la OTAN. Estamos aquí, porque no queremos que nuestro territorio sea base de operaciones de ejércitos extranjeros destinados a reprimir a los pueblos libres del mundo. Estamos aquí, porque queremos que nuestra tierra sea tierra de paz, de entendimiento entre culturas, religiones y formas de vida. Estamos aquí, porque preferimos, en fin, el trinar mañanero de un gorrión al ruido ensordecedor de un B-52, rompiendo la tranquilidad de la siesta.

A muchos de vosotros, quizás a la mayoría, os desconcierta mi presencia ante este micrófono. Algunos pensaréis que soy un advenedizo, un torero acabado lanzado en paracaídas al movimiento anti-OTAN, deseoso de recuperar el cariño del público, promocionando mi inminente regreso al albero. Permitidme deciros que estáis equivocados.

Si estoy en este lugar, junto a vosotros, junto a dignos representantes de la cultura, la abogacía, el parlamentarismo correoso, la milicia demócrata, es porque éste es mi sitio, y no otro. Si me encuentro aquí, es por mi padre.

Pancracio León Valverde nació en Colomera, un pueblecito de la provincia de Granada, en 1919. Sus ascendientes poseían varias fanegas de olivos en los alrededores del pueblo, lo que les situaba como una familia relativamente rica. Cuando llegó la sangría del 36, Colomera quedó en zona republicana, mientras que la capital era tomada por los fascistas. Pancracio fue reclutado a la fuerza e hizo la guerra en el Ejército Popular de la República.

El señorito, destinado a una unidad dirigida por mandos comunistas, acabó contagiándose del marxismo de sus superiores. Cuando acabó la contienda, fue repatriado a España y tuvo que soportar un servicio militar en las islas Canarias, suplicio que duró unos cuantos años.

Vendidos los olivares, puso un horno de pan en la calle Santiago, en la antigua judería granadina, el Realejo. Mi madre, Angustias Villalta López, entró a trabajar en la panadería en el otoño de 1945, naciendo un servidor el 26 de enero de 1947.

A mi añorado padre le debo las primeras letras, las primeras inquietudes, las primeras respuestas a las enrevesadas preguntas infantiles. A mi padre le debo el estar hoy presente, en esta demostración de coraje de un pueblo al que no han vencido definitivamente.

El toreo me permitió, además de cumplir con mi vocación, entrar en contacto con personajes inolvidables, que no hicieron sino aumentar mi politización, concretar la conciencia de clase de un mocoso de la posguerra. Fui partidario, si puede decirse así, del Partido Marxista Taurino-Pensamiento Domingo Dominguín...

El Seat Toledo, aparcado en una calle desolada, por las proximidades del Camino de los Neveros, desengrasaba sus amortiguadores al compás de los cuerpos. La farola mortecina más cercana congregaba en danza un miserable enjambre de mosquitos. El traje de luces cogía polvo en el cuarto de los trastos viejos.

*La pintura que antecede este relato corto es obra del pintor Juan Pedro Aguilar Moreno, y se encuentra disponible en su página web: http://www.jupeam.com/

lunes, septiembre 07, 2009

En el alambre


Me sostengo en el alambre, con más pena que gloria. Finiquitado en abril el último contrato temporal, de una ristra infinita por la que no pude ni devengar la ayuda familiar, me encuentro extraviado en el desierto del desempleo.

La búsqueda de trabajo no da ningún resultado, los cursos de formación profesional ocupacional se esfuman, el canto de sirena de las oposiciones comienza a seducirme. Afronto la nueva temporada francamente desorientado, en términos laborales se entiende. Desgajado de la Facultad, aquejado de titulitis (pandemia contemporánea del estudiantado español), buscando rincones a cubierto, donde resguardarme hasta que escampe la tormenta.

A falta de un buen psicólogo que codifique mis neuras, me refugio en la escritura, santo oficio de inquirir verdad según Pepe Bergamín. Inquiero así mi verdad, que espero sea también la vuestra, la de las víctimas del capitalismo en su versión neoliberal. Destripando la realidad que me rodea, indagando sobre la marcha de los acontecimientos internacionales, opinando a diestro y siniestro, a veces de manera apasionada, otras intentando ser frío, destilo la esencia de mi raciocinio (si es que alguna vez he poseído tal cualidad).

Mientras soluciono mis problemas existenciales, seguiré actualizando el Llanto periódicamente, cuando me venga la chispa, cuando se conecten los circuitos. Ojalá el fantasma de Vladimir Ilich, al que invoco en las imágenes que acompañan esta entrada, acuda en mi socorro.

Salud gente.

miércoles, septiembre 02, 2009

Apuntes de apartamento para un socialismo a la venezolana


En el imaginario colectivo de los años noventa Venezuela aparecía como un país fértil en la producción de misses Universo, a los ojos de un español tipo era sólo el plató constante de nuestros culebrones predilectos.

A día de hoy, la percepción se bifurca frontalmente. Para los adeptos al pensamiento único, la nación caribeña sufre en silencio las tropelías y los desmanes de un gobierno populista y totalitario. Para los anticapitalistas, cada uno de su padre y de su madre, Venezuela es el laboratorio de experimentación ideológica y práctica del socialismo postsoviético.

El Socialismo del siglo XXI, preconizado y puesto en marcha por el presidente Hugo Chávez, supone la simbiosis venezolana del compendio de experiencias libertarias sudamericanas. Recogiendo el legado de la gesta bolivariana, reconociendo el padrinazgo simbólico de la Revolución Cubana, aunando el socialismo castrense y el socialismo civil en un mismo proyecto de cambio.

La Revolución Bolivariana se declara continuadora legítima de la pretensión inconclusa del Libertador: La unión política de América del Sur. A fin de lograrlo, propone una Segunda Independencia Latinoamericana, que arroje a las oligarquías cipayas al limbo de la Historia.

Cuba ha magnetizado con su ejemplo a todo los procesos revolucionarios desarrollados en el mundo tras 1959. Venezuela no podía renunciar al acompañamiento solidario de la isla numantina, desafiante ante los Estados Unidos, compañera indiscutible de los pueblos pobres.

Fidel Castro ya adivinó el potencial de Chávez al recibirlo en el aeropuerto de La Habana con honores de jefe de Estado, el 14 de diciembre de 1994. Su proverbial sabiduría anticipó el triunfo chavista en las elecciones de 1998, auténtica viga maestra sobre la que se comenzó a cimentar la revolución.

El socialismo venezolano es la decantación final de una serie de nacionalismos progresistas, asociados normalmente a sectores comprometidos de las fuerzas armadas, surgidos como respuesta incontrolada al expolio económico del imperialismo extranjero sobre las riquezas naturales del continente. Desde el seno de los cuarteles hasta los claustros universitarios, desde el sindicalismo de base hasta la intelectualidad inquieta, desde los cerros miserables hasta la Iglesia refractaria a los mercaderes de nuevo cuño, la doctrina de Simón Bolívar agrupó a los descontentos con la Cuarta República, a los desahuciados del pacto de Punto Fijo.

El juramento del Salman de Güere (1982) marca el inicio de la lucha política de una generación de militares venezolanos, encabezados por Hugo Chávez. Pero, mucho antes, ya combatían las guerrillas en las selvas y en las sierras, ya se proclamaban bolivarianas. Chávez canalizó la rebeldía de los nadie, encauzándola y concretándola en una estrategia a largo plazo, la Revolución Bolivariana.

Los Ejércitos sudamericanos siempre han sido más propicios a la infiltración revolucionaria que sus homólogos occidentales. La milicia está en el origen del peronismo, uno de los movimientos sociopolíticos más complejos de América Latina, capaz de unir bajo la égida de Juan Domingo Perón a la extrema izquierda montonera y a la Triple A ultraderechista. Militares fueron también Juan Velasco Alvarado, Juan José Torres, Francisco Caamaño Deñó, Luís Carlos Prestes u Omar Torrijos, representantes todos ellos de la disidencia con respecto al Imperio del Norte.

Este fenómeno, de nacionalismos antiimperialistas o de socialismos castrenses (según mi criterio), ha chocado demasiadas veces con la estrechez de miras de los intérpretes del marxismo vulgar, incapaces de divisar por encima de sus narices, absorbidas en la lectura de los clásicos del género. Tanto análisis del propio ombligo ha acabado provocando una teoría marxiana pacata, únicamente practicable en los delirios personales de los profesionales del oficio.

Cualquier hijo de vecino, con unas entendederas medianas, comprende el papel represivo de las fuerzas armadas en el organigrama del estado capitalista. No por ello, se puede descalificar sin argumentos a los intentos revolucionarios capitaneados por soldados. Venezuela es la prueba viva de que de un batallón de paracaidistas puede manar el empuje necesario para articular la mayor amenaza planetaria a los EEUU.

La estela del socialismo civil también ha fructificado en los pagos de Rómulo Gallegos. La sombra del Amauta planea sobre Caracas. José Carlos Mariátegui, el progenitor del socialismo indoamericano, es citado constantemente por el presidente Chávez y por los constructores de la Revolución Bonita, como un precedente en el desbroce de dogmas y de arquetipos. Mariátegui es la posibilidad de elaborar una propuesta socialista acotada al terreno nacional, despojada de prejuicios europeos, superadora del desgarro soviético, inmaculada del pecado original del estalinismo.

Salvador Allende Gossens, héroe inapelable en el panteón de cualquier izquierda posible, emblema del socialismo ciudadano, guía también los pasos elefantiásicos del pueblo venezolano. El fracaso de la Unidad Popular, desintegrada por un golpe militar fascista, sirve de advertencia para un proceso que ya ha sentido el peligro reaccionario en sus variantes más dañinas: el putsch mediático, el paro empresarial-petrolero, los motines delincuenciales, la desestabilización imperialista.

El socialismo a la venezolana, conjugación de Marx y de Bolívar, cóctel aliñado al alimón por Simón Rodríguez y por Friedrich Engels, parto con dolor del Amauta y del general Ezequiel Zamora, avanzadilla universal del socialismo postsoviético, reserva de nuestras esperanzas tantas veces marchitadas.

La vía al socialismo que emprenden en estas horas los revolucionarios venezolanos, los parias del puntofijismo, los obreros en vanguardia, las clases medias conscientes, los soldados patriotas, no es una aventura impoluta, limpia de imperfecciones. Es el enésimo intento de subvertir el estado de las cosas, aspiración humana desde el principio de los tiempos. No es el cometido de este artículo juzgar los errores y las desviaciones del proyecto bolivariano, que haberlos haylos. Esa espinosa cuestión la dejamos para otra ocasión.

En el maremágnum de esta penúltima crisis cíclica del sistema capitalista, en esta orilla del sur de Europa, a tiro de piedra del África ardiente, Venezuela emerge de las tinieblas cual faro acogedor que nos señala la ruta a seguir.

*Las cuatro ideas que sustentan este texto prendieron en mi mollera durante las vacaciones en Castell de Ferro, a ello se debe el curioso nombre del mismo.