jueves, noviembre 01, 2007

La tumba del general leal

El sábado pasado, por la tarde, subimos al cementerio de San José. Cumplimos así con los muertos, según manda la tradición. Es costumbre antediluviana en nuestra tierra acercarse a esos lugares en estos días, con el objeto de sustituir las flores ajadas por unas recién cortadas (o de plástico, que aguanta mejor las inclemencias del tiempo). Algunas personas aprovechan la visita para limpiar y adecentar la losa que cubre la sepultura de sus seres queridos.

Nosotros también seguimos este ritual, que se hereda al igual que los genes o la malafollá (granaína, se entiende). Así, que ahí estaba yo, con mi madre y con mi padre, en el camposanto municipal, recorriendo sus patios, en busca de la tumba de tal o cual familiar. Hasta me tuve que subir en un contenedor de basura para poder alcanzar la lápida de mis bisabuelos. Imagínense la escena, parecía un gag del cine mudo. A punto de perder el equilibrio, sosteniéndome a duras penas sobre la tapa del cubo, todo sea por honrar la memoria de los míos (¿Tragicómico quizás?).

El menda, que es algo friki por naturaleza, se llevó la cámara de fotos, con una meta clavada en el entrecejo: fotografiar la sepultura del general Emilio Herrera Linares. Uno tiene sus manías, es así de raro y excéntrico. Me dije a mí mismo: Niño, agarra la cámara y le echas un par de fotografías, así tienes la excusa para escribir un post sobre él en el blog. Así están las cosas, uno hace o deshaces cosas para luego verlas reflejadas en el Internete, cómo lo llamaba cariñosamente un profesor del instituto.

Emilio Herrera vino al mundo en Granada, un 13 de febrero de 1879, según reza en su sepultura. Ingeniero militar, as de la aviación, amigo personal de Alfonso XIII, católico y de derechas, permaneció fiel a la República tras el levantamiento fascista del 18 de julio. Ascendido a general en 1937, tras el fin de la contienda marchó al exilio, donde pasaría el resto de su vida.

Su hijo mayor fue José Herrera Petere, poeta y militante comunista. El menor, Emilio cómo el padre, falleció en acto de servicio mientras pilotaba un Chato en la guerra civil. Heredaron de su progenitor el sentido del honor, virtud de la que carecían completamente los generales facciosos.

El destierro, verse obligado a abandonar todo lo que había conformado su existencia hasta entonces, afectó a Herrera al igual que a otros cientos de miles de españoles. La actividad del general durante el exilio fue frenética: fue fundador de la Unión de Intelectuales Españoles, de la revista Independencia, de la Agrupación de Militares Republicanos Españoles, del Ateneo Iberoamericano de París, a la vez que trabajaba para la UNESCO, escribía artículos sobre aviación en revistas especializadas o gestionaba la ayuda económica destinada a los refugiados españoles en Francia.

Su integridad quedó demostrada cuando dimitió de su puesto en la UNESCO en 1955, tras el ingreso de la España franquista en las Naciones Unidas. Nunca fue un revolucionario, más bien un liberal-conservador regeneracionista, claramente antifascista, que incluso actuó de nexo entre el círculo de don Juan de Borbón y Gil Robles y sectores republicanos.

Ministro de Asuntos Militares del Gobierno de La República en el Exilio de 1951 a 1960, Presidente del Gobierno Republicano de 1960 a 1962, ministro sin cartera hasta el final de sus días. Durante su mandato firmó el Acuerdo Luso-Español con el general Humberto Da Silva Delgado, opositor al fascismo portugués que sería asesinado en 1965 por un comando de la PIDE (policía política salazarista), cuando se encontraba en el pueblo pacense de Villanueva del Fresno.

Enfrentando a la jerarquía católica por su participación en la represión de los vencedores, sintiéndose profundamente católico; alertando sobre la alianza hispano-usamericana que involucraba de lleno a España en la guerra fría; jamás cejó en su empeño: restaurar la democracia perdida en nuestro país.

El 13 de septiembre de 1967, cuando ya era un anciano casi nonagenario, falleció en Ginebra. Su hijo Petere le dedicó estos versos en 1975, poco antes de su propia muerte:

A mi padre muerto en destierro

Yo he tenido un Padre Honrado
se llamaba Emilio Herrera
que yace junto a mi casa,
en exilio, bajo tierra.

Las luces ya se retiran
fuegos fatuos, un misterio
alba del amanecer
resucitará a los muertos.

"Padre mío, padre mío
¿por qué me has abandonado...?"
Ya no tienes ojos verdes
¡Ya no hay tu ciencia en tus labios...!

Pero tu Dios es clemente
y tiene mirada blanca
y a través de las estrellas
admira tu alma clara.

Tu inteligencia palpita,
aún, en el cementerio,
diciendo, aquí yace un sabio
que peleó junto al pueblo

Ginebra, enero de 1975.


El meritorio ejemplo del general Herrera Linares no debe perderse en los baúles de la historia, ni mucho menos. Hay que tener en cuenta su fidelidad al pueblo español, al igual que recordamos la lealtad de Vicente Rojo Lluch o de Antonio Escobar Huertas, también generales católicos del Ejército Popular de la República.

Termino este artículo con fiebre y principio de gripe, enfocando mi memoria hacia esos pequeños y grandes héroes que dejaron sus vidas, sus haciendas, sus casas, su patria en la guerra contra el fascismo. Levanto el puño por ellos y por ellas, camaradas, antifascistas todos.

1 comentario:

Duarte dijo...

Hace unos años descubrí por casualidad la tumba del general. Ya era hora que alguien le hiciera justicia y le escribiera unas letras.

Lo he colgado en el blog del foro por la memoria de Granada.