Es un perfecto e impecable padre de familia, pulcro licenciado en ciencias económicas y empresariales, máster en mercados financieros, consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid. A su vez, es la cara visible de la contrarreforma privatizadora, emprendida en el campo de la Sanidad Pública por el ejecutivo popular de Esperanza Aguirre.
Juan José Güemes, de eterno traje de chaqueta, melena de león al viento seco de Castilla, de aspecto juvenil, rondando los cuarenta años de edad. Podría ser el protagonista de un culebrón sudamericano, sin necesidad de maquillaje ni de un nuevo fondo de armario. Sólo tendría que modular la voz, imitar el acento de la oligarquía criolla, empaparse del peculiar talante que caracteriza a las clases dominantes al sur del río Grande.
Podría ser un galán de telenovela, pero es un político español, un conspicuo representante de los intereses más carcas del capitalismo nacional. La lideresa le eligió para continuar la magna obra de Manuel Lamela: la destrucción del sistema sanitario público madrileño. Ardua empresa para un implacable neocon.
Allá por los sesenta, la izquierda se dejó el pelo largo. Los melenudos desembarcaron en el imaginario colectivo como inquietantes antisistema, enemigos tanto del imperialismo yanqui como del socialismo real. La rebeldía capilar fue otro más de los claroscuros de aquella década tumultuosa.
Los revoltosos sesenteros acabaron ocupando el poder, en la socialdemocracia o en la derecha conservadora, despojándose de sus ideales de cambio, cortándose el pelo, afeitando o perfilando sus barbas marxistas. Cuando la izquierda española se hizo el harakiri y se disolvió, para sumarse al juancarlismo, los peluqueros hicieron horas extraordinarias, currando a destajo, acicalando a los aspirantes a próceres.
Hete aquí, que la derecha tomó el relevo cabelludo en los últimos compases del siglo XX. El pijerío se dejó crecer el pelo, encargó menos de botes de gomina, se apuntó al rosa y al rojo granate, incluso se colgó el pañuelo palestino al cuelo, disfrazándolo con colorines inofensivos. Palestino marca Armani, complemento de moda en pijos y jipis de saldo.
José María Aznar imitó a sus seguidores jóvenes al dejar la presidencia, luciendo una cabellera desaforada, curtiéndose en el gimnasio, enseñando la tableta de chocolate en las playas de la jet set. Juan José Güemes, a falta de un bigote frondoso, escogió la suerte del felino en la sabana de la villa y corte.
La ética puede concordar con la estética. En el caso de Güemes, los dos parámetros se hunden en la miseria. Quisiera esquilar al consejero autonómico, agarrar unas tijeras de podar y acabar con ese pelucón. Si al igual que Sansón, la fuerza de Güemes reside en la pelambrera, al realizar el acto litúrgico de cortarle el cabello, llevaría a cabo un servicio al hombre, que sólo sería recompensado con plazas y estatuas dedicadas a mi recuerdo.
Reconozco que soy alopécico, que me quedan dos telediarios y medio para quedarme calvo, así que puede que la repugnancia que me provoca el exceso de pelo en la cabeza de tantos peperos, sea sólo fruto de la envidia. Soy un pobre mortal, fieles e infieles lectores. En ocasiones, me pongo violento con estos asuntos peliagudos.
Los sindicatos están boicoteando las visitas protocolarias de don Juan José a los hospitales públicos de Madrid, reprochándole su afán privatizador, estropeando los titulares y los pies de foto del día después. El Gobierno madrileño, que acusa al PSOE y a IU de teledirigir las movilizaciones, ha reaccionado lanzando un vídeo en el que se identifica a cuatro sindicalistas participantes en las protestas, desvelando su categoría profesional y sus datos de afiliación.
CGT, central anarcosindicalista a la que pertenecen varios de los "señalados", ha declarado que interpondrá una querella contra la Comunidad de Madrid por vulneración de los derechos fundamentales de intimidad y de libertad sindical. El otro sindicato afectado, CCOO, también está estudiando la posibilidad de emprender acciones legales.
Uno de los cuatro sindicalistas, Alfredo Díaz-Cardiel, secretario de organización del sindicato de sanidad de CGT, hijo del histórico dirigente comunista Víctor Díaz-Cardiel, ha declarado a los medios que la situación es "una caza de brujas al estilo más rancio de la ultraderecha". No anda desencaminado Díaz-Cardiel.
El Gobierno de Aguirre no ha dudado en infringir las leyes para intentar minimizar la resistencia de los trabajadores del sector sanitario, se ha saltado a la torera el catálogo de derechos fundamentales consagrados en su reverenciada Constitución con una chulería pasmosa. La derecha montaraz atropella las libertades burguesas con la misma facilidad con la que acusa de terrorista a cualquier bicho viviente que no comulgue con sus ruedas de molino.
Acusar a la CGT de actuar en connivencia con el PSOE es un despropósito. CGT es una central sindical independiente, alternativa y diferente, crítica del pactismo de CCOO y UGT, enfrentada al neoliberalismo que practican por igual PP y PSOE. Sólo un analfabeto político puede tragarse absurdidades de este calibre.
La corte de los milagros de Esperanza no tolera la actitud radicalmente democrática de aquellos que se oponen a la privatización de la Sanidad. Son todavía pocos, un puñado de mujeres y hombres de la mejor casta del obrerismo español, ciudadanos correosos que defienden el sistema sanitario público como uno de los pilares del Estado del Bienestar. El social-liberalismo no levanta ni un dedo por la Sanidad de todos, es más, colabora activamente en su aniquilación.
A Juan José Güemes no hay necesidad de mentarle al padre, como solemos hacer en estas tierras, basta con mentarle al suegro. Porque Güemes tiene un suegro que parece sacado del Chicago de los años 30, o de la prolífica imaginación de Mario Puzo: Carlos Fabra, presidente de la Diputación provincial de Castellón, cargo que ocuparon en el pasado numerosos miembros de su familia, imputado en varios procesos, refugiado a perpetuidad tras unas gafas de sol que contribuyen a acentuar su aspecto mafioso.
Las comparaciones son odiosas, pero valen para medir la catadura moral de unos y de otros. Comparen ustedes las respectivas trayectorias de Víctor Díaz-Cardiel y de Carlos Fabra, padre y suegro de dos de los protagonistas de este comentario. Víctor pasó varios años en las prisiones franquistas, Fabra es hijo de un jerarca del régimen encarcelador. Sobran las palabras.
Mientras existan tipos como Güemes (o como el padre de su señora esposa) en puestos de responsabilidad política, este país y este planeta seguirán abonados al desastre, a la corrupción y a la ignominia. Después de las barbaridades que hacen, les siguen votando. Vivan las caenas.
Ellos privatizando, que es gerundio. Y nosotros, afilando las tijeras...
No hay comentarios:
Publicar un comentario