miércoles, febrero 21, 2007

Estampas de la guerra civil

18 de julio de 1938. Se cumplen dos largos años del levantamiento fascista contra la República Española. En el Ayuntamiento de Barcelona, capital provisional del gobierno legítimo, Manuel Azaña pronuncia el famoso discurso de las tres "pes". El presidente de la República pide a los españoles de los dos bandos "paz, piedad y perdón". Es el inicio del vertiginoso descenso de Azaña hacia el derrotismo. El hombre que había sido el gran impulsor del sueño republicano, el estadista que había combatido los privilegios de la Iglesia y del Ejército, acababa su carrera política pidiendo perdón a lo más oscuro del alma española: el fascismo negro y montaraz.

27 de febrero de 1939. Cataluña ha caído. Manuel Azaña, refugiado en Francia, presenta su dimisión cómo Jefe del Estado, siendo sustituido por Diego Martínez Barrio. La renuncia del presidente resta algo de legitimidad al bando republicano y refuerza la posición del bando faccioso. El histórico político acabará sus días en la Francia de Vichy, hostigado por agentes franquistas y perseguido por la Gestapo. Ni paz, ni piedad, ni perdón. La nueva España (que no es nueva, sino viejísima) sólo quiere cazar y abatir a los mejores de entre sus hijos.

La noche del 5 al 6 de marzo de 1939, el coronel Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro, se subleva contra el legítimo gobierno republicano, encabezado por el doctor Juan Negrín, militante del PSOE. Los golpistas, liderados por el coronel Casado, el general Miaja, el general anarquista Cipriano Mera y el dirigente socialista Julián Besteiro, constituyen el Consejo Nacional de Defensa, con el objetivo de negociar "una paz honrosa" con Franco y evitar el alargamiento de la guerra.

Las unidades comunistas que formaban parte del Ejército del Centro, no dudan en enfrentarse a las fuerzas golpistas, librando duros combates en el centro de Madrid. Mientras, el presidente Negrín, el ministro Álvarez del Vayo y otras figuras del gobierno republicano, parten en avión desde la posición Yuste (Elda, Alicante) hacia Francia. Días después, la plana mayor del PCE (Pasionaria, Hidalgo de Cisneros, Rafael Alberti), abandona España desde el aeródromo de Monóvar, en la llamada posición Dakar. Los dirigentes comunistas, abandonan a sus bases, que se batían valientemente contra las tropas casadistas. El PCE, que había sido el sostén principal del Ejército Popular de la República, colaborando en la organización de un ejército profesional con militares apartidistas cómo Vicente Rojo, deja en la estacada a sus mejores soldados y con ellos, al destino de la República Española.

Pronto se revelaría la verdadera cara de los golpistas. Las tropas anarquistas, mandadas por Mera, logran derrotar a las fuerzas comunistas, mandadas por Barceló, Bueno y Ortega. El teniente coronel Barceló y el comisario Conesa, ambos militantes del PCE, son fusilados por orden del Consejo Nacional de Defensa. Otros dirigentes comunistas cómo el líder juvenil Eugenio Mesón o el teniente coronel Etelvino Vega, son entregados al gobierno franquista, que los ejecutaría posteriormente.

A finales de marzo, Casado entrega Madrid a las hordas fascistas y huye hacia Valencia, donde embarca en un barco británico. Julián Besteiro es apresado por los mismos españoles con los que habían negociado, los mismos fascistas que les habían prometido una paz honrosa. Ni paz, ni piedad, ni perdón. Besteiro, viejo profesor de Lógica, moriría enfermo en la cárcel de Carmona.

Cipriano Mera, albañil de la CNT que llegó a ser general del EPR, huye a Orán, donde sería internado en un campo de concentración. En 1942 sería deportado a España y encarcelado en la prisión de Porlier. Condenado a muerte en 1943, en 1944 la pena le sería conmutada y dos años después llegó el indulto. Ese mismo año de 1946, se exiliaría en Francia. Resulta curioso comprobar el hecho de que un militar anarquista (de alta graduación) cómo Mera sólo pasase 4 años en las cárceles franquistas, mientras que el poeta comunista Marcos Ana, no recuperó la libertad hasta 1961. Comparen ustedes también el destino de Cipriano Mera con el del también general Antonio Escobar Huertas (católico y conservador pero leal a la República), fusilado en 1940. A veces, parece que Roma sí paga a los traidores.

Moría así la Segunda República Española, víctima del fascismo internacional, del abandono de las potencias "democráticas" y del oportunismo estalinista. Hitler y Mussolini utilizaron nuestro territorio cómo base de pruebas para la inminente Segunda Guerra Mundial. Francia y Reino Unido dejaron consumirse a una República de trabajadores con peligrosos tintes revolucionarios. Stalin ayudó militarmente al gobierno republicano, pero también asesinó a Andreu Nin (entre otros) y ejerció una detestable influencia sobre el PCE.

La España de Franco, victoriosa desde entonces, no tuvo ni paz, ni piedad ni perdón, para con los españoles del otro lado. Los esbirros del Generalísimo se dispusieron a destruir la vanguardia revolucionaria española, sembrando de cadáveres los campos, las cunetas y las tapias de los cementerios. De esta manera, una España exterminó físicamente a la otra. Desde entonces, la estamos reconstruyendo.

1 comentario:

Duarte dijo...

Muy buen análisis.