El sol derrite las azoteas, golpea presuroso el verano. Lanzarse a la calle es una misión suicida, que no obstante, cumple ciegamente el 99% de la población. De repente, el calor agobiante del desierto se ha apoderado de nuestras ciudades. Ya es hora de prender el aire acondicionado, jodiendo un poquito más a la Madre Tierra.
Aroma sahariano, preludio de un estío infernal, nos queda el consuelo de cierto frescor nocturno. Las noches granadinas siempre han gozado de esa fama, quizás porque carecemos de un río caudaloso y pegajoso, quizás porque la Penibética nos protege, dueña y señora del horizonte.
Granada es Macondo, un Macondo africano, que quiere ser europeo, pero que ni puede ni lo intenta. Reaccionaria, clerical, beata, densamente masificada de iglesias y conventos, señorío de la tapa, bares y restaurantes a espuertas, pijos y jipis, putas y viejos. Los autobuses urbanos ejemplifican a la perfección la variedad tribal del lugar, lo mismo te encuentras a una docena de monjas momificadas que a un gay de diseño que desprecia lo pueblerina que es Granada, y las ganas que tiene de largarse a Barcelona.
Los toreros deslumbran en las discotecas, los burros pasean las despedidas de soltero por las aceras, la manifestación del Metal planta cara a la escoria falangista, que ondea la bandera gallinácea al paso de la huelga. Para que queremos a Gabo, si la providencia nos regaló a José Vicente Pascual. Qué pollas me dices de Benedetti, aquí basta y sobra con Luis García Montero.
Junio ahoga, en una placeta albayzinera Burt Lancaster reta a duelo a Robert Mitchum. Los turistas huyen acojonados, perdiendo en la estampida novísimas cámaras digitales, enseñando sus blancas pantorrillas, sus calcetines de ejecutivo atrapados en sandalias frailunas.
Miguel Ríos vuelve a Granada, en La Tertulia, la progresía se corre al contemplarse en el espejo. Encantados de haberse conocido, escondiendo las vergüenzas tras las páginas de El País. Sin Prisa pero sin pausa, firmando manifiestos, que feo que es ese Hugo Chávez, le falta glamour, ropa de marca, publicar relatos en la Diputación, escribir una columna en el Ideal, en Granada Hoy, incluso en La Opinión.
El Tour de Francia conquista el Veleta. La etapa cuadragésimo quinta acaba en un mano a mano entre Miguel Indurain y Marco Pantani. La serpiente multicolor se divisa desde todos los pueblos de la Vega, en el coche escoba duerme a pierna suelta José Torres Hurtado, alcalde y pensador, cateto y cagarrecio. Deslizándose hacia la Alpujarra, el pelotón compacto se interna en la región más extraña de Andalucía, la tierra de mis ancestros, para esprintar en las anchas avenidas de Trevélez, desayunando jamón con agua mineral.
Habas con jamón, tortilla Sacromonte, y para acompañar, vinillo de la Contraviesa, ron pálido de Motril, calimocho en el botellódromo del Hipercor. De postre, piononos de Casa Ysla, polvorones y mantecaos de Casa Pasteles. Para aligerar el cuerpo y quemar las grasas, qué mejor que un garbeo por la Fuente de la Bicha, a la orilla del Genil, buscando Cenes de la Vega.
Embotellamiento en el Camino de Ronda, rutina en los días laborables, coches de autoescuela en manada, furgonetas en doble fila, no hay municipales a la vista. Tornado galopa rabioso, esquivando los automóviles, desesperadamente. Montado sobre su grupa, cabalga el Zorro, negrísimo y brillante traje de campaña. Creo que es Guy Williams, el protagonista de la serie de Disney, el mejor de los Zorros.
Por Villarejo, trotan los lanceros, al mando del sargento García, estrambótico gordo, bigotudo y desaliñado. Un autocar de guiris no frena a tiempo, y acaba arrollando a la tropa. La carnicería es impresionante, los paparazzis desenfundan sus objetivos y consiguen la exclusiva.
Llueven macetas. Saltan desde los balcones, estrellándose contra la calva de algún desprevenido peatón, machacando los toldos de los vecinos. Gitanitos poligoneros, con el torso descubierto, revenden en los mercadillos, en la marcha verde, en los tíos tiraos. Cae la noche, espectaculares prostitutas ocupan estos territorios, ofreciendo la carne deseada, el placer mecánico y fugaz del sexo de pago.
Semana Santa permanente, 365 días de pasión, los pasos toman la ciudad, inundando de saetas el malhumor de los ateos. Cristo del Silencio por el Carril de las Tomasas, rondando el amanecer, taracea crucificada, los niños del incienso huelen a hospicio. Antes de radical, fui nazareno.
Mitchum y Lancaster, Lancaster y Mitchum, costaleros de la Greñua, mayordomos de la Aurora, mastican churros y beben chocolate ardiente, las pistolas al cinto, desechados ya los floretes en el armario empotrado del honor. Parlan en granaíno de Maracena, inexplicablemente.
Vibra la afición, explota el marcador, el Granada C.F. golea al Real Madrid en el estadio de Los Cármenes. Promotores inmobiliarios y concejales celebran el resultado con una paella en Los Manueles, descargando la alegría en Don Pepe/Don José.
En la pista central de Mae West, Guy Williams, alias Diego de la Vega, menea las caderas al son del reggaetón. Las nenas se arremolinan para mirarlo, haciendo mohines de aprobación, sacando pecho, hasta que los wonderbras revientan. Es el éxtasis, y eso que no estoy presente.
Queda instaurada la 3ª República, la tricolor es izada, suena el himno de Riego, marchan los republicanos por el Paseo de los Tristes. Los gatos del Darro maúllan al unísono, Antonio González El Pescadilla rasga su guitarra, los niñacos descuelgan los tangas de los tendederos y se pierden hacia Puerta Real.
Me despierto, resacoso, sudando, con trazas de haber soñado algo inquietante. ¿O no?
Aroma sahariano, preludio de un estío infernal, nos queda el consuelo de cierto frescor nocturno. Las noches granadinas siempre han gozado de esa fama, quizás porque carecemos de un río caudaloso y pegajoso, quizás porque la Penibética nos protege, dueña y señora del horizonte.
Granada es Macondo, un Macondo africano, que quiere ser europeo, pero que ni puede ni lo intenta. Reaccionaria, clerical, beata, densamente masificada de iglesias y conventos, señorío de la tapa, bares y restaurantes a espuertas, pijos y jipis, putas y viejos. Los autobuses urbanos ejemplifican a la perfección la variedad tribal del lugar, lo mismo te encuentras a una docena de monjas momificadas que a un gay de diseño que desprecia lo pueblerina que es Granada, y las ganas que tiene de largarse a Barcelona.
Los toreros deslumbran en las discotecas, los burros pasean las despedidas de soltero por las aceras, la manifestación del Metal planta cara a la escoria falangista, que ondea la bandera gallinácea al paso de la huelga. Para que queremos a Gabo, si la providencia nos regaló a José Vicente Pascual. Qué pollas me dices de Benedetti, aquí basta y sobra con Luis García Montero.
Junio ahoga, en una placeta albayzinera Burt Lancaster reta a duelo a Robert Mitchum. Los turistas huyen acojonados, perdiendo en la estampida novísimas cámaras digitales, enseñando sus blancas pantorrillas, sus calcetines de ejecutivo atrapados en sandalias frailunas.
Miguel Ríos vuelve a Granada, en La Tertulia, la progresía se corre al contemplarse en el espejo. Encantados de haberse conocido, escondiendo las vergüenzas tras las páginas de El País. Sin Prisa pero sin pausa, firmando manifiestos, que feo que es ese Hugo Chávez, le falta glamour, ropa de marca, publicar relatos en la Diputación, escribir una columna en el Ideal, en Granada Hoy, incluso en La Opinión.
El Tour de Francia conquista el Veleta. La etapa cuadragésimo quinta acaba en un mano a mano entre Miguel Indurain y Marco Pantani. La serpiente multicolor se divisa desde todos los pueblos de la Vega, en el coche escoba duerme a pierna suelta José Torres Hurtado, alcalde y pensador, cateto y cagarrecio. Deslizándose hacia la Alpujarra, el pelotón compacto se interna en la región más extraña de Andalucía, la tierra de mis ancestros, para esprintar en las anchas avenidas de Trevélez, desayunando jamón con agua mineral.
Habas con jamón, tortilla Sacromonte, y para acompañar, vinillo de la Contraviesa, ron pálido de Motril, calimocho en el botellódromo del Hipercor. De postre, piononos de Casa Ysla, polvorones y mantecaos de Casa Pasteles. Para aligerar el cuerpo y quemar las grasas, qué mejor que un garbeo por la Fuente de la Bicha, a la orilla del Genil, buscando Cenes de la Vega.
Embotellamiento en el Camino de Ronda, rutina en los días laborables, coches de autoescuela en manada, furgonetas en doble fila, no hay municipales a la vista. Tornado galopa rabioso, esquivando los automóviles, desesperadamente. Montado sobre su grupa, cabalga el Zorro, negrísimo y brillante traje de campaña. Creo que es Guy Williams, el protagonista de la serie de Disney, el mejor de los Zorros.
Por Villarejo, trotan los lanceros, al mando del sargento García, estrambótico gordo, bigotudo y desaliñado. Un autocar de guiris no frena a tiempo, y acaba arrollando a la tropa. La carnicería es impresionante, los paparazzis desenfundan sus objetivos y consiguen la exclusiva.
Llueven macetas. Saltan desde los balcones, estrellándose contra la calva de algún desprevenido peatón, machacando los toldos de los vecinos. Gitanitos poligoneros, con el torso descubierto, revenden en los mercadillos, en la marcha verde, en los tíos tiraos. Cae la noche, espectaculares prostitutas ocupan estos territorios, ofreciendo la carne deseada, el placer mecánico y fugaz del sexo de pago.
Semana Santa permanente, 365 días de pasión, los pasos toman la ciudad, inundando de saetas el malhumor de los ateos. Cristo del Silencio por el Carril de las Tomasas, rondando el amanecer, taracea crucificada, los niños del incienso huelen a hospicio. Antes de radical, fui nazareno.
Mitchum y Lancaster, Lancaster y Mitchum, costaleros de la Greñua, mayordomos de la Aurora, mastican churros y beben chocolate ardiente, las pistolas al cinto, desechados ya los floretes en el armario empotrado del honor. Parlan en granaíno de Maracena, inexplicablemente.
Vibra la afición, explota el marcador, el Granada C.F. golea al Real Madrid en el estadio de Los Cármenes. Promotores inmobiliarios y concejales celebran el resultado con una paella en Los Manueles, descargando la alegría en Don Pepe/Don José.
En la pista central de Mae West, Guy Williams, alias Diego de la Vega, menea las caderas al son del reggaetón. Las nenas se arremolinan para mirarlo, haciendo mohines de aprobación, sacando pecho, hasta que los wonderbras revientan. Es el éxtasis, y eso que no estoy presente.
Queda instaurada la 3ª República, la tricolor es izada, suena el himno de Riego, marchan los republicanos por el Paseo de los Tristes. Los gatos del Darro maúllan al unísono, Antonio González El Pescadilla rasga su guitarra, los niñacos descuelgan los tangas de los tendederos y se pierden hacia Puerta Real.
Me despierto, resacoso, sudando, con trazas de haber soñado algo inquietante. ¿O no?
1 comentario:
Efectivamente, ya me iba yo temiendo, conforme leía, que todo esto sonaba a caleidoscópica pesadilla provocada por "la caló" (como decimos por nuestra tierra).
Estupendo, ocurrente, agudamente irónico. Un políptico onírico (perdón por el par de palabros) de la Granada de tus desvelos. Lástima que siendo de otro lugar de Andalucía se me escapen muchos matices y muchos dardos. Pero de todas formas se disfruta, porque tampoco Granada es tan peculiar comparada con el resto de lo que nos rodea.
Gracias por escribir tan bien. Da GUSTO!!!
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