lunes, enero 21, 2008

Inquebrantable aliento de nosotros

Marcelino Camacho, la ética de la resistencia.


Asistiremos a la autoconstrucción de un dirigente obrero, que luchó como peón de la Historia en la Guerra Civil, y que, a partir de la derrota personal y de clase, se movió como un héroe griego positivo, en la lucha contra el destino programado por los vencedores, personal y coralmente.... Toda su vida será un trabajador que considera que el mundo no está bien hecho. Es decir, que no está hecho a la medida de los débiles.

(Manuel Vázquez Montalbán. Prólogo de las memorias de Marcelino Camacho)

Marcelino Camacho, vanguardia obrera y militante comunista, manos de hierro como suaves tenazas que atrapan el tiempo histórico y lo agitan hasta romperlo, palabras impulsoras de la aceleración del combate, qué potente resuena tu nombre por las calles y las fábricas, qué determinación, 1001, 1002, 1003, en la tribuna y en las negociaciones, qué manera de intuir la política, aprovechar las repetidas estancias en la cárcel y concebir las transformaciones sociales -la revolución científico-técnica, decías-; qué convicción, valentía y honestidad de hombre de izquierdas, de sindicalista.

(María Toledano)

Hubo un tiempo en el que lo imposible fue posible, en el que el socialismo estuvo más cerca que nunca. Corría el mes de Octubre del año 1917 de la era cristiana. Los soviets de obreros, campesinos y soldados, armados de ideas y de sueños, tomaban el poder por asalto. Materializando la teoría leninista, sacudiendo el polvo de las estanterías del marxismo, el proletariado ruso patentaba la primera revolución socialista triunfante.

Los oprimidos aceleraban la historia, destruyendo el feudalismo ancestral, sentando las bases de un nuevo horizonte. Todas las Rusias estallaban en un vendaval de abrazos, una marea de puños cerrados, clamando contra el cielo a abatir.

Los aires de Octubre soplaron fuerte, extendiendo su mágica influencia por el orbe. Una de aquellas brisas vino a topar, en la inmensa estepa castellana, con un lugar perdido de Soria. El niño Marcelino estaba por nacer, en un humilde hogar de ferroviarios, junto a las vías del tren. Los hados se conjuraron con la naturaleza, la locomotora del futuro paró un instante para que se apeara el pasajero del porvenir.

Revolucionario de estirpe, Eulogio Marcelino Camacho Abad nació en Osma-La Rasa el 21 de enero de 1918, hace hoy noventa esplendorosos años. Entre el llanto desconsolado del bebé que abandona el vientre materno y el aniversario del anciano luchador, cabe una vida plena, la biografía de un hombre del pueblo.

La resistencia encuentra su referente ético imprescindible en Marcelino Camacho. Radical desde la cuna, cargado de Razón, fuerte y valiente, porque siempre supo que él sólo era uno más, parte indivisible de la clase trabajadora. Comprometido con los suyos, cuando decidió echarse a los hombros el peso de la libertad, era sólo un chavea, un mozo de apenas 17 años.

1934-1935. La República embarrancaba, dominada por las derechas. Asturias se sublevaba, alegre y sucia, lanzando el carbón de sus minas sobre el terno impecable de la burguesía. El gobierno respondió con fiereza, trasladando por primera vez tropas coloniales a territorio peninsular. El terror legionario anticipó la tragedia de la guerra civil. Los novios de la muerte sentenciaron con vileza el dilema eterno de la revolución española.

El pueblo español debía liberarse de sus cadenas, lo que le iba a costar carísimo. La reacción iba a ser implacable. Es entonces cuando Marcelino decide convertirse en militante del PCE y afiliarse a la UGT (probablemente porque antes se lo impedían por motivos de edad). En esos momentos, algunos de sus coetáneos, como Santiago Carrillo o Fernando Claudín, ya ocupaban puestos directivos en las Juventudes Socialistas.

La lucha de clases desembocó en guerra civil en el verano del 36. Tras descarrilar un tren y refugiarse en Madrid, Marcelino ingresa en lo que luego fue el Ejército Popular de la República (EPR). Camacho no ejerció cargo alguno durante la contienda, a diferencia de otros no tuvo mando en plaza en el período 1936-1939. Peleó como soldado raso en la 29º división del EPR, al mando del teniente coronel David Alfaro Siqueiros, el gran muralista mexicano que atentó en una ocasión contra León Trotsky.

En las postrimerías del conflicto, fue hecho preso por los casadistas, que llenaron los penales de comunistas, para tener rehenes que ofrecer al Caudillo. Huido de la cárcel, cazado esta vez por los nacionales, inició la andadura interminable por presidios y por campos de concentración.

Condenado a trabajos forzados, enviado al Marruecos español, eslabón de la cuerda de presos que construía el ferrocarril Tánger-Fez. Precisamente, la vía del tren, la misma que escuchó atentamente su primer despertar. El destino se cruzaba con Marcelino, que saltaba al interior de un vagón con rumbo desconocido. La locomotora galopaba rabiosa, Marcelino escapaba de los carceleros, cruzando el desierto hasta Argelia.

En Orán le esperaba Josefina. Mujer excepcional, camarada sencilla, nacida de las entrañas de la prodigiosa Alpujarra de Almería (1927). Hija de minero, emigrante africana, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas ya en 1941. Josefina conquistó a Marcelino, al compañero de partido, casi sin darse cuenta, con el trajín del combate por una España libre, irrumpió el amor.

Lejos ya de los raíles, Marcelino se hizo tornero-fresador. Paradigma del obrero autodidacta, del trabajador que aprovecha los ratos libres para estudiar y perfeccionar su oficio, incansable catedrático de los motores.

Josefina Samper y Marcelino Camacho se casaron en 1948. Los hijos no tardaron en llegar: la primogénita Yenia y el benjamín Marcel. Despuntaba 1957 cuando las condiciones objetivas les impulsaron a regresar a la patria: Franco había otorgado un indulto parcial en el que quedaba incluido Marcelino, y la empresa Perkins Ibérica necesitaba un jefe de talleres, un puesto idóneo para el perfil profesional de Camacho. Además, el PCE le encargaba una tarea fundamental: reactivar el sindicalismo de clase en un país aggiornado por el verticalismo.

Hechas las maletas, se cerraba la etapa argelina, ahora tocaba volver a pisar el viejo suelo, recorrer las alamedas de un país hundido en la monotonía cruel del fascismo. Marcelino y Josefina desembarcaron en Madrid, y adquirieron una vivienda barata en el barrio de Carabanchel, techo que todavía les cobija. La España de 1957 no era la de 1939. El rigor militar de la posguerra había aniquilado la vanguardia de la clase obrera. Los cuadros dirigentes de las organizaciones proletarias descansaban en lo hondo de las fosas comunes, rumiaban el trago amargo del exilio, o paseaban su derrota por los patios de las cárceles.

Marcelino tenía que plantar las simientes del sindicalismo posfranquista, intentando recuperar las raíces del movimiento obrero de la República. El convoy aminoró su marcha, y Marcelino saltó a las calles de Madrid, dispuesto a conquistar a los sindicalistas del mañana. Codeándose con tradicionalistas y con hedillistas, usando los locales de los Círculos José Antonio, colaborando con el cristianismo de base, unificando la oposición gremial al régimen.

Aprovechando las grietas del sistema, pactando con fuerzas en principio antitéticas, marxista sin manuales ni academias, heterodoxo y puro a la vez, supo organizar el embrión de Comisiones Obreras, antes de que los grises le capturasen.

Alternando la celda con la fábrica, practicando el entrismo en el Sindicato Vertical, desafiando a las fuerzas represoras, supo Camacho cumplir con su cometido. A Comisiones la destetaron entre Marcelino, su entonces fiel Julián Ariza, Nicolás Sartorius, el cura Paco, y otros muchos currantes anónimos. Marcelino siempre concibió Comisiones Obreras (CCOO) como un sindicato asambleario, como una unión de sindicatos, con funcionamiento y planteamientos democráticos. El pluralismo dentro de la necesaria unidad de acción, como pilar fundamental del sindicato clasista.

La década de los 60 fue fructífera para Marcelino. Y también dura, muy dura. La prisión le apartó físicamente de la familia, que no dejó de apoyarle ni un segundo. Las visitas de Josefina se sucedían, mientras los hijos se iniciaban en el activismo antifranquista. Josefina formó parte del frente de las mujeres de los presos políticos, atosigando a los prebostes de la dictadura con visitas inoportunas y peticiones de clemencia y de justicia.

La dirección del PCE, radicada en Moscú, se fijó pronto en aquel soriano intrépido, que parecía estar hecho de acero. Elegido miembro del Comité Central en 1965, viajó a París, donde conoció a Dolores Ibárruri Pasionaria, y al novísimo secretario general, Santiago Carrillo. Éste último, tres años mayor que Marcelino, era el amo del aparato del Partido desde el suicidio de José Díaz (1942). Santiago casi no pisó el frente y vivió la guerra en una cómoda butaca mientras la leal militancia naufragaba en el campo de batalla. Seguro que Carrillo catalogó a Camacho como un enemigo a batir, un obstáculo en su inevitable carrera hacia el éxito.

Josefina tuvo que acostumbrarse a la presencia diaria de un coche camuflado de la policía frente al portal de su casa. Tuvo que lidiar con ciertas llamadas anónimas que perturbaban la tranquilidad del domicilio, a altas horas de la madrugada. Tuvo que soportar la chulería de los polis fascistas, el descaro de los jueces injustos, la insolencia de las autoridades del jodido régimen. Y resistió.

Las huelgas de hambre iniciadas por Marcelino y sus compañeros como método de protesta contra el aislamiento carcelario, pusieron en permanente tensión a los directores de los penales, que no cesaban de trasladarlos de uno a otro presidio. Las perolas de comida, cocinadas por Josefina alimentaron a más de una generación de presos políticos, separados de parientes y amigos, tristes pero esperanzados.

El 20 de diciembre de 1973, la ETA asesinó al presidente del gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco, brazo derecho del Generalísimo. En esa jornada Marcelino era juzgado junto a Sartorius, Saborido o Acosta por el Proceso 1001. La noticia del atentado irrumpió en el juicio tal si fuera un reguero de pólvora, calentando los ánimos de los ultras presentes en la sala, que llegaron incluso a enseñar las pistolas, aterrorizando a los familiares de los sindicalistas. La calma chicha impidió que ocurriera cualquier desgracia, para la infinita suerte de los militantes de CCOO. La curiosa coincidencia entre la fecha del magnicidio y el día de la vista, no hace sino remover las sospechas que pesan sobre aquella acción armada, que privó al dictador de su principal delfín, no sin poner en peligro las vidas de los del 1001.

Menos de dos años después, el 20 de noviembre de 1975, Franco dejó este mundo. Marcelino Camacho permanecía preso en aquellos momentos, en la cárcel de Carabanchel, a tiro de piedra del piso en el que vivían Josefina y Marcel, ya que Yenia se había casado y residía con su pareja en un inmueble cercano. Juan Carlos de Borbón subía al trono, amnistiando a varios miles de presos antifascistas. En el lote iban incluidos Marcelino Camacho, Simón Sánchez Montero y Luis Lucio Lobato, los tres principales dirigentes comunistas del interior.

El monarca mantenía al presidente Carlos Arias Navarro al frente del gobierno. Este siniestro personaje, apodado Carnicerito de Málaga, por su trágica actuación como fiscal militar en la capital mediterránea nada más comenzada la tiranía, obedecía las órdenes del clan Franco. Todavía pasaría Camacho una temporada más en Carabanchel, tras detenerle la policía en mayo de 1976, cuando se encontraba en plena reunión de Coordinación Democrática, la gran plataforma que agrupaba a la oposición.

En julio de aquel 1976, el rey colocó en la jefatura de gobierno al joven falangista Adolfo Suárez, ex ministro secretario general del Movimiento (partido único del franquismo). La operación de reforma pactada del régimen necesitaba un piloto más acorde con las circunstancias. Las altas instancias internacionales que patrocinaban el proceso así lo exigían. De esta magistral tacada, la oligarquía aseguraba su inmenso patrimonio, obtenido a costa de la sangre, el sudor y las lágrimas de los trabajadores españoles.

Los dos partidos mayoritarios de la izquierda (PSOE y PCE) se avinieron a consensuar el nuevo estado de las cosas con las fuerzas reformistas del franquismo. Por mucho que las bases murieran en las manifestaciones, asesinados por los grises o por los incontrolados de la ultraderecha, por mucho que se proclamara la ruptura a voz en grito, la reforma fue ganando adeptos, allanando el camino del juancarlismo.

Tres décadas más tarde, es fácil juzgar a los protagonistas de aquellas horas. Es sencillo caer en el extremismo, en la autocomplacencia, lo difícil es resituarse en esos tiempos inciertos, con un Ejército fascista al acecho, con una URSS que no quería el socialismo para España, con un pueblo sumiso y aleccionado por los propagandistas del dictador. Los líderes que preconizaban la ruptura, cómo el notario Antonio García-Trevijano, fueron rápidamente desplazados de la primera línea política. Marcelino tragó, tragó mucho, sujeto a la férrea disciplina de partido, confuso a veces, sabedor de que el proletariado español se contentaba con un buen maquillaje, un remozado de la fachada estatal.

Elegido diputado en las primeras elecciones legislativas tras 40 años (15 de junio de 1977), reelegido en el 79, mantuvo el escaño hasta enero de 1981, cuando decidió abandonar la política parlamentaria y centrarse en la dirección de CCOO. Secretario general de la Confederación Sindical de Comisiones Obreras desde 1976 hasta 1987, firmante de los controvertidos Pactos de La Moncloa, duro adversario de los gobiernos socialistas de Felipe González, relaciones siempre ambiguas con la UGT, ...

En 1987, el sindicato había logrado convertirse en la fuerza hegemónica del mundo laboral de nuestro país, tras superar escisiones izquierdistas y bandear las bravuconadas carrillistas, con mano izquierda y sentido de la unidad. Marcelino, que tenía ya 69 años, sintió que había llegado la ocasión de pasar el testigo a cuadros más jóvenes y mejor preparados. Su candidato para sucederle era Agustín Moreno, un profesor de instituto treintañero, militante además del PCE. Moreno declinó el ofrecimiento de Camacho, y la secretaría general recayó en Antonio Gutiérrez, entonces también comunista, hoy diputado del PSOE.

La nueva ejecutiva de Comisiones acabó marginando a Marcelino, expulsándolo incluso de la presidencia honorífica del sindicato en 1995. La deriva neoliberal de CCOO es hoy mucho más acusada, siendo su actual secretario general, el médico José María Fidalgo, amigo personal del ex presidente Aznar.

Marcelino es hoy un obrero jubilado, un habitante más del populoso Carabanchel Bajo, un abuelo comunista que saborea cada mañana el café y las magdalenas que le prepara Josefina. Su antiguo camarada, Santiago Carrillo, es una estrella mediática, el apóstol de la Santa Transición, que conoce al dedillo platós televisivos y estudios radiofónicos. Para la izquierda zapaterista Don Santiago es una autoridad en cualquier materia, y Marcelino sólo una anécdota.

90 eneros cumples hoy, compañero. 90, se dice pronto. Eres uno de mis referentes, el referente de miles de comunistas, la viva estampa de la honradez obrera. Sin tu ejemplo, la honestidad y la dignidad no significarían lo que significan. Sin tu largo recorrido por el siglo XX, estaríamos más huérfanos.

Te rindieron un homenaje algo desangelado, a la medida del sindicalismo de servicios que ahora padecemos. Te merecías muchísimo más, querido Marcelino. 14 años de cárceles y campos de concentración, más de 15 de exilio, de emigración como tú la llamas. Multitud de premios y condecoraciones, sobre todo el de la Coherencia, que te otorgaron los mineros palentinos de Guardo, que lo tienes en tu casa como oro en paño.

Josefina sigue ahí, octogenaria y cariñosa, atenta a su Marcelino, corajuda y fantástica mujer obrera. Yenia y Marcel os han dado muchos nietos, herederos de vuestra tradición guerrera. Creo que Yenia sigue de jefa de Medio Ambiente en el Ayuntamiento de Coslada y Marcel de asesor del Consejero de CCOO en RTVE.

Recuerdo con exactitud las fechas de mis tres visitas a vuestro domicilio: 25 de febrero de 2006, 10 de agosto de 2006 y 1 de enero de 2007. Manías con el calendario que tiene uno. Os agradezco desde esta tribuna digital vuestra hospitalidad, la dulce manera en que habéis aguantado mis preguntas, impertinentes quizás, deseosas de conoceros mejor seguro. Un abrazo camaradas.

El tren acelera su marcha, sigue atravesando las llanuras de esta España aburguesada, sigue tronando por mares y océanos, levanta el vuelo hacia la Luna, el maquinista va saludando al buenazo de Marcelino, que descansa un rato, para luego echar a andar, cogido del brazo de Josefina. A la vera de la revolución, en la vereda de las estrellas, brilla Octubre. En un segundo, un minuto, un siglo, estaremos en el Palacio de Invierno.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Los mineros de Guardo aunque queden ya pocos son palentinos y no leoneses. Por lo demás estamos de acuerdo en el ejemplo como persona, sindicalista y político. El tiempo pone a cada uno en su sitio.

Anónimo dijo...

Marcelino Camacho, el hombre más honesto e íntegro de la España del siglo XX

Anónimo dijo...

ya se quién eres soy josé vicente y voy a por tí

Unknown dijo...

Hola Antonio, perdona que me salga del tema (dicho sea de paso, de niño conocí a Marcelino pues mis padres y algunos de sus amigos tenían relación con él) pero como no veo tu dirección de email, me permito decirte aquí que te puse un par de notas en http://socialismoeslibertad.blogspot.com/2007/02/quizs-muchos-de-ustedes-no-lo-sepan.html
Échale un vistazo si puedes y me dices algo.

Salud y república,

Gonzalo Marín

Anónimo dijo...

Carrillo, el que renegó de su padre porque este no quiso continuar con la muerte,con la guerra perdida; su hijo ya había huído a París.
Carrilo, el de Paracuellos.
Canalla S. C.