martes, mayo 01, 2007

Uno de los Nuestros


La inesperada muerte de Joaquín Navarro Estevan nos ha dejado huérfanos. La triste noticia nos ha dejado el corazón helado y nos ha recordado la fragilidad de la existencia. Porque cuando muere un hombre bueno, y Joaquín Navarro cumplía esta condición con creces, todos los hombres y mujeres morimos un poquito (una miajilla, como dicen en mi tierra).

Creo recordar que la primera vez que oí mencionar su nombre fue cuando José María Aznar lo denunció por haberlo llamado terrorista. Me cayó bien desde el principio, ya que ser denunciado por semejante individuo es digno de admiración. Al cabo del tiempo, lo en el extinto programa CQC, presentando uno de sus libros junto a su buen amigo Xabier Arzallus.

En la primavera de 2003, mientras el mundo entero clamaba por la paz y los halcones se lanzaban sobre Irak, compré su ensayo 25 años sin Constitución, editado por Foca. La lectura de este texto descorrió el velo de mi inocencia supina sobre la Transición. Nunca un libro me había hecho pensar y reflexionar tanto.

Creo sinceramente que cada militante de la izquierda anticapitalista debería leer esta obra, al igual que los soldados de Napoleón Bonaparte llevaban en sus mochilas un ejemplar de la Declaración de Derechos del Hombre y Del Ciudadano. Joaquín Navarro imparte una clase magistral, desgranando sus recuerdos y aplicando sus conocimientos jurídicos, de cómo el fascismo degeneró en monarquía parlamentaria.

A menudo, leía a través de Internet sus incendiarios artículos, publicados en La Razón. Sus escritos despertaban la adormecida conciencia ciudadana, enfrentado siempre al poderoso. Su actitud con respecto al conflicto vasco fue ejemplar, repudiando la violencia terrorista a la vez que denunciaba las torturas policiales. Siempre defendió el derecho del pueblo vasco a decidir su destino, libre de condicionamientos y en un contexto pacífico.

El jueves 21 de abril de 2005, en la Casa de la Cultura de Albolote (Granada), tuve la oportunidad de conocerlo. Durante 2 semanas, el pintor y dibujante Andrés Vázquez de Sola, exponía sus pinturas sobre diversos personajes de la Segunda República y la guerra civil, recogidas en República o Esto, también editado por Foca. Aprovechando la exposición, Vázquez de Sola invito a algunos de sus amigos, para que cantaran, recitaran o dieran conferencias. Acudieron a su llamada: Antonio Álvarez Solís, exdirector de Interviú; Rafael Torres, periodista;Carlos Álvarez, poeta; Tachia Quintanar, viuda del inmenso Blas de Otero; y los cantantes Raúl Alcover, Quintín Cabrera y Paco Ibáñez.

La disertación del juez Navarro versaba sobre el derecho a la República, y por supuesto, fue magnífica. La oratoria de este hombre era imparable, plagada de chascarrillos y bromas, repleta de rigor y de veracidad. Su acento andaluz, su habla de almeriense, no hacía sino embellecer su discurso, un discurso al servicio del pueblo, un ataque frontal al corazón de la oligarquía.

Al finalizar el acto, me acerqué a la mesa que compartía con su buen amigo Vázquez de Sola. Les pedí a los dos que me firmaran sus respectivos libros (anteriormente mencionados) e incluso me hicieron unas fotos con ellos (gracias, mamá). Nunca olvidaré a aquel sesentón, regordete y con gafas, hablando sobre nuestro porvenir, relatando lo que puede ser y será, seguro que será.

Aquel mismo verano, cuando aterricé en Carabanchel, en casa de mis primas, busqué el nombre del juez en la voluminosa guía telefónica de la villa y corte. Lo encontré, y apunté el número en la agenda del móvil, siempre con el deseo de contactar con Navarro para futuros actos de UCAR, colectivo republicano en el que milito. Me he quedado con las ganas. A pesar de que el propio juez era miembro de Unidad Cívica por la República, organización madre de UCAR, su temprana muerte ha quebrado esta posibilidad.

Joaquín Navarro Estevan, desde su escaño de diputado, desde el Senado o desde la judicatura siempre fue un outsider. Disidente del juancarlismo, al igual que otros notables personajes, cómo el notario Antonio García Trevijano o el teniente coronel Amadeo Martínez Inglés. Amigo de Julio Anguita, de Arzallus o de Nines Maestro, nunca descansó en su perenne defensa de la democracia, de la justicia y de los derechos humanos.

La parca ha querido, teniendo en cuenta los ideales del finado, que Joaquín Navarro pierda la vida a finales de abril, tan cerca del primero de mayo y no muy lejos del catorce de abril. Es algo simbólico, una pizca de realismo mágico para adornar la lamentable muerte de uno de los nuestros.

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